En 1992 Alfonso Martín del Campo fue
condenado a 50 años de cárcel
"Fui obligado a declararme culpable del asesinato de
mi hermana y su esposo"
Me torturaron hasta que firmé mi confesión,
narra desde el reclusorio de Pachuca
VICTOR BALLINAS PRIMERA PARTE
La noche del 29 de mayo de 1992, en la casa ubicada en
Amores 1523, colonia Del Valle, fueron asesinados Patricia Martín
del Campo, de 21 puñaladas, y su esposo, Gerardo Zamudio Aldaba,
de 35. De ese lugar los asesinos se llevaron a Alfonso Martín del
Campo, hermano de Patricia, y lo dejaron en la carretera a Cuernavaca.
Horas después del crimen la Policía Judicial capitalina lo
torturó para obtener su confesión. Con esa única
prueba, obtenida bajo tortura, fue condenado a 50 años de prisión.
Tras 10 años de encierro, Alfonso Martín del Campo narra
a La Jornada, desde el reclusorio de Pachuca, Hidalgo, su testimonio.
Es una historia que lo mantiene en lucha por su libertad y que revela el
grado de corrupción en el sistema judicial mexicano.
"Yo
dormía en mi cuarto -recuerda Alfonso Martín del Campo-,
cuando me despertaron los gritos de pánico de mi hermana Patricia,
cerca de la medianoche. Me levanté, y al abrir la puerta me topé
con un hombre que tenía la cara cubierta con una media negra. Por
la sorpresa, el hombre me aventó a mi cuarto, empezamos a pelear,
de pronto apareció otro sujeto, también con la cara cubierta
y un cuchillo.
"El que tenía el cuchillo salió de la habitación
de mi hermana Paty y su esposo. Se me acercó y me dijo: '¡Tú
eres Chacho! -me sorprendió, porque así me apoda mi
familia. ¡No!, le dije, no soy. Se volvió a acercar, esta
vez poniéndome el cuchillo en el cuello. ¡Sí, sí
soy Chacho!, le contesté.
"¿Dónde está tu coche?, me preguntó.
No sé. Debe estar allá abajo, respondí. Me siguieron
golpeando. Me cuestionó: ¿dónde está el dinero?
En el cuarto de enfrente, en el tercer cajón, ahí hay dinero
-en la recámara de mi hermana y mi cuñado-, respondí.
Uno de ellos salió a buscar el dinero y el otro se quedó
conmigo.
"Regresó el del cuchillo y me volvió a preguntar:
¿dónde tienen más dinero? En la bolsa de mi pantalón,
le respondí. Me volvieron a pegar y me lanzaron a la cara los muñecos
de porcelana del buró. 'Hay que desmayarlo', oí que dijeron
entre ellos. El del cuchillo se acercó, y asustado le dije que no
me mataran, que cooperaría con ellos, pero que no me fueran a matar.
"Vístete, ordenaron. Tu familia está bien,
no te preocupes, sólo están desmayados. ¿Dónde
están las llaves del coche azul?, me preguntaron, mientras cortaban
una toalla para vendarme los ojos. Las debe tener mi cuñado en su
bolsa, respondí, y uno de los hombres fue a buscarlas. Regresó
y me dijo que las había encontrado; entonces me pidió las
llaves del coche negro y aflojaron la venda de los ojos. Busqué
en la bolsa de mi pantalón, ahí estaban y se las di.
"Me volvieron a apretar la venda de los ojos y me metieron
en la cajuela del coche. Lo sacaron y encendieron la radio. Escuché
música. Transcurrieron como 15 minutos y se detuvieron, apagaron
el motor y oí que se abrían y cerraban las puertas. Pasaron
como dos minutos, se volvieron a subir y arrancaron a gran velocidad. Pensé
que íbamos por la carretera porque mantuvieron la misma marcha de
manera continua. Transcurrieron como 20 minutos y frenaron. Sentí
que daban vuelta en redondo y escuché un impacto como a los 10 minutos.
Oí muchos ruidos y que abrían y cerraban las puertas, y pronto
todo quedó en silencio.
"Me quedé sin moverme hasta que escuché
algunos coches pasando al lado. Debajo de mí había una llave
de cruz, con ella rompí la calavera y saqué la mano por el
hueco. Vi que estaba en una autopista. Cuando pasaban los coches yo agitaba
la mano con una varilla, sin embargo ningún automóvil se
detuvo. De pronto se abrió la cajuela, me bajé muy agitado,
fui al asiento delantero y vi que ahí estaba la bolsa de mi hermana.
Saqué dinero, las llaves de su coche, y me fui corriendo.
"Cada vez que pasaba un coche pedía auxilio, pero
nadie se paraba. Amaneció y yo seguía corriendo. Vi a un
hombre con una bolsa de mandado, lo alcancé, le pregunté
dónde estábamos, y me dijo que en la carretera a Cuernavaca,
y me preguntó: ¿Qué té pasó? ¿Por
qué tienes sangre en la cara y la camisa? Me secuestraron, le dije.
Le pregunte dónde podía tomar un camión y me respondió
que como a un kilómetro estaba la parada y caminé hasta ese
punto para abordar un autobús.
"Hasta que estuve en el camión me preocupé
por mi familia. A todos los que iban en el autobús les veía
cara de secuestradores. Al llegar a la caseta de cobro vi unas patrullas
y le dije al chofer que me permitiera bajar. Atravesé la carretera
y llegué al puesto de la Policía Federal de Caminos. Ahí
les conté lo que me había ocurrido y les pedí que
se comunicaran con unos primos para que fueran a mi casa y vieran cómo
se encontraba mi familia; me dijeron que no tenían teléfono
pero que iban a comunicarse por radio a la central y que ellos hablarían
a mi casa.
