José Cueli
šAire que lleva aire!
Esta semana se cumplieron 100 años del nacimiento del poeta marinero Rafael Alberti. Casi 100 años de creación poética en que maravillosamente dibujo en verso las huellas de su puerto de Santa María, en la que se adivina un horizonte infinito. Ese que interiorizó en las madrugadas salineras. Su amor al mar, su pasión por la música, fueron resortes inagotables y fuertes estímulos de este ensoñar consolador y deleitoso. Amaba al mar, su mar, hasta querer fundirse con el rumor del aire en el juego suave del desmayar de las olas en las playa contra las peñas. Este vivo sentimiento musical, marinero, nativo y cultivado, llenó toda su obra de una íntima y lejana melodía apenas perceptible, que no se sabe de dónde le salía, pero prestó a su verso un secreto hechizo, un escondido encanto.
Huella marinera que lo diferencia de los poetas andaluces de su generación (Lorca, Machado, Pemán, etcétera) de corte flamenco. Huella que le evitó quedar encerrado en la veta flamenca y lo llevó a una poesía diversa, calando en la raíz misma de lo transgeneracional de su gaditanismo. Veta suya recogida en el aire y donaire gaditano expresión de su poesía como tal poesía. Rafael Alberti vivo en el mar, el sentimiento que transmitió en su poesía; un deseo de luz, de movimiento, de coqueteo -alegría pura-, de atracción por lo movedizo, luminoso, ansia infinita de vivir, expresada en sus versos con ingredientes de ligereza y suavidad aterciopelada. En suma deleite tráctil, ingenuidad gozosa, vida en superficie, sensualismo del juego cotidiano, que pese a no parecerlo, jugaba a la muerte como no queriendo. Rafael reabre el tema cerrado del flamenco, gracias a las formas abiertas que estaban en el origen de su personalidad, sumados a un ingenio prodigioso, atributo indispensable para propiciar los cambios de rumbo de su poesía en busca de la libertad y su individualidad, más allá de la realidad. En su poesía flamenca taurina empezó este despliegue. Rafael toreó de capa marinera, no de muleta. Debajo del farolear de su capa, estaba la muerte. Toreo que con una media verónica, dejaba el recuerdo emotivo de lo vivido, de por vida. Toreo sorpresivo, enigmático, inasible, sin origen, sin fin. šAire que el aire le lleva!