Los riesgos de la desigualdad
|
Desde hace por lo menos 15 años, existe
en México todo un cuerpo de investigación académica,
bien documentada y confiable, sobre cómo ocurren buena parte de
las relaciones sexuales. Desafortunadamente, esa investigación también
revela que hay otra parte sobre la que conocemos muy poco, debido, en parte,
a la existencia y fortaleza de una norma social que impone el silencio
en materia de sexualidad. Aún sabemos muy poco, por ejemplo, de
la conexión entre género y sexualidad, a pesar de la investigación
y documentación existentes. Por eso trataré de hacer aquí
una apretada síntesis de los principales hallazgos alcanzados en
el campo de la investigación sobre el comportamiento sexual. Por
lo reducido del espacio haré una serie de simplificaciones y generalizaciones,
pero hay que tomar en cuenta que México es un país culturalmente
muy diverso.
La falsa protección de la unión conyugal
En cuanto a la primera unión conyugal, una proporción muy alta de la población mexicana cohabita con una pareja sin que exista un matrimonio legal ni religioso de por medio; se da como una secuencia en el tiempo en que primero ocurre la unión consensual y más tarde el matrimonio legal o religioso. Y muchas veces, esta secuencia se inicia cuando ocurre el primer embarazo. Una proporción muy alta de mujeres mexicanas tiene su primera concepción antes de la primera unión conyugal. Es decir, el embarazo precipita la unión conyugal. Lo importante a subrayar es que se trata de una forma de concretar una unión conyugal. Lo que aparece en las investigaciones es que las relaciones sexuales previas a una unión conyugal significan para muchas mujeres, más allá de la atracción, el deseo o la tentación, una forma de consolidar una relación, de hacerla más estable. En estas circunstancias, resulta muy difícil plantear la prevención o la abstinencia de las relaciones premaritales, porque hay aquí un problema de fondo muy marcado. Contrario a las apariencias, las relaciones sexuales premaritales o anteriores a la primera unión conyugal no son una práctica reciente en México. Si revisamos las encuestas de este tipo levantadas desde mediados de los años setenta, podemos observar los cambios ocurridos en las diferentes generaciones. Lo que encontramos con sorpresa es que las abuelas tenían relaciones sexuales a edades más tempranas que las generaciones actuales, concebían el primer hijo antes de la unión conyugal y se unían conyugalmente también a más temprana edad. A diferencia de lo que ocurre en otros países como Estados Unidos, en México, entre más urbano es el país y mayor el grado de escolaridad de las mujeres, la tendencia de las jóvenes es a retrasar su primera relación sexual. Lo que sí es una constante es el porcentaje elevado, arriba de 90 por ciento, presente en todas las generaciones de mujeres, que señala al novio o al esposo como la pareja de su primera relación sexual. Lo anterior no significa que no se hayan presentado cambios
en algunos sectores, porque lo que nos revelan las investigaciones son
grandes promedios de millones de personas, de las cuales una proporción
elevada aún vive en un contexto rural o de extrema pobreza y con
grados de escolaridad muy bajos. Esas condiciones socio-económicas
están más ligadas a concepciones tradicionales de las relaciones
hombre-mujer. Pero lo importante a destacar aquí es la percepción
generalizada que se tiene de la unión conyugal como factor que protege
a las mujeres jóvenes de una serie de riesgos en materia sexual,
lo cual sabemos es falso y debe ser cuestionado. Existe, por ejemplo, una
proporción significativa de personas, en su mayoría mujeres,
niñas y niños, que sufren abusos a sus cuerpos y a su sexualidad.
En un contexto de relaciones de abuso físico y de fuerza, es imposible
suponer que las medidas de prevención o el estado conyugal, en sí,
protegerán a las personas.
