Carlos Marichal / I
La alianza petrolera angloestadunidense
La campaña bélica en curso en contra de Irak ha sido liderada esencialmente por los gobiernos de dos países: Estados Unidos y Gran Bretaña. Ello se explica no sólo por el hecho de que ambas naciones comparten una tradicional alianza política y militar forjada a partir de las guerras mundiales del siglo XX, sino además por intereses comunes en el manejo de la industria petrolera a nivel global, desde hace decenios.
Como es bien sabido, las mayores empresas privadas de petróleo son las angloestadunidenses, varias de ellas entrelazadas, constituyendo algunos de los mayores colosos económicos del mundo moderno. El proceso de concentración en la industria petrolera de los últimos años ayuda a explicar el creciente poder que ejerce en la economía y la política internacional. En 1998 se llevó a cabo la fusión de los gigantes estadunidenses, Exxon y Mobil, creando la mayor empresa de petróleo en el planeta, con ventas combinadas por 200 mil millones de dólares. Por su parte, en 1999, se celebró la fusión de la British Petroleum y de la empresa estadunidense Amoco, creando la tercera empresa más grande del ramo. Mientras tanto, la segunda empresa petrolera a nivel mundial, la firma anglo-holandesa Shell, buscó una alianza con la empresa estadunidense Texaco, pero luego desistió. En todo caso, debe recordarse que la Shell tiene sus mayores ventas en Estados Unidos y, además, es una companía en la cual mantiene fuertes inversiones la gran banca estadunidense.
La relación entre estas empresas y el poder político y militar es manifiesta. En Estados Unidos dichas compañías sostienen una política de gastar enormes sumas en contribuciones políticas directas, tres cuartas partes siendo destinadas al partido republicano. Además, mantienen a sueldo gran cantidad de agentes en Washington que presionan y frecuentemente sobornan a los diputados y senadores para poder influir en las políticas públicas. Trabajan para limitar el alcance de las leyes ambientales, para obtener ventajas fiscales y para contar con apoyos políticos y militares en sus proyectos de expansión a escala internacional.
Una larga y tenebrosa historia de estas firmas multinacionales demuestra que en ningún lugar del mundo han promovido políticas más agresivas que en Medio Oriente. Y en ningún otro lugar ha habido una alianza tan estrecha entre los intereses británicos y estadunidenses. Recordemos, en primer término, el caso de los intereses petroleros en Irán, donde la companía conocida como Anglo-Persian comenzó a explotar petróleo en fechas tan tempranas como 1908. Esta empresa, que luego se convertiría en la British Petroleum (en la que el gobierno británico tenía más de 50 por ciento del capital), disfrutó de negocios extremadamente lucrativos en Irán hasta 1951, cuando el dirigente populista Mohammed Mossadegh anunció un plan para la nacionalización de la industria petrolera. Obtuvo tal apoyo político de importantes sectores de la población que pudo poner en marcha su proyecto, llevando al cierre de las operaciones de la firma de British Petroleum en el país.
Sin embargo, en esta circunstancia intervino el gobierno de Estados Unidos, que envió al general Norman Schwarzkopf a Teherán a encabezar una operación de la CIA para tumbar a Mossadegh y convertir al shah Pahlevi en el nuevo hombre fuerte de Irán. Después de una serie de profundos y sangrientos conflictos, la CIA logró sus propósitos y en 1953 se acabó con el régimen nacionalista que fue remplazado por una dictadura que habría de durar más de un cuarto de siglo. El shah, naturalmente, llegó de inmediato a acuerdos con British Petroleum, que obtuvo la mayor tajada de los beneficios, aunque el dictador también firmó convenios con una amplia gama de firmas petroleras estadunidenses y francesas que participaron en los nuevos negocios para explotar el oro negro. Para 1973, Irán era el mayor productor de petróleo en Medio Oriente.
Sin embargo, con tantos ingresos, fue inevitable que las empresas de armamentos estadunidenses y británicas convencieran al shah que debía equipar sus fuerzas armadas con una cantidad enorme de los armamentos más modernos, en especial tanques y aviones de guerra muy caros.
El armamentismo no podía pasar inadvertido en el vecino país de Irak. Aumentó la presión dentro del ejército de Irak para obtener más recursos con el objetivo de poder comprar armamentos con los cuales enfrentar la amenaza del país vecino cada vez más militarizado. En 1972, el ejército y los movimientos populistas ratificaron la nacionalización de la industria petrolera en Irak, la cual había sido controlada anteriormente por un consorcio internacional conocido como el Iraq Petroleum Company, en el cual British Petroleum y la firma anglo-holandesa de Shell tenían la mitad de las acciones. Fue en estas circunstancias que Saddam Hussein llegó al poder, liderando al partido militar nacionalista. Así, se observa que los orígenes de la monstruosa campaña bélica impulsada en nuestros días por Washington y Londres está directamente vinculada a la larga historia de la geopolítica del petróleo en Medio Oriente, en la cual las empresas británicas han tenido un papel tan notorio y agresivo como las compañías estadunidenses.