A cargo de la antología ¿Dónde es aquí?, Claudia Lucotti nos habla del cuento anglófono canadiense, sus antecedentes, su vigor actual; Laura López Morales, que ha coordinado las antologías de cuento francófonos publicadas por la UNAM y por el FCE en años anteriores, refiere las características del género y de sus cultivadores. Los autores aquí incluidos son un claro reflejo de las procedencias y la movilidad en el territorio canadiense: Austin Clarke señala los abismos culturales entre caribeños y canadienses de Toronto; Alistair McLeod, quien vive en Nueva Escocia, aborda el fin de la infancia con una elegante melancolía; Carol Shields, inmigrante de Estados Unidos, utiliza una elocuente mordacidad para subrayar conductas y vacíos; Kristi-Ly Green, la más joven de este cuarteto, deja clara evidencia de su prosa sonora, ardiente y dolorosa. Publicamos estas cuatro muestras contemporáneas del cuento canadiense, así como los dos ensayos complementarios, dando así seguimiento a la revisión que de la cultura canadiense se ha hecho en estas páginas en números anteriores. MÓNICA
LAVÍN
Claudia Lucotti
Tal vez podríamos considerar que los más lejanos antecedentes de este género en Canadá son las breves descripciones que aparecen en los diarios de los primeros exploradores y viajeros, marcadas por lo general por la presencia de una naturaleza inclemente. Más adelante, en periódicos y revistas de la primera mitad del siglo xix, aparecieron cuentos y viñetas de escritores como Thomas McCulloch y Thomas Chandler Haliburton. Dos escritores de interés de finales de ese siglo fueron Ernest Thompson Seton y Charles G. D. Roberts, quienes con sus desoladores cuentos de animales narrados desde la perspectiva de éstos iniciaron la larga tradición de la narrativa canadiense que, con características muy propias, gira alrededor del mundo animal. En 1928 Raymond Knister publicó la primera antología de cuento canadiense. El proyecto resultaba innovador, pero el objetivo de Knister de dar testimonio del inicio de una nueva era dentro del género cuentístico en Canadá se cumplió sólo de modo parcial, ya que la mayoría de los escritores antologados como, por ejemplo, Stephen Leacock (considerado un especie de Mark Twain canadiense) y Duncan Campbell Scott, se ligaban con una vertiente de la literatura romántica de ese país que ya estaba llegando a su fin. Únicamente la presencia Morley Callaghan indicaba la renovación que iba a sufrir el cuento canadiense en las próximas décadas. A partir de los años veinte encontramos entonces un creciente interés por dejar atrás la escritura de características románticas, para dar paso a una en que se registran de modos más contemporáneos los tiempos que se vivían. La experiencia de la primera guerra mundial sin duda contribuyó a esto, y la depresión económica que asoló a Canadá en los años treinta no hizo sino enfatizarlo. El país vivía, por otra parte, tiempos en los que se replanteaba su posición dentro de la Commonwealth, en los que surgían sobre todo en Quebec discusiones en torno a la necesidad de una renovación cultural, y en los que ocurría una migración masiva desde Europa Oriental y Asia. En el contexto de este complejo panorama social y cultural no resulta extraña la aparición en la escena literaria del escritor Morley Callaghan, a quien se considera el primer cuentista moderno de peso en la literatura canadiense. A diferencia de los cuentistas románticos, la obra de Callaghan, que comienza a aparecer a fines de los años veinte, gira en torno a la vida cotidiana de personas comunes y corrientes atadas a los códigos que imperan en el lugar donde viven. Pero es realmente a partir de la segunda guerra mundial cuando se consolida la tradición del cuento corto canadiense, ya que a partir de este momento hay varios factores, como el creciente bienestar económico y una mayor presencia política del país a través de su participación en las Naciones Unidas, que impulsan el reconocimiento de la existencia de una auténtica identidad canadiense. Los autores que emergen en estos años poco a poco toman conciencia de que escriben desde una realidad propia, con características muy específicas, y de que tienen que encontrar técnicas literarias adecuadas para expresarla y evitar así caer en estereotipos o imitaciones de modelos extranjeros. Aquí conviene recordar la influencia que ejercieron sobre algunos de estos autores las obras de corte psicológico que trataban acerca de la vida en el Quebec moderno de escritores como Gabrielle Roy. Uno de los primeros nombres que debemos mencionar para este segundo momento del cuento canadiense moderno en inglés es el de Ethel Wilson, escritora que explora de manera crítica la relación que se establece entre un individuo y el complejo mundo que habita. Otra autora importante, que lleva aún más lejos el cultivo de un estilo propio, es Mavis Gallant, canadiense que reside hace años en París y que ha escrito acerca de seres desubicados en un mundo cambiante. A diferencia de ellas, Sinclair Ross retoma el viejo tema de la vida sacrificada de los pobladores de las praderas, pero interesándose de modo muy distinto de lo que ocurre en los textos del siglo xix y comienzos del xx por la oscura psicología de estos individuos. A partir de los años cuarenta comenzó a apoyarse de modo más decidido la publicación y la difusión del cuento canadiense en libros y revistas. Buena parte de la