Teresa del Conde
Manrique en Celaya
Con el sugestivo título de Egomanía, la Casa de la Cultura de Celaya ofrece una muestra dedicada a Jorge Alberto Manrique, coordinada por el director de exposiciones de la misma, Moisés Argueyo, quien además de pintor y productor de arte objeto ha mostrado ser un avezado promotor cultural, tanto en el puesto que ahora ocupa en su ciudad natal, como antes en otras instituciones, incluido el Museo de Arte Moderno.
La organización y exhibición de la muestra, en parte exhibida antes en la Casa Universitaria del Libro, se desató conjuntamente con la presentación de los cinco volúmenes que recogen los estudios de Manrique, republicados por el Instituto de Investigaciones Estéticas, bajo la curaduría de Edgardo Ganado Kim, Martha Fernández y Margarito Sandoval. Con esto quiero decir, no que la muestra deje de tener valor propio, sino que Manrique es primordialmente escritor-historiador-crítico de arte. Además de eso se expresa por medio del dibujo (desde tiempo inmemorial) y últimamente también ha hecho modelado en escultura de pequeñas dimensiones.
La exposición de Celaya reúne dibujos suyos a los que se suman semblanzas (dibujos, pinturas y fotografías) que varios artistas le han dedicado captando su fisonomía y sus gestos. Entre las fotografías mi preferida es anónima. Fue tomada en 1979 justo en el techo de la Catedral Metropolitana a la altura del crucero. Aparece, como siempre, trajeado y con corbata, extendiendo el brazo derecho que se ve en escorzo, mientras que con el izquierdo empuña uno de los postes que en ese momento formaban enrejado, pues corresponde a los momentos más arduos del nunca completo restauro de nuestra catedral. La cruz catedralicia se apea sobre una esfera y en el mismo eje fue captada la corporeidad de este arduo defensor del patrimonio artístico.
Por muchos conceptos, esa fotografía es simbólica de los quehaceres desempeñados por Manrique, incluido el magisterio y la crítica de arte, debido a la presencia de la cruz, porque cada quien ''carga su cruz", aunque felizmente las cruces de los maestros y ''escribidores" (él dice no ser escritor) no son tan pesadas como la que en la foto aparece.
Sólo un retrato de los muchos que integran su egoteca me resulta plausible. Es obra de Fernando Aceves Humana, quien aparte de haber entendido la índole de su fisonomía, en ese momento algo melancólica, realizó una buena pintura que rememora en cierto aspecto los procederes de los posimpresionistas. Ese y el que realizó Sebastián Moreno Coronel son los únicos que poseen buen nivel como pinturas, en mayor medida el de Aceves que el de Moreno, y eso se debe a que el de este último, con el título Quietud fluida, no se le parece, incluso diría que de no saber que se trata de un retrato de Manrique tendería a pensar que lo que el autor hizo fue la semblanza de algún dios fluvial encanecido.
Ningún otro retrato al óleo o al acrílico entre los que se le han dedicado me parece plausible, no obstante que Retrato doble, de Luis Carlos Barrios, capta un rasgo interesante.
Manrique está representado con su ya legendario sombrero de copa y más parece un rabino que un académico de la historia. Eso tal vez se deba a que entre sus ancestros hay miembros del pueblo elegido. Autores tan distinguidos como Gilberto Aceves Navarro (varios apuntes) Luis Argudín, Reynaldo Velázquez Zebadúa y Philip Bragar se han ocupado en retratarlo. Sobre todo este último indica la total independencia entre la configuración ''natural" de una faz y la índole de la fisonomía que él pretendidamente captó.
Y lo que escribo al respecto tiene un fundamento: de una manera por demás conservadora, sigo pensando que los retratos deben, de algún modo, referirse a aspectos morfológicos, síquicos o simbólicos del personaje que sirve de modelo, aunque se trate de un modelo analógico. Eso no le quita a la muestra su categoría de ''curiosidad estética", pero me hace pensar en que tal vez el acervo manriquesco debiera aumentar y al hacer esta proposición no me mueve ni la simpatía ni el cariño indudable que le profeso al modelo, sino algo más pragmático: la comparación entre los quehaceres retratísticos de los artistas que se le han acercado, misma que ya lleva un buen trecho recorrido.
De no existir tal recorrido, no pretendería proponer aquí lo que propongo. Creo, por ejemplo, que Carla Rippey, Irma Palacios (aunque sea abstracta), Teresa Zimbrón y Patricia Soriano serían mejores fisonomistas que algunos de sus colegas y lo digo con conocimiento de causa, porque conozco trabajos de ellas en este género.