Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 27 de enero de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Sociedad y Justicia

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Honrar la memoria

Herencia postrera
Ramón Sampedro

CON FRECUENCIA, familiares de una persona recientemente fallecida hacen y se hacen una pregunta en apariencia de obvia respuesta, pero que en la práctica plantea interrogantes y alternativas nada fáciles: "ƑCómo podré honrar su memoria?"

ES DECIR, COMO respetar y enaltecer el recuerdo de ese ser querido que se ha marchado físicamente; cómo darle sentido a esta pérdida irreparable y, a la par, cómo repararme a mí mismo. Cómo, tras advertir y aceptar su ausencia, restablecer mis fuerzas -lo que no implica evitar el llanto, sino, por el contrario, permitirnos expresar nuestra aflicción- para seguir viviendo, sólo que ahora con un compromiso adicional: tener presente, como valor personal y no nada más como concepto, el legado existencial del difunto, la herencia positiva de su ánimo, la huella de su espíritu mejor.

AQUI ES DONDE esta parte fundamental -cómo honrar la memoria del ser querido- en la elaboración del proceso de duelo suele complicarse, en un espectro amplio que puede ir desde el autoflagelante y a estas alturas inútil "si hubiera...", hasta el peligroso, por enajenante, "él o ella habría deseado que ...".

NO SE TRATA pues de volvernos "buenitos" en los términos y expectativas de quien ha fallecido, sino de procurar, cada día del resto de nuestra existencia, ser más nosotros mismos, pero en función de un ego que estorbe menos la expansión de nuestra propia conciencia, hasta reincorporarnos, con renovado y lúcido compromiso, a la inagotable corriente de la existencia, enalteciendo así el recuerdo imborrable de quien nos legó su testimonio de vida y de muerte.

UN TANTO MOLESTA por "la inexplicable omisión para haber recordado en este espacio un aniversario más de la decisión ejemplar de Ramón Sampedro", escribe Maricarmen Rodríguez, a quien le puedo decir que de ninguna manera olvidamos a Sampedro, sino que por razones de espacio y de correos previos, hasta ahora nos referimos a quien con su espectacular suicidio asistido, el 12 de enero de 1998, conmoviera a la sociedad española, en particular, y al mundo, en general, renuente todavía a revisar obsoletas legislaciones en torno al derecho de todo ser humano a tener una muerte digna.

LE SOBRA RAZON a Maricarmen al calificar de "decisión ejemplar" el suicidio asistido con cianuro de Sampedro, gracias a la madura solidaridad de 11 amigos, habida cuenta de que en los últimos 25 años, Ramón, paralizado del cuello para abajo hacía 30, a raíz de una fractura de columna, venía solicitando a las autoridades el derecho a poner fin a su existencia. Podrá estarse o no de acuerdo con su decisión, pero resulta inadmisible que leyes y religiones aún se empeñen en restringir la libertad personal ante la propia muerte, el último tabú de la posmodernidad.

[email protected]

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año