Néstor de Buen
La muy insegura seguridad social
Lo que eran rumores no hace muchos meses ahora se está convirtiendo en una certidumbre: la decadencia económica total del IMSS, que muchos no dejan de atribuir tendenciosamente al contrato colectivo de trabajo, pero que tiene, sin la menor duda, otros orígenes.
Los hechos son dramáticos. Puedo invocar un caso: mi propia secretaria, que asistió hace unos días a su clínica con un padecimiento que días después provocó una urgente cirugía, tuvo que ir a comprarse las medicinas porque el honorable IMSS no tenía. Y el ISSSTE está mucho peor.
Afortunadamente se pudo lograr que la cirugía fuera inmediata: tengo buenos amigos, porque a otro empleado del despacho lo han citado para diciembre para un problema menos urgente pero no menos indispensable.
ƑCuáles son las razones de esas dramáticas carencias?
Son ciertamente muchas y muy variadas. Pero déjenme decirles algo personal: trabajé en el IMSS 28 años y un cachito (alrededor de unos 10 minutos, suficientes para despedirme en el momento en que cumplí las condiciones para mi jubilación contractual) y al IMSS le debo muchísimas cosas. Confieso mi amor por él. Pero, sobre todo, nuestro país no sería lo que es ahora, más allá de sus inmensos problemas económicos, sin el Seguro Social. Ha sido la obra fundamental del siglo XX y ha hecho posible el crecimiento de la esperanza de vida, prevista en la ley original en 53 años y que hoy se estima, más o menos, en unos 76 años en los hombres, y poco más en las mujeres.
El primer éxito notable del IMSS fue la práctica desaparición del lastre impactante de la mortalidad infantil. Y a partir de allí los servicios médicos del IMSS se fueron convirtiendo en los mejores del país, y para muchas personas de alta capacidad económica, la búsqueda de esos servicios tuvieran o no derecho a ellos, fue un objetivo permanente.
Los problemas han sido, y son, de un nivel alarmante. El mayor, probablemente, se derivó de que, no siendo indispensable en los primeros años el gasto en subsidios y pensiones, los fondos respectivos se desviaron para el montaje de servicios médicos. Contribuía a la insuficiencia el tema de que para lograr las pensiones, reducida de vejez y definitiva, bastaba haber cubierto 500 semanas de cotización (a partir de 1997, mil 250), y contar, para el primer caso, con 60 años de edad, y para el segundo, 65. Hoy los pensionados, que tampoco se hacen ricos, cargan sobre la economía del IMSS por años y años. Entre otros, yo mismo, que me jubilé en 1983. šY que dure...!
Desde el principio el Estado se burló de los cálculos actuariales. Los beneficios para la esposa o la concubina del trabajador pensionado no estaban previstos en esos cálculos iniciales y con el tiempo aumentaron los gastos pero no las cotizaciones. Sin duda, un precio político.
Las cuotas para guarderías -si no recuerdo mal, una cotización de uno por ciento- se desviaban también a los servicios médicos, sin que hubiera una compensación. De ahí se derivó la absoluta insuficiencia de las guarderías, indispensables sobre todo para las trabajadoras, carencia que hoy se trata de superar con aportaciones privadas. La mayoría de las guarderías actuales del IMSS son de inversión privada.
Originalmente no estaban previstos los gastos sociales (al principio las casas de las aseguradas, y después los centros de bienestar social y su culminación en los vacacionales), cuyo financiamiento se supeditaba a la existencia de sobrantes, concepto suficientemente elástico para no constituir un obstáculo. Pero hoy no hay sobrantes de ninguna clase. Salvo de necesidades.
Cuando empezaron las declinaciones económicas, allá por los años 70, el Estado empezó a reducir sus propias cuotas de manera alarmante, de forma que la responsabilidad económica fundamental quedó a cargo de patrones y trabajadores. Cierta y justamente a los patrones les tocaba y les toca la responsabilidad total de los riesgos de trabajo. Pero el querido Estado se retiró paulatinamente de sus deberes sociales. Y hoy, con galanura, reduce el presupuesto. A pesar de su obligación legal de contribuir.
Las cosas, a pesar de todo, funcionaban razonablemente. La ley de 1973, obra principal de Carlos Gálvez Betancourt, inventó la solidaridad social, que fue un avance notable de muy corta duración (existe ya sólo nominalmente), a partir de la debacle de la hiperinflación.
Pero el problema mayor vino del invento maligno del Sistema de Ahorro para el Retiro, puesto en marcha por el presidente Salinas de Gortari, que yo creí copia del sistema chileno pero que hoy pienso que como aquél, fue impuesto por el FMI. A partir de entonces y ahora con las entusiastas Afores y Siefores de Ernesto Zedillo, el Estado asegura un financiamiento baratísimo y los bancos una ganancia colosal. Pero el IMSS se declara pobre de solemnidad porque, más allá de sus pecados de desvíos, más o menos naturales al principio y después con riesgo, los antiguos fondos de pensiones se le han evaporado.
El mecanismo es tortuoso: las Afores reciben los fondos y les arrancan comisiones desmedidas. Las Siefores invierten preferentemente en papel del Estado y lo que era una utilidad marginal para el IMSS (al fallecimiento del asegurado y sus beneficiarios conservaba los capitales constitutivos de las pensiones) hoy genera un espléndido beneficio para las compañías de seguros que, con toda seguridad, y no social, forman parte de los mismos grupos financieros dueños de las Afores, además, banca extranjera.
El futuro previsible es que los servicios médicos se subroguen a empresas privadas. La ley dice que deben ser federales, estatales o municipales, pero por algo desde hace unos pocos años se tuvieron que convertir, clínicas y hospitales, en compañías de seguros. Ese será, sin duda, el hermoso fin de fiesta.
En el último informe de Santiago Levy ya se anunciaba el desastre que confirmó el mismo Santiago hace unos días. Y no hay que olvidar que en algún artículo transitorio de la ley de 2001 se compromete al Presidente de la República a presentar, a más tardar el 15 de este mes, un proyecto de reforma total de la ley, con evidente aumento de cuotas y de la edad mínima para pensionarse (lo que es, por cierto, absolutamente lógico). El Congreso, de nuevo, tendrá la palabra.
šQue no le echen los empresarios la culpa al contrato colectivo! No faltan sino que abundan también los viejos abusos de inscribir a los trabajadores con salarios inferiores a los reales, o no inscribirlos, de plano.
La seguridad social fue una obra maravillosa. Hoy está en trance de muerte. Echele la culpa al neoliberalismo. A la mexicana, por supuesto.