Ilán Semo
El género de la discordia
Las derivaciones actuales del término género
-condición, variante, diferencia, horizonte de percepción,
postulación del otro, identidad en la diversidad, el cuerpo en la
multitud, el cuerpo en el aparador- le confieren usos predeciblemente polémicos.
La mayoría son de tono polémico; otras, como la "construcción
social de lo femenino/masculino", anulan toda posibilidad de asimilarlas;
ninguna, obviamente, es neutral. Las palabras son como los pájaros:
signos en movimiento que escapan a los dictados de la taxonomía.
El lenguaje, dice Rorty, es una continuación de la política
con otros fines. La polémica que sostuvieron Marta Lamas, Carlos
Monsiváis y Javier Sicilia en torno al tema de la condición
de las mujeres indígenas en las páginas de la revista Proceso
(números 1362-1367) se acoge, no sin cierta indecisión,
a esta apertura. La costumbre ha sido que las posturas seculares y religiosas
en este ámbito -el de la contienda por los derechos (término
que a veces denota una manera mordaz de proponer o designar obligaciones)
de la mujer- se enfrenten en campañas de oratoria y expediciones
verbales. En cambio, lo que sugieren esas páginas es, por decirlo
de alguna forma, inusual: una discusión, un recodo de inteligencia.
La voz más notoria -o más audible- que exhibe
e impugna la subyugación bajo la que viven las indígenas
es la de la comandante Esther, quien en marzo de 2001 denuncia,
frente al Congreso de la Unión, la ausencia de derechos civiles
(para frenar la violencia que ejercen los hombres y los tribunales), de
derechos sociales (para hacer frente a la discriminación y las bajísimas
remuneraciones), la falta de perspectivas (educativas y profesionales)
y las nulas posibilidades de ciudadanía efectiva que imperan bajo
el régimen de "usos y costumbres". La comandante arroja un
balde de agua fría sobre quienes vindican o se resignan a aceptar
los "usos y costumbres" como parte indivisible del futuro de la autonomía
indígena, y abre un debate que las direcciones de organizaciones
indígenas centrales, el esencialismo antropológico y el neoindigenismo
radical no quieren -o no saben- escuchar.
Una visión más sistemática de esta
impugnación la ofrece la resolución de la Primera Cumbre
de Mujeres Indígenas de América, que se celebra en Oaxaca
en 2002 con la asistencia de 400 delegadas de cuatro continentes. La resolución
revela que el activisimo indígena no se reduce al contexto de las
zapatistas, y que no sólo registra una visión alterna sobre
el tema de la mujer, sino que esta visión propone una revisión
radical de instituciones sociales, políticas y culturales constituivas
de ese orden de la tradición. Sobre esta cualidad de cambiarlo todo,
tal vez tiene razón María Antonieta Rivas Mercado cuando
escribe: "La mujer es un teorema sin demostración" (...), pero un
teorema "capaz de imprimir a la vida de otros seres el giro que ella desee."
(La mujer mexicana, Madrid, 1928)
Quien responde y regaña a las activistas indígenas
son cuatro obispos en una carta en la que impugnan y desafían esa
contribución (femenina) a la crítica de su propio mundo:
"Lamentamos que esa cumbre pretenda imponer (...) conceptos (...) que atentan
contra el valor de la maternidad y la vida (...). La cumbre concibe la
estructura de la familia indígena como causa directa de discriminación
contra la mujer, cuando se ha de enfatizar el poder de la mujer indígena
que en el hogar lleva la conducción de los hijos y la transmisión
de valores".
¿Qué es lo que "lamentan" exactamente los
obispos en la resolución de la cumbre?
Lo mismo que deploran quienes cuestionan la ciudadanización
de las mujeres indígenas en aras de la defensa de alguna (siempre
hipotética) esencia de la mujer (en el caso de la cosmovisión
eclesiástica: "la transmisión de valores"), y quienes se
oponen a su apuesta de transformar la maternidad, el matrimonio y la familia
en un orden de responsabilidades compartidas, o efectivamente "complementarias",
como sugieren las versiones más críticas y actualizadas de
esa cosmovisión. Un orden en el que la noción de "bienestar
familiar" deje de reducirse a la de la estabilidad y la eficacia del régimen
del machín (patriarcal), y homologue, así sea como
simple afán, el bienestar de la pareja y los hijos con el de cada
uno de sus miembros.