LETRA S
Febrero 6 de 2003

Los riesgos de la desigualdad
 


ls-pareja


¿Inician las jóvenes hoy su vida sexual con su primera relación 
conyugal, o siguen al respecto el ejemplo de sus abuelas? 
¿El matrimonio las protege invariablemente de los riesgos de 
enfermedades de transmisión sexual? ¿Qué circunstancias 
sociales favorecen el abuso y la desigualdad de género? En este 
texto, la doctora Ivonne Szasz, coordinadora del Grupo de 
Trabajo sobre Género y sexualidad del Programa "Salud 
Reproductiva y Sociedad" de El Colegio de México e 
investigadora del Centro de Estudios Demográficos y de 
Desarrollo Urbano de la misma institución, confronta las 
certidumbres apresuradas que aún persisten en México al hablar 
de sexualidad y al vincularla con las relaciones de género, 
a partir de la revisión puntual del cuerpo de investigaciones, 
estudios y encuestas demográficas existentes sobre el 
comportamiento sexual de las y los jóvenes de nuestro país.

Ivonne Szasz

Desde hace por lo menos 15 años, existe en México todo un cuerpo de investigación académica, bien documentada y confiable, sobre cómo ocurren buena parte de las relaciones sexuales. Desafortunadamente, esa investigación también revela que hay otra parte sobre la que conocemos muy poco, debido, en parte, a la existencia y fortaleza de una norma social que impone el silencio en materia de sexualidad. Aún sabemos muy poco, por ejemplo, de la conexión entre género y sexualidad, a pesar de la investigación y documentación existentes. Por eso trataré de hacer aquí una apretada síntesis de los principales hallazgos alcanzados en el campo de la investigación sobre el comportamiento sexual. Por lo reducido del espacio haré una serie de simplificaciones y generalizaciones, pero hay que tomar en cuenta que México es un país culturalmente muy diverso.
 
 

La falsa protección de la unión conyugal
En el campo de la sexualidad, destaca la investigación sociodemográfica realizada a través de grandes encuestas por el sector público, principalmente el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) y el sector Salud. Desde por lo menos 1975 se ha estudiado mayoritariamente a las mujeres en distintas etapas de su vida, las entrevistas incluyen preguntas relativas a la reproducción y a la salud y, desde mediados de los ochenta, a las relaciones sexuales. Los hallazgos de esas investigaciones rompen con una serie de creencias, muy difundidas incluso en el interior de la academia. En primer lugar, la muy polémica cuestión de la edad en que los y las jóvenes inician sus relaciones sexuales. Existe la creencia generalizada de que las últimas generaciones, sobre todo de jovencitas, tienen una mayor cantidad de relaciones sexuales premaritales y las tienen a una edad cada vez más temprana. Lo que muestra la investigación es todo lo contrario. Las jóvenes mexicanas tienen su primera relación sexual, en promedio, cerca de la fecha de su primera unión conyugal. La mayoría la tiene coincidiendo con su primera unión conyugal y una proporción muy alta, unos meses antes. Pero, en promedio, todas las encuestas señalan, desde mediados de los ochenta hasta la fecha, que las mujeres experimentan su primera relación sexual cuatro meses antes de la primera unión conyugal. En contraste, la distancia promedio entre la primera relación sexual y la primera unión conyugal de los jóvenes varones, es de siete años. Esto nos muestra una pauta muy diferenciada por género, entre hombres y mujeres, sobre cómo viven las experiencias sexuales.

En cuanto a la primera unión conyugal, una proporción muy alta de la población mexicana cohabita con una pareja sin que exista un matrimonio legal ni religioso de por medio; se da como una secuencia en el tiempo en que primero ocurre la unión consensual y más tarde el matrimonio legal o religioso. Y muchas veces, esta secuencia se inicia cuando ocurre el primer embarazo. Una proporción muy alta de mujeres mexicanas tiene su primera concepción antes de la primera unión conyugal. Es decir, el embarazo precipita la unión conyugal. Lo importante a subrayar es que se trata de una forma de concretar una unión conyugal. Lo que aparece en las investigaciones es que las relaciones sexuales previas a una unión conyugal significan para muchas mujeres, más allá de la atracción, el deseo o la tentación, una forma de consolidar una relación, de hacerla más estable. En estas circunstancias, resulta muy difícil plantear la prevención o la abstinencia de las relaciones premaritales, porque hay aquí un problema de fondo muy marcado.

