El Ballet de China se presenta en la explanada
de la Alhóndiga, casi a reventar
En el FIC, folclorismo vacuo, pero entretenido
ARTURO JIMENEZ ENVIADO
Guanajuato, Gto., 27 de octubre. Hay Cervantino
para todos. En una explanada de la Alhóndiga de Granaditas a reventar,
miles de gargantas cantan, gritan y aúllan una singular versión
de México lindo y querido, acompañadas por instrumentos
de cuerdas, de viento y percutivos interpretados por ocho músicos
del Ballet Folclórico Nacional de China.
Poco antes, en medio de ovaciones generalizadas, un cantante
ataviado con una camisola y pantalón de satín azul magenta
con motivos orientales, así como con una capa de terciopelo rojo
y cinturón con bordes de peluche blanco, había sorprendido
al público, pero no por esa vestimenta, sino por calzar botas de
cuero y sombrero típicos del norte... de México.
Ridiculizado por unos y reivindicado por otros, el kitsch
se convirtió anoche en un espacio de encuentro entre los pueblos
de México y de China, ambos con muchas de sus milenarias tradiciones
ya petrificadas por efectos de la folclorización y las necesidades
de promoción de la imagen nacional.
La
segunda presentación de los mosaicos regionales del Ballet Folclórico
Nacional de China en la Alhóndiga, en el penúltimo día
del Festival Internacional Cervantino, resultó tan exitosa como
la primera y como sin duda lo será la de esta noche en la ciudad
de León. Así lo dictan los miles de asistentes, la mayoría
familias completas, que gustan de verlo.
Muñequitas de porcelana y Bruces Lees
Con música de new age grabada, más
de una decena de bailarinas orientales, bellas y delicadas como las figurillas
de porcelana que suelen encontrarse en La Lagunilla, salen al escenario
ataviadas con largos vestidos amarillos y ostentosas diademas doradas.
Sus movimientos son cadenciosos y suaves, casi lentos.
Es demasiado y los finos hilos de la atención atrapada se rompen.
El ininterrumpido murmullo de voces de niños, mujeres, hombres y
de los muy pocos jóvenes asistentes comienza a crecer hasta casi
competir con la musicalización.
Son los riesgos inherentes a los espectáculos y
públicos de esa naturaleza. Pero la brevedad de los mosaicos folclóricos
es una aliada y, enseguida, entra en acción un grupo de percusionistas
que ejecuta carrizos, varas y otros instrumentos. El humorismo de lo que
quizá fue un ritual agrícola capta de nuevo la atención.
Y así, los bailes, cantos, músicas, malabares
y otras destrezas circenses, en tempo lento o rápido, se
sucederán intercalados con los momentos de algarabía y de
ovaciones, de desatención de la inmensa mayoría y de los
"¡sssssshhhh!" de unos cuantos.
Pero también con momentos de confusión y
de relajo, como cuando un bailarín con taparrabo y cinta en la frente,
tan atlético como sus compañeros y como el mismo Bruce Lee,
salta al escenario.
El joven emite un grito, quizá en mandarín,
que casi todos entendieron como un "¡hooolaaa!", al cual respondieron
de inmediato. En medio de un cotorreo colectivo, el hallazgo fue repetido
dos o tres veces ante el impertérrito danzante.
Sin embargo, anoche también quedó claro
que lo folclórico, aunque le extrae sustancias a las expresiones
de la cultura popular para estereotiparla, puede por momentos brindar algunos
chispazos a los espectadores y ganar su simpatía. Y ante la escasez
de contactos entre las culturas de los pueblos, eso ya es algo.
"Público maravilloso", les dijo al final Ramiro
Osorio. La respuesta fue casi un rugido. Y el director del FIC, quien en
los últimos días no las ha tenido todas consigo, sonrió
feliz. Sabía que había descubierto una veta de espectadores
locales, lo cual en estos tiempos de pragmatismo puede ser una garantía
de permanencia.