Angel Guerra Cabrera
Decadencia y arrogancia
El sistema mundial de dominación bajo la égida estadunidense ha entrado en una fase de irreversible decadencia y descomposición moral. Los hechos lo prueban: la impagable deuda externa del Tercer Mundo y la globalización financiera, causantes de las recurrentes e insoportables crisis de los "mercados emergentes", generadoras de estallidos sociales y formas de resistencia potencialmente antisistémicas como en Argentina; la creciente polarización entre una minúscula elite de potentados y una mayoría de desposeídos; la recesión simultánea de las tres principales economías capitalistas que agudiza sus rivalidades; la quiebra de Enron, preludio de la debacle de un sistema sustentado en la especulación desaforada, el fraude descarado, la corrupta colusión de funcionarios públicos y ejecutivos corporativos y el desprecio por la gente; la incapacidad de los sistemas políticos para conservar el consenso, evidenciada en la pujanza alcanzada por el movimiento contra la globalización neoliberal desde el chispazo primigenio de Chiapas y en su capacidad de remontar la confusión y desmovilización post 11/9 demostrada recientemente en Porto Alegre y las protestas de Nueva York.
He allí los verdaderos móviles del escandaloso golpe blanco ejecutado por el grupo petrolero texano para adueñarse del poder en Washington después de haber perdido las elecciones y de su brutal reacción ante el atentado terrorista del 11 de septiembre, que persigue la implantación de una dictadura militar en su país y en el mundo entero.
El informe sobre el estado de la unión presentado al Congreso de su país por el presidente George W. Bush es revelador de la prioridad que concede Washington a ese objetivo. No debe subestimarse el mencionado documento como una simple operación de apuntalamiento de la popularidad de Bush y de su partido, luego de las elecciones de medio término. Su importancia está en que subraya la hipocresía y la ideología fundamentalista, prepotente, excluyente y discriminadora del proyecto actual de reconquista manu militari de su hegemonía mundial por la plutocracia estadunidense, inclusive a expensas de sus propios aliados en la llamada guerra contra el terrorismo.
Sus recetas socioeconómicas: "libre mercado, libre comercio y sociedades libres prueban su poder para mejorar la vida en cada región", evidencian o un gran desconocimiento del mundo real o un cinismo ilimitado (acaso ambas cosas a la vez). Ya se sabe lo libres que son las sociedades contemporáneas para decidir por medio de las instituciones del sistema alguna alternativa a la ley de la ganancia desenfrenada y cuánto ha mejorado su vida con el libre mercado y el libre comercio. Hasta Bill Gates alertó en el foro de millonarios y tecnócratas de Nueva York sobre el peligro de que la pobreza en aumento haga fracasar la globalización de los poderosos.
Hemos salvado a un pueblo del hambre y liberado a un país de la opresión, dijo el pretencioso comandante en jefe de las fuerzas militares que obstaculizaron el envío de alimentos a la famélica población afgana mientras la ametrallaban sin piedad. Y al referirse a la "timidez" de algunos gobiernos ante el terrorismo: si ellos no actúan, América (sic) lo hará.
El informe de Bush es el de un grupo dirigente particularmente voraz, pero temeroso y desesperado también, que ve en la intimidación de su propio pueblo y de los demás estados -y en el uso de la fuerza contra todo el que se le oponga cuando lo crea conveniente- la única salida a los graves trastornos del sistema estadunidense. Lo confirma el presupuesto de guerra para 2003, cuyo solo aumento en 48 mil millones de dólares es superior al total del gasto militar de cualquier otro país, mientras en plena recesión sacrifica partidas dedicadas a infraestructura, educación y salud. Pero eso sí, incurrirá en déficit para subsidiar multimillonarias exenciones de impuestos a los ricos y a las grandes empresas.
La pírrica victoria militar en Afganistán ha elevado al cubo la proverbial arrogancia de Washington y lo ha llevado a sobrevalorar sus posibilidades de actuar unilateralmente y sin contar con otros poderes. Ya los europeos, incluso el fiel aliado británico, han puesto el grito en el cielo sobre las amenazas contra el eje del mal -Irak, Irán, Corea del Norte- anunciadas por Bush para la nueva etapa de la guerra y han abogado por una solución diplomática de las diferencias con esos países.
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