El concierto de The Breeders, literalmente en
el agua
Llovió cerveza durante el festejo del décimo
aniversario de Radioactivo 98.5
PATRICIA PEÑALOZA
Ríos de alcohol por los suelos y lluvia de cerveza
sobre las cabezas se suscitaron tres horas seguidas: hora y media antes
de que la explosiva banda postpunkpopgarage The Breeders apareciera en
el Salón 21 la noche del jueves, y durante su concierto.
En
algo había que entretenerse y la solución divertida de las
cerca de 2 mil personas concentradas en la pista fue la de iniciar un tímido
slam, bailes tribales en amplio círculo abierto entre la gente,
y una afanosa aventada de latas y vasos desechables, tanto vacíos
como llenos de líquido embriagante. La duela fue pista de patinaje,
aterrizaje y acuatizaje. Todos reían.
Antes de que The Breeders se trepara, la chamaquiza de
entre 18 y 30 años ya estaba más que en el agua: cabellos,
ropa, ideas y cerebros, escurrían. Al fin que los patrocinadores
del décimo aniversario de la emisora Radioactivo 98.5 pagaban la
fiesta y una barra libre que parecía no tener fin: entradas gratis
(vía promociones), chupe gratis, ¿qué más
podían pedir?
Desde la tarde, la estación de radio estuvo hablando
del incidente que haría que el concierto empezara a las dos de la
mañana y no a la medianoche, como estaba previsto: la líder
de la banda, Kim Deal, extravió su pasaporte, así que los
organizadores tuvieron que hacer malabares para que permitieran su acceso
al país; a esto se sumó que el avión en que viajaba
estuvo tres horas sin poder aterrizar. Finalmente, directo del aeropuerto,
la gemela mayor arribó para roquear al personal.
Para entonces, la audienciano estaba cansada: al contrario,
había estado muy divertida durante dos horas no sólo con
la mojada sino con la secuencia rocanrolera que se rifaron los locutores
Raúl David Vázquez (Rulo) y Erich Martino, plena de
hits probados, que llevaban a la gente a cantar en alto: de The
Who a U2, pasando por los Ramones, los Stones, Guns & Roses y hasta
The Strokes, The Hives y Fat Boy Slim. Por las fallitas técnicas,
las bajadas de volumen para que cantara el público, aquello se sentía
como una fiesta casera o como un regreso en el tiempo a Rockstock.
La
gente ovacionó a The Breeders a su llegada; nadie reprochó
la tardanza a las hermanas Kim y Kelley Deal. Mando López en el
bajo, Richard Presley en la guitarra, y el increíble y preciso baterista
José Medeles (quizá el instrumentista más destacado),
ocuparon sus lugares.
No perdieron el tiempo, y que se avientan como segunda
rola su éxito reciente Huffer. Los asistentes estaban como
loquitos: brincaron, despotricaron, volaron. Su repertorio fue de los temas
de su disco debut Pod (1990), pasando por Last splash (1993)
y varias de su actual álbum, Title TK (2002), con ese espíritu
pop-punk deslavado y rasposo, que en las Deal es a la vez suave, irónico,
melancólico, explosivo. También tocaron una sola de los Pixies,
del disco Doolittle. Cada una de ellas en guitarra y voces, junto
con su banda, lucían divertidas. De vez en vez, Mando López
trataba de traducir las palabras de Kim, quien pidió disculpas por
su tardanza. Las hermanas Deal también felicitaron a la estación
por su aniversario.
Con su proyección desenfadada, nada postiza, se
echaron a la gente al bolsillo. De pronto se ponían a platicar entre
ellos, a hablar todos juntos. De modo intempestivo, tocaron bien chido
un cachito de Fell in love with a girl, de los White Stripes. Sin
mucho roadie, cambiaban ellos mismos de instrumento si ameritaba.
Era mucho el relajamiento.
Musicalmente, con más personalidad que virtuosismo,
en vivo la banda no suena tan desparpajada como podía pensarse de
la punketa Kim: los coros y el amarre instrumental están muy cuidados.
A medio concierto, que se echan su gran hit, Cannonball,
y de nuevo el aventadero. Ya sólo quedaban por tocar rolas para
fans y dos que tres del nuevo álbum. Mucha gente comenzó
a desalojar el inmueble antes de que acabara el toquín. Quizá
se trataba de personas agotadas tras la espera o de quienes (como la mayoría)
nomás iban al reventón sin ser seguidores de los Breeders.
Luego de un largo encore sin gritos ni silbidos, salió otra
vez la banda; Kelley tocó el violín en una pieza. A eso de
las tres y media se retiraban de modo definitivo, escueto, sin una especie
de "gracias, qué chido". La noche y la fiesta se diluyeron rápidamente,
dejando un alcoholizado y divertido sabor rocanrolero.