El abc de la sexualidad
Para evaluar los efectos de la educación
sexual en las escuelas, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre
el VIH/Sida (Onusida), encargó un análisis de las publicaciones
existentes. De 53 estudios que habían evaluado intervenciones específicas,
27 concluían que la educación sobre salud sexual y el VIH/sida
ni aumenta ni disminuye la actividad sexual de adolescentes, ni las tasas
resultantes de embarazos e infecciones de transmisión sexual (ITS).
22 señalan que retrasan el comienzo de la actividad sexual, reducen
el número de parejas o rebajan las tasas de embarazos no planificados
y de ITS. Tan sólo tres estudios reportan un aumento de actividad
sexual adolescente. Por consiguiente, se han encontrado pocas pruebas para
apoyar la afirmación de que la educación sobre salud sexual
y VIH promueve la promiscuidad sexual.
Anne Grunseit
La educación de niños, niñas y adolescentes sobre salud sexual es una de las cuestiones más debatidas y de mayor carga emocional. Las diferencias de opinión son muy grandes cuando se trata de dilucidar hasta qué punto debe ser explícito el material utilizado, la extensión ideal, con qué frecuencia debe hacerse llegar a sus destinatarios y a qué edad debe iniciarse dicha educación. Se ha llegado incluso a formular la pregunta: ¿acaso es necesario educar a las y los adolescentes en materia de sexo y salud sexual?
A nivel mundial, la mayoría de los jóvenes empiezan a tener relaciones sexuales antes de cumplir los 20, y la mitad, al menos, en torno a los 16. La utilización de anticonceptivos y la prevención de las infecciones de transmisión sexual (ITS) varía, de acuerdo con la información disponible, según la edad de la iniciación sexual. La utilización de preservativos y anticonceptivos es más probable cuanto más tardía la iniciación sexual. Se ha constatado que la educación sobre esas cuestiones modifica los comportamientos sexuales y parece ser más eficaz si se imparte antes de la primera relación sexual, es decir, en la adolescencia o preadolescencia.
La tasa de cambio de pareja sexual es más elevada durante la adolescencia y comienzos de la veintena. Esto no sólo es cierto en el caso de parejas casuales, sino también tratándose de relaciones que se consideran regulares y monógamas. Aunque sucesivos emparejamientos monógamos pueden ser de corta duración, su carácter "estable", desde el punto de vista de muchas y muchos jóvenes que viven esas relaciones, aleja subjetivamente el peligro de contraer ITS. Ello hace que se tengan relaciones sexuales sin protección con parejas múltiples, lo que significa que el riesgo acumulado resulta invisible debido a la monogamia aparente y al compromiso mutuo en cada relación individualmente considerada. El riesgo queda de manifiesto en las tasas desproporcionadamente elevadas de ITS y de embarazos no deseados. Se ha comprobado que la educación de los adolescentes en materia de anticoncepción, VIH y prevención de ITS es eficaz para reducir esas consecuencias no deseadas. Desgraciadamente, los padres y las madres, aunque desean ayudar a sus hijos e hijas, siguen sin establecer una comunicación adecuada en cuestiones relativas al sexo. Se sienten incompetentes para esa tarea. Los hijos e hijas se muestran a menudo remisos o demasiado avergonzados para abordar el tema con sus progenitores y, en consecuencia, se han dirigido, sobre todo en épocas recientes, a fuentes más oficiales de educación en este terreno, como las clases impartidas en centros escolares.
Nos encontramos, por tanto, ante el periodo en el que
las y los jóvenes están iniciando su vida sexual y en el
que cambian de pareja con razonable frecuencia una vez que la empiezan;
existe un riesgo demostrado de consecuencias no deseadas (embarazos y ITS);
los padres y las madres se preocupan, pero no están preparados para
intervenir; y existen pruebas de que la educación recibida antes
del comienzo de las relaciones sexuales es muy eficaz. La necesidad de
proporcionar una educación estructurada en materia de salud sexual
y de sus posibles consecuencias es a todas luces evidente.