Contrario a las apariencias, las relaciones sexuales premaritales o anteriores a la primera unión conyugal no son una práctica reciente en México. Si revisamos las encuestas de este tipo levantadas desde mediados de los años setenta, podemos observar los cambios ocurridos en las diferentes generaciones. Lo que encontramos con sorpresa es que las abuelas tenían relaciones sexuales a edades más tempranas que las generaciones actuales, concebían el primer hijo antes de la unión conyugal y se unían conyugalmente también a más temprana edad. A diferencia de lo que ocurre en otros países como Estados Unidos, en México, entre más urbano es el país y mayor el grado de escolaridad de las mujeres, la tendencia de las jóvenes es a retrasar su primera relación sexual. Lo que sí es una constante es el porcentaje elevado, arriba de 90 por ciento, presente en todas las generaciones de mujeres, que señala al novio o al esposo como la pareja de su primera relación sexual.

Lo anterior no significa que no se hayan presentado cambios en algunos sectores, porque lo que nos revelan las investigaciones son grandes promedios de millones de personas, de las cuales una proporción elevada aún vive en un contexto rural o de extrema pobreza y con grados de escolaridad muy bajos. Esas condiciones socio-económicas están más ligadas a concepciones tradicionales de las relaciones hombre-mujer. Pero lo importante a destacar aquí es la percepción generalizada que se tiene de la unión conyugal como factor que protege a las mujeres jóvenes de una serie de riesgos en materia sexual, lo cual sabemos es falso y debe ser cuestionado. Existe, por ejemplo, una proporción significativa de personas, en su mayoría mujeres, niñas y niños, que sufren abusos a sus cuerpos y a su sexualidad. En un contexto de relaciones de abuso físico y de fuerza, es imposible suponer que las medidas de prevención o el estado conyugal, en sí, protegerán a las personas.
 
 

Desigualdad de género y deseo sexual
Algo muy claro que se desprende de las investigaciones consultadas es que las concepciones culturales y las relaciones de género predominantes tienden a dificultar el uso de métodos anticonceptivos, sobre todo los métodos de barrera. Existe una serie de creencias y concepciones muy arraigadas, que tienen que ver con las identidades personales y de grupo, y que influyen poderosamente en el comportamiento de las personas. Es difícil enfrentarse a toda una tradición cultural tan fuerte como la del sexo premarital y propiciar el inicio de una tradición diferente como la de usar condones en todas las relaciones sexuales durante toda la vida. Por ello, es importante conocer lo que nos dice la investigación para identificar tales dificultades y poder promover medidas acordes con un contexto cultural específico, es decir, que realmente sean viables y accesibles a la población a la que se dirigen.

Lo que me interesa subrayar es que en las relaciones sexuales no sólo intervienen las pulsiones del deseo sexual y el estímulo del disfrute y el placer, sino que también influyen una serie de relaciones sociales que las condicionan y determinan, como por ejemplo las relaciones de género. Hay por lo menos dos dimensiones que podemos destacar de las relaciones de género: las relaciones de poder entre hombres y mujeres, expresadas por el abuso y las variadas formas de coacción, que se dan incluso dentro de las relaciones conyugales y matrimoniales, además de toda una serie de espacios, ámbitos sociales y formas de expresar la sexualidad; y las desigualdades incluso materiales existentes entre hombres y mujeres.

Las conclusiones de las investigaciones, sobre todo sociológicas y antropológicas, realizadas en diferentes contextos del país, convergen al señalar que las relaciones de género afectan de manera particular a la sexualidad y, sobre todo, pueden facilitar la exposición al riesgo de contraer infecciones de transmisión sexual.

