LETRA S
Diciembre 5 de 2002

Editorial

En varios sentidos, la epidemia del VIH/sida es una epidemia clandestina, invisible. En primer lugar, la gran mayoría de las personas infectadas no sabe que lo están, desconocen su situación serológica. Se calcula que sólo 10 por ciento de las personas infectadas por ese virus se ha realizado la prueba de detección. En segundo lugar, la casi totalidad de quienes ya lo saben deciden permanecer en el anonimato por temor al rechazo y a la discriminación.

Se trata de una enfermedad que obliga a quienes la padecen a ocultarse o aislarse por vergüenza y miedo a la reacción de las demás personas, incluyendo muchas veces a familiares y seres queridos. A la epidemia del VIH/sida no se le ha respondido como a cualquier otra epidemia de consecuencias devastadoras en la población. Por tratarse de un padecimiento hasta ahora incurable y de transmisión predominantemente sexual o asociado al consumo de drogas inyectables, la respuesta social a ese grave problema de salud ha estado condicionada y permeada por consideraciones moralistas y suposiciones prejuiciadas. De tal manera que portar el VIH se ha convertido en un estigma que marca a las personas que lo sufren, llevándolas muchas veces al aislamiento y exponiéndolas al rechazo, al maltrato y a la discriminación.

El estigma impuesto al sida y la discriminación que sufren las personas que lo padecen están tan extendidos y arraigados en la sociedad que no se ha dudado en calificarlos también como otra epidemia, de consecuencias tan devastadoras como la primera. Hoy se les identifica como unos de los principales obstáculos para controlar a la epidemia del VIH/sida.

Darle rostro a la epidemia, crear espacios para lograr la visibilidad de las personas que la padecen es una manera de combatir la imagen negativa, cargada de estigma que aún domina en la sociedad sobre ese grave padecimiento.