Carlos Fazio
Genuflexión tlatelolca
Jorge Castañeda Jr. es el nuevo paradigma mexicano
de la política como espectáculo. De la canibalización
de la política, como aporte principal de los hombres del "cambio"
a esa mascarada de democracia que es el México foxista. El resultado
es escandaloso y lamentable, aunque la "multitud" -como la llama Toni Negri-
no alcance a percibir todavía sus estragos. En primer lugar, para
expresarlo con las representaciones de la animalidad tan caras a Castañeda
-conocida como es su fobia a ese animal llamado caballo-, el cusquito de
Tlatelolco ha convertido la política exterior de México,
otrora digna y principista, en el hazmerreír del mundo diplomático.
Cual perrito faldero, cada vez que Bush y Colin Powell truenan los dedos,
el "patrón" del changarro SRE Corp. mueve la colita y babea
genuflexo. Después gruñe y enseña los dientes a quienes
se atreven a desafiar los intereses de Washington.
Dócil a la voz del amo, agresivo con quienes cree
vulnerables, a eso se reduce su famosa política del "bilateralismo
multilateralista": obsecuencia lacayuna hacia los mandones, autoritarismo
soberbio hacia abajo. Como decía Bourdieu y antes Fanon, el peso
de las estructuras objetivas de dominación permite que los dominados
no sólo las soporten, sino que contribuyan a su dominación
y a la construcción de esas estructuras. Para muestra un botón:
"Todos los países se inclinan ante Estados Unidos por una u otra
razón, y México no será la excepción", dijo
con su fatalismo servil ese travestido de la política que ha hecho
de las relaciones con Cuba una enfermedad de miedo personal y un presente
a sus patrones en Washington.
En la diplomacia esquizoide de El Nene Castañeda,
su bestiario -como síntoma de los antiguos pánicos sagrados,
incorporado por los colonialistas de turno como herramienta de dominación-
no incluye (hasta ahora) lobos ni ratas y tampoco gallos como los que aterraban
al pequeño Arpad. Según es público y notorio, debido
a traumas adquiridos en su fase de infantilismo academicista (se dice que
ocasionados por una negativa a acceder a los archivos confidenciales sobre
Ernesto Che Guevara en La Habana), El Güero -como le
llaman los cuates de la cofradía tlatelolca- experimenta una histeria
de angustia obsesiva hacia el caballo, en particular los de una raza cubana
denominada Fidel.
Sin embargo, el virrey Castañeda -siempre tan enjundioso
en sus interpretaciones paranoicas de la realidad y en sus dislates totalitarios
en favor de la guerra global del neofascista Bush- también parece
presentar a últimas fechas síntomas fóbicos por los
pezecillos de colores caribeños. Algo muy a tono con su sintomatología
neurótica anterior. Según coligen los especialistas a raíz
del patético sainete intitulado "Me perdonas, te perdono", protagonizado
por el subsecretario designado de la cancillería, Mauricio Toussaint
-conocido por su don de gentes y hombre ducho, si los hay, en las discretas
maneras del arte de la diplomacia-, Castañeda logró contagiar
sus miedos fantasmales a su amigocho y subordinado. Y en su afán
de hacer pasar la pantomima grotesca por realidad, dado que la política
como espectáculo requiere violencia, sangre o morbo sensacionalista
vía los medios como agente de domesticación, Castañeda
convirtió la lavandería de Tlatelolco en una gran pecera
estilo Arena México. Según recogieron los cronistas, en la
puesta en escena de la fábula neodarvinista del tiburón y
la sardina, versión posmoderna, el papel de matón de barrio
correspondió al pez gordo bocón, muy excedido en tonelaje
(Toussaint), y al apaleado embajador del voto inútil (Ricardo Pascoe)
le tocó estelarizar a un furtivo pezecito tropical. Aunque salió
respondón, de antemano, como en la dialéctica del amo y el
esclavo, Pascoe tenía la pelea perdida. Era tan dispareja la contienda,
que esta vez los rudos de Tlatelolco no necesitaron gusanos de Miami ni
de la otra Cuba como carnada para vencer al técnico camarada. Y
como la ficción es hoy realidad virtual, aunque el respetable vio
empate y acaso una victoria moral de la sardina sobre el tiburón,
el todavía embajador en Cuba tiene los días contados.
Todo indica que Pascoe será defenestrado. Y que
Castañeda enviará a La Habana a una "empleada" de carrera,
la embajadora Roberta Lajous. La priísta vivía feliz en Nueva
York como representante alterna ante la ONU, donde hacía mancuerna
con su viejo amigo Adolfo Aguilar Zinser, quien ocupa un asiento en el
Consejo de Seguridad. Por su manejo dictatorial y desaseado, Castañeda
precipitó la salida del subsecretario Miguel Marín Bosch,
fino y acreditado diplomático. Marín cumplía cierta
función de contrapeso ante los recurrentes exabruptos del titular
del ramo. Pero el golpe de autoridad de Castañeda fue una jugada
a dos bandas. Por un lado, al quitarle a la Lajous descobija en más
de un sentido a su ex compinche Aguilar Zinser, y le pone de espía
al ex embajador en Costa Rica, Carlos Pujal. Por otro, al enviar a la anticastrista
Lajous a La Habana busca acentuar la nueva línea de bloqueo diplomático
de México a Cuba. Es decir, en un nuevo gesto de genuflexión,
guiña un ojo a Washington. ¿Y Fox qué hace? Como gerente
del reality show México S.A., apoya a El Nene.