LETRA S
Octubre 3 de 2002

Editorial

El sida no es sólo un problema de salud pública sino también de educación pública. El papel tan importante que pueden y deben jugar las instituciones educativas en el control de la epidemia quedó establecido desde un inicio. Está ampliamente documentada, por ejemplo, la eficacia de comenzar la promoción de una cultura preventiva desde temprana edad, años antes del inicio de la actividad sexual de las y los jóvenes. Además, ninguna otra institución se compara con el potencial y el alcance de las instituciones educativas. Sin embargo, y a pesar de esa claridad, las autoridades educativas de nuestro país tardaron en responder y asumir la responsabilidad que les corresponde. Se dejó todo el paquete a las instituciones de salud, las cuales privilegiaron la atención del padecimiento y descuidaron su prevención.

El retraso de la respuesta se debió, marcadamente, al temor de las autoridades educativas a soliviantar el ánimo de la jerarquía católica. En los libros de texto de la SEP se incluyó el tema del sida tres lustros después de la aparición de la epidemia en México. Y a pesar de que la Secretaría de Educación formaba parte desde un inicio del Consejo Nacional de Control y Prevención del Sida (Conasida), ningún titular de esa secretaría había hecho acto de presencia en sus sesiones o se había siquiera manifestado al respecto. Por ello resulta alentadora la presencia del secretario de Educación Pública, Reyes Tamez Guerra, en la sesión plenaria del Conasida en abril pasado. Es la primera vez que un titular de esa dependencia participa en el Consejo referido. Es de esperar que esa presencia signifique no sólo una muestra de voluntad sino de verdadero compromiso y asunción de responsabilidades en el combate a la epidemia. Y veamos, ahora sí, la coordinación de las secretarías de Salud y de Educación, en el marco del respeto al Estado laico, para hacer frente a este problema tan complejo.