Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 23 de noviembre de 2002
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Cultura

Vilma Fuentes

Semana cultural de México en París

La Semana cultural mexicana, coincidente con la visita del presidente Fox a París, se clausuró con la proyección de la célebre película de Serguei Eisenstein, šQué viva México! La edición posterior a su muerte de las horas filmadas de escenas mudas, que el cineasta no pudo o no tuvo tiempo de seleccionar, fue acompañada por la banda musical de Tlayacapan. Al asistir, ahora, a la proyección de las imágenes de Eisenstein de México en 1931, se tiene la molesta impresión de mirar los cromos, tantas veces copiados y reproducidos desde entonces, que las tarjetas postales transforman en folclor al apropiárselas.

El tiempo hará su obra, y, si la lúcida mirada de Eisenstein le permite obtener tomas cinematográficas aún hoy sobrecogedoras, que elevan la parte documental de su película al más alto nivel, la otra parte, la argumental, montada después de la muerte del cineasta, no está a la altura. El violento conflicto, que termina con el suplicio de los campesinos que se rebelan contra la dictadura del cacique de la hacienda, se transforma en un estereotipo bajo el peso de la ideología maniqueísta, fechada en 1931, que dividía el mundo entre el Bien y el Mal, los buenos y los malos, con una simplicidad digna de un breve catecismo estaliniano. El genio de Eisenstein no se pone en duda, es la ingenuidad de los dogmas a la moda en ciertas épocas las que envejecen con la distancia de la Historia.

No existe aún la misma distancia respecto al fenómeno contemporáneo de la mundialización. ƑBueno o malo, benéfico o nefasto? La polémica ocupa un lugar primordial en estos momentos.

Durante el coloquio organizado en la Semana cultural mexicana, titulado Diversidad cultural y mundialización, se hizo evidente -acaso por las diferencias entre los participantes o la falta de organización de los encargados- la cacofonía de las reflexiones o, más bien, de las opiniones. Frente a la mundialización identificada a la economía neoliberal se opone la diferenciación de etnias, lenguas y economías de distinto orden. Pero estas diferencias minan también la idea de una nación homogénea. Así, Serge Gruzinsky, investigador y profesor, después de decir que ''hablar de cultura mexicana o francesa es aberrante'', para confirmar su tesis, pregunta con apasionante alarma qué hay de común entre los chiapanecos y los habitantes de Polanco, entre los habitantes de la elegante Neuilly y los pobres de los suburbios. šCómo si no hubiese ocupado la cuestión de la mexicanidad a pensadores como Reyes, Vasconcelos o Ramos! Sin vanagloriarse de resolverla, estos mexicanos dieron las primeras claves de la respuesta, al plantearse el problema de la identidad mexicana hace casi un siglo.

Con un optimismo desbordante, y una indignación casi teatral, Alain Touraine se refirió al imperio, Estados Unidos, ocupado por la guerra en el Medio Oriente que lo desocupa del dominio de los mercados de América Latina y Europa. La mundialización: el imperio, y sin embargo... alto a las fronteras. Acaso a las diferencias que se confunden durante el sueño -como se ve en la foto del periódico brasileño O'Globo reproducida por la prensa francesa- de una siesta del sociólogo mientras se le rinde homenaje.

Por fortuna, frente a este maniqueísmo simplista, al que escapó Gastón Melo apoyado en Toynbee, Carlos Montemayor logró aplastar esta premisa impositiva, desde la cual se pretende juzgar la Historia, gracias al concepto novedoso, pero real, del territorio de la frontera. La frontera no sólo como lindero entre dos países, simple muro de separación. No. La frontera como espacio: lugar de habitación y modo de vida. Lugar, para nada imaginario, donde se mezclan lenguas, ideas, culturas, vida. México, pues, frontera con Estados Unidos, pero también con América Central y Chiapas. Con América Latina y con su propio mestizaje. Tierra movediza donde desaparece el maniqueísmo.

Tan absurdo es imponer como tratar de aplastar una lengua, una cultura, una civilización. El movimiento es perpetuo, como el de una frontera, la extensa frontera mexicana. De ahí la fuerza de las palabras de Alfonso Reyes, citadas ante la Asamblea gala, cuando dijo de Francia la premonitoria frase: ''šOh! Patria común, tierra de todos!''

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