Elena Poniatowska

De lo único que son dueños los yucatecos es de su generosidad

En el DF es difícil que nos demos cuenta de lo que significa que el agua suba hasta el techo, la casa inundada se pierda, los animales mueran y que un huracán llamado Isidore acabe con la vida. El agua oscura está llena de mierda, de animales muertos, el huracán ha regado insecticidas, ya no hay agua potable, el aire está infectado.

Paula y Lorenzo, mis hijos, durmieron en una bodega con gallinas, un galerón que sobrevivió al huracán, rodeados por el traqueteo del agua y el olor dulzón y nauseabundo de la muerte. Los campesinos trataban de salvar 50 cabezas de ganado. A la mañana siguiente los invitaron a desayunar filetes de cerdo que ya llevaban varios días sin refrigeración. No tenían café, mucho menos leche. De lo único que eran dueños era de su generosidad. Los esfuerzos de la gente por salvar sus pobres pertenencias apretaban el estómago en un puño. Entre la lucha por la supervivencia y la ayuda que llega esporádicamente hay un largo trecho. El gobierno, incapaz de salir de su letargo, actúa con un retraso impresionante.

Según María Alicia Martínez Medrano, Delia Rendón y su extraordinario grupo de voluntarios en el desastre, miembros todos del Teatro Campesino en Yucatán, son 528 mil damnificados en la entidad, aunque ahora en La Jornada, Caritas anuncia que son un millón 190 mil los afectados, 8 millones de aves muertas, 75 granjas avícolas con afectaciones severas, un millón de cerdos muertos, 247 granjas porcinas gravemente dañadas y 70 por ciento de los ranchos ganaderos han quedado destruidos.

Nunca imaginé que en Yucatán hubiera tantas abejas, pero 51 por ciento del total de 62 mil colmenas desapareció. Dejarán de cosecharse 50 mil toneladas de maíz, 2 mil 83 hectáreas de hortalizas y 55 mil toneladas de cítricos se perdieron por completo, así como mil 804 hectáreas de frutales y 62 mil hectáreas de maíz. En los invernaderos el agua huracanada se llevó 58 módulos de cultivos de exportación, cada módulo de 4 mil metros cuadrados. En pesca se perdieron 102 lanchas, se destruyeron 551 motores de borda y 324 quedaron estropeados. Hay 59 embarcaciones de más de 10 toneladas semidestruidas y el mar se llevó los humildes botecitos de muchos pescadores.

549 escuelas están muy dañadas y 95 totalmente destruidas. Son más de 10 mil las viviendas afectadas en Mérida y 8 mil 346 en el interior del estado.

De los 106 municipios de la entidad, 85 están heridos de gravedad. 30 mil 871 casas se perdieron y 5 mil 500 postes de luz fueron derrumbados. Por cierto, la luz regresó a Mérida con una lentitud pasmosa. Una semana después del Isidore aún no se reconectaba la energía eléctrica.

Los municipios más afectados son Río Lagartos, San Felipe Dizlam,Tzucacab, Tecax, Acanceh, Telchac, Ticopo, San José, Motul, Canicab, Tixpehual, Sahe, Holactum, San Bernardino, y toda la zona del punto Put donde convergen los estados de Quintana Roo, Campeche y Yucatán.

Estas cifras forman parte del trágico saldo de la catástrofe brutal que viven los yucatecos, quienes tardarán mucho tiempo en reponerse si no los ayudamos. El dengue, las diarreas, la conjuntivitis, las enfermedades de la piel, las respiratorias amenazan a más de 700 comunidades. Quizá a los yucatecos malheridos, esta tragedia los haga tocar fondo y les dé el empujón que les permita salir del fondo del pozo después de la terrible depresión. Ojalá para el gobierno sea una toma de conciencia que saque a Yucatán de su retraso reflejado en la miseria y el abandono de sus habitantes.