Desigualdad de género y deseo sexual
Lo que me interesa subrayar es que en las relaciones sexuales no sólo intervienen las pulsiones del deseo sexual y el estímulo del disfrute y el placer, sino que también influyen una serie de relaciones sociales que las condicionan y determinan, como por ejemplo las relaciones de género. Hay por lo menos dos dimensiones que podemos destacar de las relaciones de género: las relaciones de poder entre hombres y mujeres, expresadas por el abuso y las variadas formas de coacción, que se dan incluso dentro de las relaciones conyugales y matrimoniales, además de toda una serie de espacios, ámbitos sociales y formas de expresar la sexualidad; y las desigualdades incluso materiales existentes entre hombres y mujeres. Las conclusiones de las investigaciones, sobre todo sociológicas y antropológicas, realizadas en diferentes contextos del país, convergen al señalar que las relaciones de género afectan de manera particular a la sexualidad y, sobre todo, pueden facilitar la exposición al riesgo de contraer infecciones de transmisión sexual. Existen normas sociales de comportamiento sexual totalmente
diferenciadas para hombres y mujeres, normas que parecen contrapuestas
para unos y otras: todo lo que es permitido a los hombres, en las mujeres
es mal visto. Por presión social existe un compromiso muy fuerte
de los varones con una férrea identidad masculina, según
la cual la iniciativa sexual debe corresponder a los varones, ya que éstos
tienen impulsos sexuales incontrolables que los impelen a buscar el desahogo
sexual permanentemente. Se trata de una creencia tan arraigada en nuestra
cultura en distintos sectores sociales que vuelve muy compleja la labor
preventiva, la cual se complica aún más si tomamos en cuenta
los distintos contextos sociales en que debe realizarse (la migración,
el lugar de trabajo fuera del espacio familiar, etcétera). Por otro
lado, todo el señalamiento que pesa sobre el deseo y la expresión
sexual femeninos -el peligro de ser clasificadas como mujeres no aptas
para una unión conyugal, por ejemplo-, es muy serio en cuanto a
sus implicaciones y dificulta grandemente no sólo el uso de condones,
sino incluso el uso de anticonceptivos. Entre las jóvenes el uso
de anticonceptivos puede simbolizar que no se quiere tener un hijo con
la persona con quien se está teniendo relaciones sexuales, y eso,
a su vez, significa que en realidad no lo ama, que la mujer tiene relaciones
sexuales sin amor, sin intención de casarse ni tener hijos, en resumen,
significa que no es apta para una relación seria o conyugal. Dentro
de este contexto, el dar sólo información y promover el uso
del condón, cosas indiscutiblemente indispensables, resulta insuficiente.
El riesgo de quedarse sin pareja
Contrariamente a lo que se piensa, en México no está aumentando el número de embarazos adolescentes, lo que está aumentando es el porcentaje de esos embarazos que no culmina en una unión conyugal, por la imposibilidad de las uniones tempranas que se acostumbraban en México desde principios del siglo XX. Lo que está ocurriendo es que cada vez se dan menos embarazos adolescentes e incluso, según algunos indicios, cada vez menos relaciones sexuales antes de los 20 años de edad. Existe una pequeña pero significativa proporción de 7 por ciento, que no es para alarmarse, de nacimientos previos o fuera del matrimonio, de embarazos que no culminan en una unión conyugal, lo que significa que aunque las y los jóvenes tengan acceso a la escolaridad no tienen acceso a trabajos formales bien pagados que les permitan, a su vez, aumentar su capacidad y margen de negociación conyugal, con mayor autonomía, de tal manera que las y los jóvenes estuvieran en mejores condiciones de seguir otras pautas de comportamiento sexual, menos expuesto, menos riesgoso y más asertivos. La cultura tradicional refuerza sobremanera la doble moral que establece criterios diferenciados para hombres y mujeres --en particular promueve la fuerte dependencia de las mujeres de las relaciones de pareja y de la constitución de una familia--, y sobre estos criterios tradicionales se basa el establecimiento de relaciones de pareja estables. El problema aquí es que esta cultura de la doble moral es lo que les permite a muchas mujeres jóvenes adoptar estrategias para asegurarse un futuro, es decir, para contraer matrimonio. Cuando se enfrentan entonces a una decisión sobre si tener o no una relación sexual, y qué usar o no usar en ella, también enfrentan una decisión sobre la posibilidad de establecer una unión conyugal, sobre su futuro, sobre su vida. Si hay un riesgo importante para las mujeres mexicanas y para las jóvenes, es quedarse sin pareja, no lograr retenerla o no ser valorada por ella y esto está influyendo sustantivamente en las posibilidades de pensar en adoptar medidas preventivas, en cualquiera de los sentidos, tanto de abstenerse o no de las relaciones sexuales, como de tenerlas con protección. El grave problema es que son estas mismas normas tradicionales
que rigen la sexualidad las que vuelven vulnerables a las mujeres y a los
hombres a los riesgos de embarazos no deseados y a las infecciones de transmisión
sexual.
Edición de la ponencia presentada en el foro El VIH/sida y las relaciones de género, realizado el pasado 11 de septiembre en El Colegio de México. |