Existen normas sociales de comportamiento sexual totalmente diferenciadas para hombres y mujeres, normas que parecen contrapuestas para unos y otras: todo lo que es permitido a los hombres, en las mujeres es mal visto. Por presión social existe un compromiso muy fuerte de los varones con una férrea identidad masculina, según la cual la iniciativa sexual debe corresponder a los varones, ya que éstos tienen impulsos sexuales incontrolables que los impelen a buscar el desahogo sexual permanentemente. Se trata de una creencia tan arraigada en nuestra cultura en distintos sectores sociales que vuelve muy compleja la labor preventiva, la cual se complica aún más si tomamos en cuenta los distintos contextos sociales en que debe realizarse (la migración, el lugar de trabajo fuera del espacio familiar, etcétera). Por otro lado, todo el señalamiento que pesa sobre el deseo y la expresión sexual femeninos -el peligro de ser clasificadas como mujeres no aptas para una unión conyugal, por ejemplo-, es muy serio en cuanto a sus implicaciones y dificulta grandemente no sólo el uso de condones, sino incluso el uso de anticonceptivos. Entre las jóvenes el uso de anticonceptivos puede simbolizar que no se quiere tener un hijo con la persona con quien se está teniendo relaciones sexuales, y eso, a su vez, significa que en realidad no lo ama, que la mujer tiene relaciones sexuales sin amor, sin intención de casarse ni tener hijos, en resumen, significa que no es apta para una relación seria o conyugal. Dentro de este contexto, el dar sólo información y promover el uso del condón, cosas indiscutiblemente indispensables, resulta insuficiente.
 
 

El riesgo de quedarse sin pareja
En México el matrimonio y la familia aún son las principales fuentes de seguridad para las mujeres. El mercado de trabajo femenino es todavía muy precario, muy limitado, sobre todo para las mujeres de baja escolaridad, que son la mayoría, por lo que la unión marital sigue siendo la trayectoria posible de movilidad social para las jóvenes mexicanas. Pero el mercado de trabajo masculino también se está volviendo precario, inestable y mal pagado, lo que afecta muy marcadamente los intercambios sexuales y la posibilidad de establecer relaciones de pareja estables.

Contrariamente a lo que se piensa, en México no está aumentando el número de embarazos adolescentes, lo que está aumentando es el porcentaje de esos embarazos que no culmina en una unión conyugal, por la imposibilidad de las uniones tempranas que se acostumbraban en México desde principios del siglo XX. Lo que está ocurriendo es que cada vez se dan menos embarazos adolescentes e incluso, según algunos indicios, cada vez menos relaciones sexuales antes de los 20 años de edad. Existe una pequeña pero significativa proporción de 7 por ciento, que no es para alarmarse, de nacimientos previos o fuera del matrimonio, de embarazos que no culminan en una unión conyugal, lo que significa que aunque las y los jóvenes tengan acceso a la escolaridad no tienen acceso a trabajos formales bien pagados que les permitan, a su vez, aumentar su capacidad y margen de negociación conyugal, con mayor autonomía, de tal manera que las y los jóvenes estuvieran en mejores condiciones de seguir otras pautas de comportamiento sexual, menos expuesto, menos riesgoso y más asertivos.

La cultura tradicional refuerza sobremanera la doble moral que establece criterios diferenciados para hombres y mujeres --en particular promueve la fuerte dependencia de las mujeres de las relaciones de pareja y de la constitución de una familia--, y sobre estos criterios tradicionales se basa el establecimiento de relaciones de pareja estables. El problema aquí es que esta cultura de la doble moral es lo que les permite a muchas mujeres jóvenes adoptar estrategias para asegurarse un futuro, es decir, para contraer matrimonio. Cuando se enfrentan entonces a una decisión sobre si tener o no una relación sexual, y qué usar o no usar en ella, también enfrentan una decisión sobre la posibilidad de establecer una unión conyugal, sobre su futuro, sobre su vida. Si hay un riesgo importante para las mujeres mexicanas y para las jóvenes, es quedarse sin pareja, no lograr retenerla o no ser valorada por ella y esto está influyendo sustantivamente en las posibilidades de pensar en adoptar medidas preventivas, en cualquiera de los sentidos, tanto de abstenerse o no de las relaciones sexuales, como de tenerlas con protección.

El grave problema es que son estas mismas normas tradicionales que rigen la sexualidad las que vuelven vulnerables a las mujeres y a los hombres a los riesgos de embarazos no deseados y a las infecciones de transmisión sexual.
 
 

Edición de la ponencia presentada en el foro El VIH/sida y las relaciones de género, realizado el pasado 11 de septiembre en El Colegio de México.