Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 19 de noviembre de 2002
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Política

José Blanco

Mala puntería

En Punta Cana la 12 Cumbre Iberoamericana criticó bien, pero después apuntó mal. Hizo críticas severas a "lo que ha sido el FMI" para todo el continente, interfiriendo "negativamente" en el desarrollo económico y social de los países en desarrollo. En particular, Cardoso dijo con razón que "las distorsiones del mercado no se corrigen por sí mismas", sino que es imprescindible que haya un sistema de "normas legítimas, sancionadas multilateralmente, que refleje un principio simple, oportunidades para los que necesiten más oportunidades" (La Jornada, 17/11/02).

Los países de América Latina (AL) reclaman con razón por la política agraria de subsidios de la Unión Europea y de Estados Unidos, por el proteccionismo europeo frente a AL, y por la carga de la deuda externa. Todos estuvieron de acuerdo en apoyar a Argentina frente al FMI para aliviar pronto la infame situación que vive.

La tragedia argentina es resultado de un espeluznante experimento decidido por Washington y los organismos financieros multilaterales, que fue aceptado (no perdamos de vista este punto decisivo) por Menem y la clase política argentina en general. Brutales son también lo programas de ajuste que han debido instrumentar todos los países latinoamericanos en diversos momentos. Pero la pesadilla de AL no va a terminar porque nos unamos para pedir al FMI y al Banco Mundial una tregua o una política más blanda frente a las crisis sociales desatadas por la deuda y los programas de esos organismos. O porque pidamos más y mejores oportunidades. El asunto son las reglas del juego financiero internacional, que resultan más inaceptables que nunca. Como ocurrió al término de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional debe debatir hoy tales reglas que son presentadas como "naturales" o como las únicas propias de una economía de mercado. Con esas reglas seguiremos sin solución posible para el desarrollo y continuaremos produciendo estragos sin nombre en las sociedades no sólo de AL, sino de todo el mundo subdesarrollado.

Hay que repetirlo una vez más: lo que es necesario cambiar es la base de las reglas que fueron diseñadas por Estados Unidos en 1944 en Breton Woods, al imponer ese país a su moneda como el medio de pago internacional y al crearse las reglas con las que el FMI tomaría las decisiones respecto a sus socios con problemas en su balanza de pagos.

Cuando el dólar no pudo ser más instrumento con respaldo metálico efectivo, Estados Unidos abandonó su liga con el oro al inicio de los años 70, y uno a uno todos los países se han visto obligados a instaurar un sistema de cambio flotante. Al propio tiempo la banca privada se internacionalizó y el capital especulativo, decisivo en los tipos de cambio que en cada momento tienen los diversos países del mundo, creció hasta convertirse en una montaña 20 veces mayor que el inmenso volumen de comercio de mercancías y servicios que tiene lugar en el planeta.

Las reglas actuales del sistema internacional de pagos atentan contra el comercio y el desarrollo, pero el país que decide rechazarlas entra en una senda de desgracias mucho peores. No hay escape en este infernal sistema y eso es lo debemos cambiar.

Requerimos un sistema análogo al que defendía Keynes en Breton Woods, y que fue rechazado por Estados Unidos. Muerto el sistema del patrón oro, Keynes quería un nuevo acuerdo institucional que mantuviera la demanda agregada internacional, lo cual requería un trato simétrico entre los países superavitarios y los deficitarios (en el comercio), mediante un mecanismo similar a la antigua cámara de compensación bancaria, pero aplicado a nivel internacional. En palabras de Amit Bhaduri este mecanismo requiere la aceptación por parte de cada Estado miembro, de una obligación de deuda internacionalmente aceptada ("bancor" la llamaba Keynes) que se transfiriera a su crédito, en la contabilidad internacional, como pago de los saldos que les debieran otros miembros. En efecto, un mecanismo análogo al sistema bancario nacional; en palabras de Keynes: así como "ningún depositante de un banco local padece debido a que los saldos que deje ociosos sean empleados para financiar la actividad de otro", ningún país superavitario se perjudicaría al aceptar dicho "bancor" en su abono. Se trata de un mecanismo absolutamente distinto del que fue impuesto: tratar a los países deficitarios a través de la "corrección" de los deferenciales de costos unitarios mediante el mecanismo de los precios y el tipo de cambio. Una propuesta como la keynesiana permitiría mantener la demanda agregada mundial para que el país deficitario no padeciera el impacto depresivo de un ajuste negativo del ingreso. Por supuesto, esto es sólo una base de muchas acciones adicionales necesarias.

No tengo espacio para entrar en mayores desarrollos. Pero esta propuesta, perfectamente viable y racional en el marco de una economía de mercado, es por hoy una utopía política frente a los designios de Washington.

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