José Cueli
šMirá cómo toreó David!
David Silveti, curtido a cornadas y limitado muscularmente, regresó a la Plaza México y generó una tarde de largos tiros caleseros. Como en su nombre y apellido, como en su espíritu, como en su expresión simbólica, todo en él fue singular y ungió de emoción y luego de encantamiento su quehacer torero.
Armó una escandalera con el capote, con el cuarto toro, que hasta los cimientos de la plaza se cuartearon. šQué manera de torear! Cuatro verónicas y una media, prodigiosas, con una lentitud que detenía el tiempo y los olés sonaban diferentes a otros. La plaza estallaba en aplausos y los gritos de torero de las grandes tardes. Qué juego de cintura, que le permitió cargar la suerte y rematar con la media que enloqueció a los aficionados. Ese encantamiento le permitió sorprender por lo inesperado, lo proteico, lo fresco, al desplegar un juego armonioso de brazos jugados en rítmico vuelo. Vertical, el pecho retador, pujante la cadera, recargado en los riñones, sintiendo los lances sobre la pierna de salida, enroscando el noble burel de Fernando de la Mora que le correspondió a los muslos. Dueño de una afición y de una torería superiores a sus capacidades físicas, demostró que ser torero, lo que se dice torero, es tener otra carne, piel e instintos, es tener la música en los nervios y embeberse en ella. Es saborearse, darse, sentirse, como se entregó David Silveti. šVaya torero!