Olga Harmony
Aniversarios
Casi pieza de museo, la provecta y pronto centenaria Revolución Mexicana cumple un año más como uno de esos viejitos a quienes todos celebran pero en el fondo nadie hace caso. Con sus mejores tiempos se fueron muchas esperanzas y su cauda de difuntos parece no tener mucho caso en estos tiempos, malos tiempos, que corren: pronto será tan ridiculizado mencionarla como se hace con los que todavía se atreven a decir la palabra patria. En el teatro, me parece, ya sólo la tenacidad de Rodolfo Arriaga y su grupo TATUAS se atreve a escenificar, con El oro de la Revolución, de Oscar Liera, alguna referencia a la pobre anciana y el hecho de que en Culiacán y sus alrededores su montaje anual se haya hecho tradición muy esperada nos habla de que todavía su ánimo reivindicativo tiene un hálito de vida en el corazón de la gente, porque la injusticia sigue permeando, ahora con mayor fuerza, la vida de los mexicanos.
En el ámbito nacional, cierta esperanza en el cambio se nos da con la iniciativa del Comité Ciudadano Plural de la Consulta sobre Prioridades Nacionales, que se acaba de llevar a cabo, y que propuso las siete cuestiones definitorias de la sociedad que deseamos los mexicanos. En el momento en que escribo se ignoran las respuestas, pero es de esperarse que sea un equivalente ciudadano al šYa basta! zapatista y que nuestras autoridades atiendan el reclamo. Qué tanto ese espejo de la realidad que se afirma (y yo lo creo) que es el teatro se vuelve a abrir a los problemas sociales ante esa necesidad de dar un nuevo rumbo a la política nacional es algo que a lo mejor tarda, pero que tendrá que darse en la medida en que todos entendamos que nuestra intimidad, la problemática de la pareja y los temas que ahora predominan en nuestros escenarios están ligados de manera inmediata al contexto en que se inscriben. La sobrevivencia del arte mismo exige una mejor calidad de vida para todos.
Pienso que si bien en gran parte la temática de los dramas nacionales sigue inscrita en ese pequeño mundo de las relaciones interpersonales -con las relevantes excepciones de siempre- muchos teatristas en lo personal utilizan su buena fama pública para ponerla al servicio de las mejores causas. Es el caso de actrices y actores.
Veo que en el Comité Ciudadano Plural está Julieta Egurrola, actual secretaria de la Mesa Directiva de la Academia Mexicana de Arte Teatral, AC, que se renovó poco tiempo después de su primer aniversario formal y que es presidida por Claudio Obregón. Si bien todos estamos de plácemes por la composición de la mesa, en lo personal yo querría destacar la labor que llevó a cabo la anterior, con Germán Castillo a la cabeza y Luz Emilia Aguilar Zinzer como secretaria, con el invaluable apoyo de Gabriel Pascal y la siempre generosa disposición de Víctor Hugo Rascón Banda. Gracias a ellos se cimentó un organismo de reflexión acerca del quehacer de las diferentes especialidades del teatro y de interlocución con las instituciones culturales.
Ahora toca a la rama actoral tener la mayor incidencia en el curso de la academia y me congratulo de ello, porque muchos niegan a los actores su calidad de creadores. En el Sistema Nacional de Creadores Artísticos son considerados intérpretes y lo son, como intérpretes de un texto dramático serían los directores y diseñadores y, si me apuran mucho, como intérpretes del mundo serían los dramaturgos. Así pertenezcan a la escuela vivencial o a la formal (las propuestas de Gordon Craig y otros teóricos que iluminaron el siglo pasado ya no son tomadas en cuenta) es un hecho el proceso creativo de actores y actrices para incorporar a los diferentes personajes. Como muchos, pienso que debe llegar el día en que puedan ser reconocidos al parejo que los demás hacedores del teatro.
Me alejo sin querer de mi primera preocupación en esta nota que es la respuesta escénica al horror actual, pero también a los cambios que ya se avizoran en el umbral de nuestro siglo, pero lo bueno hay que mencionarlo junto a lo malo. El lector estará de acuerdo en esperar que se den esos cambios y que encuentren su perfecto reflejo en el quehacer de los teatristas.