Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 13 de enero de 2003
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Política

Armando Labra M.

Abdicación terminal. Revolución, involución

Amanece el año con la novedad de que estamos en plena revolución silenciosa. Nadie se había percatado de lo silente, pero sí de lo reaccionario, omiso, tortuoso, inepto y confuso del quehacer gubernamental que, lejos de revolucionar, involuciona, abdica. Es más fácil de reconocer la presencia de una involución abdicante. Lo difícil es lo que sigue.

El caso del Canal 40 ilustra, entre otros, el perfil involutivo y abdicante del gobierno que tenemos, pero más grave aún, de lo que habremos de padecer si persiste y prospera. En efecto, ya se ha escrito mucho sobre el carácter dual del conflicto entre Canal 40 y Tv Azteca: por un lado, la querella entre particulares y, por otra, el pisoteo de la legalidad ante la ausencia deliberada y la connivencia de las autoridades, que avalan el despojo y la represión. Y que en franco desaseo jurídico y político, lejos de intervenir, ya no para resolver, no muestran voluntad, capacidad ni oficio siquiera para aplicar la ley.

Cuando se exige públicamente a un gobierno asegurar el estado de derecho, restituir a su legítimo titular la señal televisiva y legislar, algo está podrido en Dinamarca, sobre todo si el propio gobierno protagoniza la burla de la ley. Que el gobierno sirve a las grandes televisoras queda fuera de duda, no sólo ahora; basta recordar el albazo de octubre pasado cuando, por encima y al margen de dos años de encuentros técnicos con especialistas en materia de radio y televisión, la Presidencia decretó cambios fiscales para ampliar, precisamente a esas empresas, a costa del tiempo del Estado.

La abdicación se resume y confirma en el célebre-por-infausto "y yo por qué", pero queda constatada, entre otras, en la determinación del gobierno foxista de servir a los farmers y al gobierno de Estados Unidos antes que a los campesinos mexicanos y al interés nacional, repudiando cualquier posibilidad de revisar el TLCAN en materia agropecuaria simplemente para evitar daños a nuestros productores. Hacerlo no sería oprobio, sino un proceso no sólo imperativo, sino común y corriente, contemplado dentro de la misma normatividad del TLCAN.

La involución se expresa sencillamente en la respuesta a una pregunta elemental: Ƒa quién sirve el gobierno? Ciertamente no a la mayoría, tampoco a la minoría cuyos votos fueron suficientes en 2000, y si nos ponemos más rigurosos, tampoco al resto de los mexicanos, con excepción del puñado de nuevos ricos poderosos e impunes que todos sabemos.

Esta dramática circunstancia tiene que ponderarse menos por su decepcionante realidad y más por lo que anuncia como futuro. El gobierno es crecientemente disfuncional no sólo para servir a la mayoría de los mexicanos. Tampoco es eficiente para servir los designios provenientes de Washington ni los de sus amigos, socios o jefes locales a quienes finalmente exhibe.

Es un gobierno terminal y en esa perspectiva tienen sentido, desde las frustradas iniciativas de diputados panistas para asegurar que en caso de ausencia del Presidente su interino o sustituto sea panista, hasta los reacomodos recientes del gabinetazo.

A contrapelo de cualquier transición democrática, la sobrevivencia de un gobierno disfuncional y terminal sólo puede darse en el autoritarismo creciente y eso no lo quiere ni lo aceptará nadie, adentro o afuera. El PAN tiene perdidas las elecciones presidenciales de 2006 si el gobierno foxista se endurece -tampoco lo haría bien- lo mismo que si simplemente continúa acumulando yerros, dislates, decepciones y conflictos no resueltos, mal o pésimamente resueltos.

No se necesita ir lejos para ver que la economía sigue pasmada, la sociedad empobrece por minutos, la cultura desapareció del escenario y la política política se envilece y envilece al resto del quehacer público. Se acumulan incesantemente problemas serios que complican cualquier acción política o económica después de que culmine la fase terminal en curso.

Aquí hemos dicho hace mucho que, sin saberlo, el gobierno foxista terminó su sexenio antes de cumplir un año. Ahora, por decisión propia, quizá inconsciente, el gobierno ha abdicado y opta por recogerse en su inercia disfuncional.

Es un insólito de tal magnitud que muchos no quisiéramos ni verlo, pero ahí está y hará crisis este año después de las elecciones intermedias. Remontarlo será el desafío histórico más complejo y profundo que habremos de encarar los mexicanos en el futuro inmediato y hay que estar preparados. Así nos amanece 2003.

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