"En una patrulla me llevaron hasta donde estaba mi coche.
Uno de los agentes se metió entre la maleza y encontró un
guante y un cuchillo. Me preguntó si con ese me habían amenazado
y le respondí que sí. Regresamos al puesto de la policía
y me recomendaron que fuera a poner mi denuncia a la delegación
de Tlalpan, por secuestro y robo de vehículo. Y en una patrulla
me llevaron a la casa de mi hermana.
"Al llegar había mucha gente. Conforme nos acercábamos
vi una ambulancia y al bajarme de la patrulla para entrar a la casa, un
policía de Protección y Vialidad me preguntó si ahí
vivía mi familia; le respondí que sí y entonces me
dijo: Tienes que ser fuerte. Los mataron. Me quedé en shock,
recargado en una jardinera. Delante de mí pasaban policías
judiciales y unas personas con batas blancas. El policía vino hacia
mí, me dijo acompáñanos a la delegación Benito
Juárez a levantar tu denuncia".
Tortura en los sótanos de la delegación
"Llegamos
a la delegación y me dijeron que esperara. Pasaron unos minutos
-prosigue Alfonso- y llegaron dos policías, gordos, morenos, ataviados
con chamarras negras. Me preguntaron si yo tenía que ver con el
crimen de la calle Amores. Les respondí afirmativamente y me pidieron
que los acompañara; bajamos unas escaleras hasta el sótano.
Ahí me sentaron en un sillón negro de vinil y a mi lado se
sentó uno de los policías gordos y el otro permaneció
de pie, frente a mí. A ver, con calma, dínos qué pasó,
dános detalles. No te precipites -pidieron. Entonces les relaté
lo que había ocurrido.
"A ver, otra vez, vuelve a empezar. Dános más
detalle, repítenos tu historia. Y otra vez, les conté lo
que había pasado. Me pidieron que les dijera a qué se dedicaba
mi familia y qué había hecho yo durante la semana. Volví
a repetir lo que me pasó.
"Apenas había terminado mi relato, cuando el policía
que estaba sentado junto a mí me pegó en la espalda con gran
violencia. ¡No te hagas pendejo!, mejor dínos ya cómo
los mataste. Me quedé paralizado del terror. El policía que
estaba frente a mí me golpeó en la cabeza. ¡Tú
lo hiciste! Mira cabrón, mejor dínos cómo los mataste,
me decía.
"Me ordenaron que me desvistiera y con un trapo húmedo
me pegaron en la espalda y me patearon, insistiendo en que les dijera por
qué los había matado y que con eso me iba a ahorrar muchos
problemas. Los dos me golpeaban y luego entraron otros dos policías
judiciales, que en forma amigable me decían que me iban a echar
la mano. Tú nomás firmas y ya, me sugerían. Al poco
venían los otros dos a golpearme. Así estuvieron como cinco
horas.
"Posteriormente me colocaron una bolsa de plástico
en la cabeza y la apretaban para que me faltara aire. Me amenazaban con
asfixiarme si no firmaba, continuaron ahogándome hasta que ya no
pude más y les dije que firmaría lo que quisieran pero que
ya no siguieran. Luego supe que uno de los que me torturaron era el subcomandante
Manuel García Rebollo. Una vez que firmé se pusieron contentos.
Me dijeron que me vistiera. Ya eran como las 5 de la tarde. Después,
como a la medianoche, me sacaron de la delegación por el sótano
en una camioneta Volkswagen. Iba tirado en el piso del vehículo
y me llevaron a la casa, donde me tomaron varias fotografías. Pónte
así, me decían. Ahora así. Sacaron unos guantes rojos
y me los pusieron. Ellos movían mis manos.
"Me sujetaron por las muñecas y hacían movimientos
como si yo estuviera apuñalando a alguien. Luego supe que esa era
la reconstrucción de los hechos. Como a las dos horas me llevaron
unos papeles y me dijeron que los firmara. Era la reconstrucción".
Con esa declaración, arrancada bajo tortura, Alfonso fue acusado
del homicidio de su hermana y su cuñado. Ese fue sólo el
comienzo de las irregularidades en su proceso. En la averiguación
previa 10/2160/92-05, de fecha 30 de mayo de 1992, a las 13:30 horas, el
policía judicial Sotero Galván Gutiérrez declaró
ante al Ministerio Público que ponía a su disposición
a Alfonso Martín del Campo como presunto responsable del doble homicidio.
En su testimonio el policía asegura "que encontró
en la casa de Amores 1523 a Alfonso Martín del Campo, quien primero
le dijo que unos encapuchados habían matado a su hermana y a su
cuñado, y que a él lo habían golpeado. Luego empezó
a caer en contradicciones y se le veía nervioso, por lo que al seguir
preguntándole qué había pasado, confesó que
él había asesinado a su hermana y a su cuñado". Según
consta en el acta, el policía dijo que "el acusado me confesó
que se encontraba borracho y que empezó a discutir con su cuñado
por un dinero que le debía: 700 viejos pesos. Que se hicieron de
palabras, intercambiaron golpes y lo acuchilló. Enseguida, como
su hermana le reclamó su proceder, también la mató".
Con esa declaración del policía y la confesión
obtenida bajo tortura, a Alfonso se le condenó a 50 años
de prisión. En poco tiempo este caso podría reabrirse ante
la justicia internacional.