LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Kedma
HACIA EL ORIENTE, Kedma, en hebreo. A principios
de 1948 el barco Kedma transporta de Europa a la ''tierra prometida"
a cientos de exiliados judíos, sobrevivientes de los campos de exterminio
nazi. A bordo se entrecruzan las lenguas de la diáspora: hebreo,
yiddish, ruso, polaco, y los relatos del terror y la supervivencia, traducidos
con febrilidad, en tono de confidencia, en literas apenas distintas de
las recién abandonadas. Poco después en esta secuencia inaugural,
la cámara abandona las oscuras entrañas del navío
para subir hasta una cubierta luminosa donde se descubre una multitud de
hombres y mujeres, anhelantes. El itinerario inverso de América,
América, de Elia Kazan; la épica contraria al Exodo
de Otto Preminger. Un gran momento del mejor cronista fílmico de
la historia de Israel, Amos Gitaï, realizador de Kippour, Edén
y Kadosh, nombres todos simbólicos.
POCOS
MESES ANTES de la creación del Estado de Israel, en mayo de
1948, las Naciones Unidas habían decidido que dos estados, el judío
y el palestino, de-bían compartir el territorio de Palestina. El
marco de acción de Kedma son los combates entre colonos judíos
y la población palestina obligada a abandonar sus tierras. Los inmigrantes
recién desembarcados deben enrolarse en el ejército judío
clandestino -perseguido por los ingleses, perseguidor a su vez de la resistencia
árabe-, y aprender el manejo de armas. Buena parte de la cinta describe
las escaramuzas de la guerrilla improvisada, el saqueo y humillaciones
que padece la población palestina, y la virulencia de las represalias.
Una suerte de ensayo general de la violenta situación que prevalece
hoy, con semejanzas irónicas que medio siglo después se ven
exacerbadas por la inclemencia terrorista.
EL PUNTO DE vista de Gitaï es, como de costumbre,
muy crítico. Evita la falsa objetividad y toma partido, no por su
propia nación judía, ni por sus adversarios, sino en contra
de la irracionalidad y el fundamentalismo religioso que se ha apoderado
de ambos bandos. Hombre de izquierda, y cineasta de primer orden, Amos
Gitaï elige dar la voz, una voz muy recia, a dos protagonistas, uno
árabe que lanza una advertencia (con tintes de maldición)
a las futuras generaciones judías (''llenaremos de dignidad palestina
todas sus cárceles"); y otro judío, que en un soberbio monólogo
final, se interroga sobre la exclusión de los judíos de la
Historia, sobre una condición no elegida de pueblo mártir,
y la dificultad de construir una identidad nacional al margen de la fatalidad
y el determinismo (''Si quieres sobrevivir, tienes que olvidar"). Los dos
parlamentos enardecidos provienen de dos poetas de los años 40,
el palestino Toufik Zayad, y el judío Hayim Hazaz. Kedma
es así algo más que una crónica de guerra, o una épica
nacionalista; filme poético, saludablemente autocrítico,
que condena cualquier tentación extremista. Hasta ahora, lo mejor
de la muestra.