José Cueli
Colocarse entre la vida y la muerte
Don Paco Cañas, viejo aficionado a los toros, siempre insistía que en política, el arte o el toreo la colocación era la clave del éxito. Solía criticar a toreros, políticos o artistas con el estribillo "ni se sabe colocar". Ninguno, para tan severo censor, sabía colocarse; al fin y al cabo, Ƒqué es eso o qué se pretende entender con dicha palabra?
Tocado de la manía de la colocación de don Paco, un día en la plaza de toros de Santa María, en Jerez de la Frontera, comprendí de pronto que aquello tenía más enjundia de lo que yo creía. Mucho sol, mucha luz, pocas formas africanamente recortada. Un añil tan intenso que, antes que del mar, parecía de una marina pintada con demasiada complacencia.
Como en las imágenes que no salen en procesión, sino enfundadas de luces, así salió esa tarde el controvertido diestro gitano Rafael de Paula; resignado, bajo sospecha, bajo la sutileza de ese sol estival alcahuete que deslumbraba o enceguecía. Rafael, que tan maravillosamente armonizaba con el marco, venía empapado de esta visión de luz y de sol, y se apoyó después de partir plaza, principescamente, cargado de fatalidad en el burladero.
Luego, al salir el toro, su traje de luces obispo y oro se hermanaba sobre la silueta de la torera placita, y comprendí de pronto aquello de la colocación. Ahí estaba, en el centro del redondel, toreando a la verónica de frente, dueño de él y del escenario. Colocado de un modo único, porque de un modo único se colocaba siempre, esa colocación que lo hizo irrepetible y le permitía dormirse y arrullar al burel y enviar a los aficionados al más allá, pues su toreo no era real.