La variedad de conceptos
La educación institucionalizada para adolescentes sobre salud sexual ha tenido una historia larga y con muchos altibajos, una historia de grandes diferencias a tenor del cambio de gobiernos y de los vaivenes de la opinión pública. Esos cambios han quedado reflejados en el contenido y en las ideologías que estructuran los planes de estudios sobre salud sexual y la controversia pública que a menudo provocan. Como consecuencia, la educación sexual dista de ser un concepto homogéneo o unitario, dado que abarca, por el contrario, un amplio abanico de planes de estudios que difieren en cuanto a objetivos, amplitud, aplicación y contenido. La diversidad de enfoques queda de manifiesto en la nomenclatura utilizada para describir lo que en sentido amplio se designa como educación sobre salud sexual. Así por ejemplo, a los programas se les ha etiquetado en distintas ocasiones como educación para la vida familiar, salud sexual, desarrollo personal, aclaración de valores, "limítate a decir no", respeto al sexo y salud sexual humana.
Los intentos por afinar la eficacia de los programas tropiezan inevitablemente con la preocupación moral sobre la legitimación de la actividad sexual en la adolescencia. La aparición de la pandemia de VIH/sida ha acalorado todavía más el debate. El hecho de abordar en esos programas, de manera inevitablemente explícita, prácticas históricamente consideradas tabúes (sexo anal, por ejemplo, o prácticas homosexuales) ha reavivado los temores acerca de la respuesta de la población adolescente a la información que se le ofrece. La educación en materia de salud sexual ha sido objeto de críticas, concretamente, que hablar sobre salud sexual con otra finalidad que la de promover la abstinencia es una incitación y un estímulo para la actividad sexual precoz. Es evidente que tal crítica ha tenido, y seguirn teniendo, un efecto apreciable sobre la amplitud y naturaleza de la educación en materia de VIH y salud sexual. Por esa razón es esencial realizar un examen a fondo sobre la validez de tal afirmación.
El problema no es si las niñas y los niños deben recibir educación sobre salud sexual, sino cómo y qué clase de educación van a recibir. Es imposible apartar a la población infantil de las influencias sexuales. Modelos adultos de comportamiento, la televisión y los anuncios comerciales la bombardean constantemente, pero el silencio y las respuestas evasivas suelen ser "profesores" más eficaces. Dejar de prestar a las y los jóvenes información y servicios apropiados y oportunos por temor a legitimar y alentar la actividad sexual no es una opción viable y resulta contraproducente.
Carece de fundamento la acusación de que la educación sobre salud sexual incita a la actividad sexual, pero, en contraste, se peca de optimismo y de falta de realismo al presentarla como la panacea frente a las tasas inaceptablemente altas de ITS y embarazos no deseados entre adolescentes. La educación sobre salud sexual puede lograr que las prácticas sexuales de las y los adolescentes sean más seguras, pero no es, con frecuencia, el elemento más influyente, de manera que el potencial de la educación para el desarrollo de pautas de comportamiento debe evaluarse en el contexto de otras influencias sobre la salud sexual de la población adolescente.
Desgraciadamente, si bien muchos programas educativos
son innovadores y encuentran una buena recepción, sus efectos siguen
sin medirse. Es muy poco probable, por consiguiente, que cualquier avance
conseguido se incorpore a programas futuros. Las instancias normativas,
preocupadas por la reacción de la opinión pública,
carecen de datos de evaluación que respalden sus políticas.
Si bien el impacto sobre el sistema educativo de una innovación
como la educación en materia de VIH puede tardar algunos años
en estimarse, las políticas deben contemplar la inclusión
de un componente de evaluación en la planificación de los
programas a fin de facilitar este proceso. Es necesario un aumento de la
inversión en evaluación, en su sentido más amplio,
para dar una sólida orientación a los nuevos planes de estudios
y demostrar que los esfuerzos realizados benefician tanto a los participantes
como a la sociedad en su conjunto.
Versión editada de Impacto de la educación en materia de salud sexual y VIH sobre el comportamiento sexual de los jóvenes: actualización de un análisis. ONUSIDA/97.
La versión completa puede consultarse en la página www.unaids.org.
TIPS
La educación sexual
No promueve un aumento de la actividad sexual ni adelanta el inicio de la vida sexual.
Puede contribuir a retrasar la primera relación sexual, y proteger a las y los jóvenes sexualmente activos de las infecciones, como el VIH, y de los embarazos no planeados.
Es mejor empezarla antes del inicio de la actividad sexual de adolescentes y jóvenes.
Debe estar basada en el conocimiento científico y no en valores morales y religiosos
Si no se imparte, los niños y las niñas obtienen información sexual de otras fuentes no muy confiables como la TV y revistas de baja calidad.
La gran mayoría de madres y padres de familia apoyan que se imparta en las escuelas.
Es un derecho constitucional de niñas, niños, adolescentes y jóvenes.