Octavio Rodríguez Araujo
Una interpretación de la consulta sobre prioridades
La Consulta sobre Prioridades Nacionales ha sido muy oportuna. En el momento de escribir estas líneas me es imposible conocer sus resultados, que espero sean muy numerosos y afirmativos en su mayor parte. Es oportuna porque los temas de las siete preguntas representan no sólo grandes preocupaciones nacionales (y latinoamericanas), sino implícitos sobre participación ciudadana que, en una democracia, debería estar garantizada por los poderes públicos y, en especial, por el gobierno de cada país. Interpreto que esta consulta se inscribe en la lógica de los plebiscitos que se han estado llevando a cabo en América Latina sobre el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), aunque abarca otros temas complementarios y metodológicamente imprescindibles para el ejercicio de una verdadera democracia, no sólo de la formal.
Lo que se discute con la consulta es el futuro de México (y por extensión de América Latina). La demanda mundial, en crecimiento, es por la participación y, sobre todo, por la obligación de que los gobiernos y los representantes políticos de cualquier nivel tomen en cuenta las necesidades de los habitantes mayoritarios de cada país, pues a pesar de la globalización los países aún existen, así como los gobiernos nacionales (aun en el caso de los que han aceptado, sumisamente, subordinarse a los de las grandes potencias).
No es posible ya, después de las negativas experiencias del largo periodo del autoritarismo de diversos grados en el mundo, que los asuntos fundamentales de cada país, que repercuten en sus habitantes, sean decididos unilateralmente por un pequeño grupo de gobernantes, por más votos que hayan obtenido cuando fueron elegidos.
El ingreso de México en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que tan graves consecuencias nos ha traído a la mayoría de los mexicanos, no fue consultado, fue una decisión de un presidente que, además de todo, "triunfó" con fraudes electorales mayúsculos. Esto no deberá volver a ocurrir. Los votos no son un cheque en blanco para los gobernantes.
Tampoco es aceptable que los compromisos financieros no estén sujetos a la consideración de los diputados, es decir, que sean obligatorios y no programables en los presupuestos anuales, mientras que la atención de problemas fundamentales para los mexicanos, como es el caso de la educación, la salud, el empleo, las pensiones a quienes ya trabajaron, la ciencia y la cultura, el desarrollo agropecuario y demás necesidades impostergables sean regateados y motivo de asignaciones con base en los fondos públicos que quedan después de pagar intereses de deuda, Fobaproa-IPAB, rescate carretero y demás prerrogativas que los gobiernos federales han querido otorgar a los ineptos capitalistas a costa del desarrollo del país.
Eric Toussaint, en su libro La bolsa o la vida (Las finanzas contra los pueblos), señala que "entre 1982 y 2000 la deuda externa de México casi se triplicó (pasando de 57 mil millones de dólares a 157 mil millones), mientras el país pagó a sus acreedores ocho veces lo que debía (según el Banco Mundial, México rembolsó 478 mil millones de dólares)." ƑY de dónde sale ese dinero? Lo pagamos todos, principalmente los causantes cautivos a cambio de promesas a futuro, a un futuro que cada vez se aleja más.
Hay quienes dan por sentado que la globalización es irreversible y que el concepto de nación es cosa del pasado. Se equivocan. La lucha contra la globalización neoliberal es, por lo menos, doble, corre en dos carriles: el nacional y el internacional, al mismo tiempo. Temas como la defensa de industrias estratégicas (electricidad y petróleo, por ejemplo) se inscriben en el ámbito nacional, de la misma manera que la lucha por la salud y la educación públicas y gratuitas y los subsidios y los créditos a la producción agropecuaria.
Estos temas no son siquiera nacionalismo por nostalgia o patriotería; son la defensa de una lógica de desarrollo nacional, que es, mientras persista el capitalismo como sistema económico dominante, la única manera de mejorar la calidad de vida de los nacionales en un mundo desigual dominado por 200 empresas trasnacionales y los gobiernos que las apoyan (el grupo de los siete). Por algo los amos de la globalización han intentado por todos los medios a su alcance destruir las naciones a partir del control, en casi todo el mundo, de los gobiernos de esas naciones.
El reto de los pueblos es influir, de ser posible determinar las políticas públicas, limitar las decisiones de los gobiernos, fortalecer la representación popular auténtica, hacerse oír, participar y luchar por sus intereses tanto en la dimensión nacional como en la internacional, hacer que los que mandan lo hagan obedeciendo a los mandantes, es decir, al pueblo, a los depositarios de la soberanía nacional -que no es una abstracción sino algo que nos han querido quitar con base en una teoría de la representación mal entendida y tergiversada a propósito por los dueños y usufructuarios del poder.