Javier Aranda Luna
Poniatowska: pasión por contar
Si algo define la escritura de Elena Poniatowska es la pasión. Escritura, porque lo mismo hace novelas, cuentos, crónicas, entrevistas, prólogos y poemas. Estos últimos son poco conocidos en su abundante producción. Los conoció Octavio Paz y le provocaron tal entusiasmo que ayudó a su autora a corregir algunos.
La pasión de Elena por su oficio abarca todos los frentes: pasión por el idioma, por las historias que nos cuenta -sean reales o imaginarias-, por los personajes que nos presenta, sin importar que sean producto de la fantasía o estén hechos de carne y hueso, y por la búsqueda del humor incisivo. Y es por esa pasión que sus libros no pasan inadvertidos. Por eso no me asombró que hace un par de años La noche de Tlatelolco, libro publicado hace más de treinta, haya sido objeto de una crítica atolondrada e inmoral: Ƒtardaría tres décadas el presunto crítico en leer el libro? ƑLa morosidad fue producto del resentimiento o de su incapacidad de lectura? No importa: sus exabruptos servirán, si acaso, para animar la picaresca de los sótanos de la cultura.
Aunque el corazón político de Poniatowska late del lado izquierdo, a la hora de escribir su único compromiso es con la literatura. Si La noche de Tlatelolco ha durado tanto tiempo entre nosotros no se debe sólo al tema que trata, sino a su construcción estética. El ensamble de ese coro de voces que nos cuentan la terrible historia de la matanza de 1968 no ha dejado de asombrar a los escasos críticos literarios de nuestros días.
Su oficio periodístico ha hecho que su trabajo literario sea ejemplo del sano ejercicio de la claridad. Su prosa es directa y ágil, sorprende y hace sonreír por el humor que de rato en rato nos comparte la escritora. Como elude la repostería literaria, ese falso título de nobleza entre la docta ignorancia, sus textos se sostienen por el mero ánimo de contar. Leerla es como escuchar una buena historia en una sobremesa que deseamos que se prolongue.
Me parece que ese gusto por contar es el gozne que une su quehacer periodístico con su trabajo literario. Elena nos cuenta historias reales o imaginarias. Y como la materia prima para el periodismo y la literatura es la misma, sus crónicas son la mayoría de las veces piezas literarias. O Ƒno es verdad que muchas de sus crónicas están mejor construidas que decenas de cuentos y novelas que invaden las librerías?
El Premio Nacional de Literatura que recibirá en breve refrenda el gusto de muchos lectores. Es significativo también que por vez primera lo reciba una escritora. Aunque Poniatowska sea una princesa real, nacida en París, ha continuado como pocos una de las tradiciones literarias más ricas de nuestras letras. Me refiero, claro, a la Academia de Letrán; la academia más productiva y menos académica de nuestra historia literaria.
En los textos de Elena Poniatowska convergen la alta cultura y la cultura popular, la ficción y la reflexión, la prosa que sacude nuestros puntos de vista, la que nos hace reír y la que dispara nuestra imaginación. No dejan de sorprenderme sus novelas, en las que creo vislumbrar personajes reales, como en La piel del cielo, ni la minuciosa imaginación que asoma en esa pequeña obra maestra que se llama Querido Diego, te abraza Quiela. Por lo demás no dudo que en el año 2050 surja otro crítico ''feroz" que pretenda desmantelar La noche de Tlatelolco y decirnos quizá que esa matanza nunca ocurrió, intentará demostrar probablemente que la constelación Poniatowska no existe y que no hay una rosa que lleve ese nombre aunque textos de astronomía y botánica digan lo contrario.