popularidad contemporánea del cuento corto en el Canadá de lengua inglesa, tanto entre escritores como entre lectores, deriva de esa difusión en revistas, aunque también de que a fines de los años cuarenta la estación de radio gubernamental CBC lanzara un programa, que permaneció en el aire muchos años, que tenía como objetivo difundir la obra de cuentistas canadienses. En ese programa se dio a conocer, por ejemplo, Alice Munro, quien con el tiempo se ha convertido en una de las escritoras canadienses de mayor jerarquía. Sus cuentos, que recrean el mundo de las pequeñas comunidades de su infancia en la provincia de Ontario, grupos aparentemente simples pero que contienen realidades ocultas, cobran un tinte ligeramente gótico. Otra escritora que explora la vida en las pequeñas comunidades de su país es Margaret Laurence, aunque su obra, que sobre todo problematiza de quién es el espacio que se habita, está escrita con una técnica mucho más tradicional que la de Munro. Las técnicas narrativas tradicionales son de hecho características de buena parte de los cuentistas canadienses, posiblemente debido al tardío florecimiento de este género. Hacia fines de los años cincuenta, a partir del Informe Massey que hizo un diagnóstico poco favorable de la situación de las artes en el país, el gobierno fundó el Canada Council para apoyar y promover de manera más efectiva la creación artística y su difusión. Esta fundación estuvo inmersa en un contexto donde los sentimientos nacionalistas de la posguerra comenzaron a transformarse a medida que surgían, sobre todo en los años sesenta, diversos cuestionamientos de índole política, ideológica y cultural, relacionados, por ejemplo, con la creciente influencia de Estados Unidos, así como con los planteamientos del movimiento separatista de Quebec. Este clima de debate propició un renacimiento de la cultura en el que tuvo una participación destacada la producción editorial. Empresas ya existentes, como McClelland and Stewart, y nuevas editoriales más pequeñas, como Anansi, Oberon y Talonbooks, se beneficiaron de los apoyos gubernamentales y de los crecientes controles impuestos por el Estado a las editoriales extranjeras en cuanto a la producción y distribución de la literatura canadiense. En este punto debe subrayarse que surgieron también pequeñas editoriales regionales, lo que nos habla de un generalizado y maduro ambiente cultural.
Una de las escritoras canadienses contemporáneas más reconocidas es Margaret Atwood, autora de cuentos notables por las visiones mordaces y críticas que ofrecen, a menudo en relación a las mujeres, de la sociedad actual. Atwood se interesa por el lugar que ocupamos en el mundo a partir de una perspectiva excéntrica cercana al surrealismo. También George Bowering y Jack Hodgins subvierten las convenciones del cuento tradicional. El último nos presenta una imagen muy especial de Canadá, específicamente de la isla de Vancouver donde nació, al integrar elementos del realismo mágico latinoamericano con otros provenientes de la tradición del realismo regional canadiense. Este gradual abandono de técnicas y estilos narrativos asociados al realismo se vuelve aún más marcado en los últimos veinte años; podría decirse que en general el cuento canadiense de hace veinte años se interesaba sobre todo por el contenido, mientras que ahora el énfasis recae en el desempeño verbal y retórico, sin que esto implique un abandono absoluto de las técnicas narrativas tradicionales. Entendemos en este contexto los textos de Bonnie Burnard que buscan escribir el cuerpo femenino, los peculiares usos que Connie Gault hace del tiempo, la fuerte carga simbólica de la obra de Carol Shields, los juegos de Barbara Gowdy con lo que se ha denominado "el gótico de Ontario", el trabajo textual de Janice Kulyk Keefer en estrecha relación con las artes visuales, el uso cuasi-cinematográfico de los textos de Stephen Hayward y los experimentos lingüísticos de Kristi-ly Green que bordean en la poesía. Finalmente, hay que mencionar a Melissa Hardy, quien, entre otros, representa la voz de los indígenas de modo auténtico, a diferencia de lo que había sucedido anteriormente, cuando este tema sólo aparecía en textos escritos por autores no indígenas. Este apretado panorama pretende dar cuenta
de la asombrosa y encomiable diversidad del cuento canadiense, del que
se publican en inglés, anualmente, varias antologías. Dentro
de esa diversidad llama la atención, sin embargo, una constante:
el interés por el lugar donde se habita, un espacio que en algunos
textos puede reducirse a lo simplemente geográfico, mientras que
en otros se hace más complicado al ligarse con los lugares que se
ocupan dentro de tejidos sociales, políticos, familiares y a veces,
incluso, íntimos y psicológicos. Esta exploración
parece expresar un rasgo dominante de una sociedad que, a raíz de
su compleja historia en cuanto a la definición de una identidad
propia, busca conocer de modo más completo el lugar que ocupa en
el mundo. Pues, como afirma Frye en un texto clásico: "Me parece
que la sensibilidad canadiense ha sido profundamente perturbada, no tanto
por nuestro famoso problema de identidad, aunque sea muy importante, sino
por una serie de paradojas con las que se topa esa identidad. Está
menos perpleja por la pregunta ¿Quién soy? que por una interrogante
como ¿Dónde es aquí?"
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