Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 24 de octubre de 2002
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Política

Soledad Loaeza

La vida en México como siempre

Si la marquesa Calderón de la Barca, esposa del primer ministro plenipotenciario español en México, volviera de donde está y visitara la exposición colectiva Ciudad de México, exhibición acerca de las tasas de cambio de cuerpos y valores, que se inauguró en Berlín a finales de septiembre, pensaría que aquí seguimos viviendo como siempre, que solamente hemos empeorado desde los tiempos (circa 1838-1840) en que escribió a sus hermanas las cartas memorables donde les contaba cómo era la vida en México.

Semejante observación sería exagerada, pero aun tomando en cuenta la discreción de la marquesa, seguramente le llamarían la atención las fotografías de las mexicanas ricas consagradas por Daniela Rossell, que se parecen a las que ella describió hace casi dos siglos: se les pasa la mano con la coloreada y se cuelgan más adornos que un Zócalo en 15 de septiembre, y desde muy temprano en la mañana, pero con actitudes y fantasías prostibularias, que no tenían las amigas mexicanas de la marquesa, aunque fumaran puro.

Frances de Calderón de la Barca también se sorprendería de que gracias a la criminalidad, el caos vial y la contaminación ambiental que registran de manera inapelable las fotografías de la exhibición, hoy tampoco se pueda caminar por las calles del centro. En su tiempo trató de hacerlo, pero la basura, el lodo en la Alameda, los pequeños asaltos y los vendedores ambulantes la obligaron a renunciar a su costumbre de pasear en el parque público. Es evidente que la ciudad de México hoy no es la misma que en el siglo xix, pero es perfectamente imaginable una conversación con la esposa del ministro español a propósito de problemas para ella reconocibles, por ejemplo, la inexistencia de servicios públicos.

Las imágenes que ofrece la exposición fotográfica en Berlín sugieren que en México seguimos viviendo como siempre, pero peor, también porque renuevan los lugares comunes a propósito de nuestra supuesta obsesión con la muerte, la disposición violenta y el natural delictivo. Nada hay en esta representación del México del cambio y de la Ciudad de la Esperanza. Los comentaristas alemanes de la exhibición de estas obras de 18 jóvenes artistas mexicanos y extranjeros la han aplaudido como "arte vanguardista". Por lo visto éste consiste en enfatizar lo grotesco y lo repulsivo, mediante la representación de "un mundo decadente que exhibe con una falta de pudor bizantina", según un comentarista alemán, en un caso, la riqueza de algunos, y en otro, las llagas de la ciudad de México. (Mala noticia es para el PRD y para Andrés Manuel López Obrador el anuncio de que esta exposición se inaugurará en México en marzo de 2003, en plena campaña electoral.) El plato fuerte de la muestra es una pared amarillenta de 25 metros de alto que divide las dos salas en que se distribuyen las fotografías, obra titulada Secreciones sobre el muro, embadurnada con grasa humana que viajó a Berlín desde la ciudad de México. Ocurrencia ésta de pésimo gusto.

No es de extrañar que el voyeurismo europeo que se engolosina en las desgracias del Tercer Mundo celebre toda esta extravagancia que confirma las bajezas de la pobreza. Tampoco es una sorpresa que las fotografías de la exhibición que se conocen en México hayan causado escándalo y hasta cierto punto estupor, no porque muestren una realidad que nos fuera desconocida, sino porque falsean la realidad y la caricaturizan. El problema es que a ojos de muchos la sustituyen. Al igual que las imágenes de la violencia en la ciudad, que es actuada por los artistas que escenifican un robo o un paseo a mano armada por la calle para dar una expresión artística a las sensaciones cotidianas de los habitantes del Distrito Federal, las nuevas ricas se representan a sí mismas grotescas, como si el hacerlo las librara de esa condición estética.

Hay que ir más allá de la indignación moral -y estomacal- que inspira el México de siempre que construyen estas fotografías y pasar a consideraciones de índole práctica. Por ejemplo, la riqueza que ostentan las señoritas de Daniela debería ser la base de cálculo de los impuestos que deben pagar. Así se hacía en el reino de Milán, donde se cobraba un "impuesto a la presunta riqueza". De esta manera aprendieron los ricos milaneses que la grosera ostentación tenía un precio preferible al que cobraban las revoluciones en el paredón. Imaginemos cuánto aumentarían los ingresos públicos en el país o en la ciudad -y cuánto disminuiría la irritación social- con un impuesto de este tipo ahora que en las calles se han multiplicado los Mercedes Benz, BMW y Jaguares, las mansiones hollywoodescas -se podría cobrar un impuesto a la profundidad de las cocheras- y otras señales externas de riqueza. Si aumentaran los ingresos públicos, entonces habría más recursos para servicios de limpia, seguridad, alumbrado, habitación, los ricos serían menos insolentes -y ociosos-; habría parques donde caminar y las calles no habrían sido privatizadas por los ambulantes y por los residentes que las han cerrado para protegerse de los ladrones. Pero en México la vida seguirá como siempre mientras unos no quieran pagar impuestos y otros prefieran no cobrarlos.

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