Robert Fisk
Conflicto que se olvida y holocausto que se oculta
En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial,
el viejo semanario Sunday Express, de lord Beaverbrook, obsequiaba
a sus lectores la historia secreta del conflicto entre 1939 y 1945: "lo
que Hitler hubiera hecho si Inglaterra hubiese caído bajo la ocupación
nazi"; "Cómo Ike estuvo a punto de cancelar el Día
D", "Los planes de Churchill para usar gas contra los invasores nazis".
Con frecuencia -no siempre- estas historias eran ciertas. Tras la guerra
se conocen los hechos. Después de todo, no hace mucho se descubrió
que el imponente bombardeo aéreo sobre el ejército de Serbia,
en 1999, destruyó únicamente 10 tanques en total.
Pero fue Eric Lowe, de Hayling Island, en Hamsphire, quien
me recordó las veces en que la historia ha sido invertida, la forma
en que los hechos históricos, claramente establecidos, se ven cuestionados
décadas después o incluso se les elimina del récord
por razones políticas o debilidades morales. Eric dirige una revista
llamada Palestine Scrapbook (Album Palestino), que es un
medio dirigido a los viejos soldados británicos que lucharon en
Palestina -combatiendo tanto a árabes como a judíos- hasta
el ignominioso colapso del mandato británico, en 1948.
En la revista del señor Lowe se relatan memorias
personales de los bombardeos sobre los cuarteles británicos ubicados
en el hotel Rey David, de Jerusalén. Un bombardeo "terrorista" por
supuesto, excepto que fue perpetrado por el hombre que más tarde
se convertiría en primer ministro de Israel: Menagem Begin.
Dennis
Shelton, del Cuerpo Real de Ca-rabineros del Rey escribe una carta recordando
el ataque árabe contra una patrulla del ejército británico
en Gaza. "Quedamos al descubierto frente a ellos en una emboscada. Los
que pudieron huir trataron de hacerlo. Encontramos a dos compañeros
debajo del vehículo. Ambos muy mal heridos. Acompañé
a uno de ellos en la ambulancia al hospital de Rafah. Iba sosteniendo un
lado de su cabeza para impedir que se le salieran los sesos. Me pregunto
si acaso se recuperaron". El señor Lowe ha buscado información
sobre el destino que corrió el soldado al que Dennis Shelton trató
de salvar.
Pero probablemente pierde su tiempo, porque el primer
conflicto armado en el que participó Gran Bretaña después
de la Segunda Guerra Mundial -en Palestina, de 1945 a 1948- ha sido borrado,
echado a un lado como algo que nadie quiere recordar.
Según Lowe, nunca fueron entregadas muchas de las
medallas con las que iban a ser condecorados soldados que participaron
en dicha campaña. Dennis Peck, de la División Terrestre Sherwood,
supo en 1998 que tenían la intención de darle una medalla.
Hasta hace dos años la campaña no fue nunca mencionada en
el Desfile del Armisticio de Londres. Ni siquiera existe una cifra definitiva
de los soldados británicos que murieron en el conflicto, aunque
se estima que unos 400 fallecieron en combate o posteriormente, a causa
de sus heridas. Les tomó 50 años a los veteranos británicos
que se erigiera un monumento en memoria de los muertos. Y al final fueron
los mismos veteranos quienes tuvieron que pagarlo de sus bolsillos.
Pero a finales de los años 40 toda Gran Bretaña
estaba inmersa en la guerra en Palestina. Cuando pistoleros judíos
ahorcaron a dos sargentos británicos y después usaron sus
cuerpos como elemento de ne-gociación, los británicos se
encolerizaron. Pero cabe agregar que los ingleses acababan de ahorcar a
militantes judíos en Palestina. Actualmente nada de esto se recuerda.
Nuestros soldados muertos en Palestina, en vez de ser recordados durante
una puesta de sol, son olvidados del todo.
¿A quién le tenemos miedo en este caso?
¿A los árabes? ¿A los israelíes? ¿No
es este sólo un pequeño ejemplo de la supresión de
la verdad histórica que continúa más allá del
primer holocausto del siglo XX? Pregunto esto debido a un reciente y muy
ofensivo artículo de Stephen Kinzer, del New York Times.
En 1915 este periódico -que entonces era un informador
honorable y fidedigno- descubrió una de las más grandes y
terribles historias de la Primera Guerra Mundial: la planeada matanza de
millón y medio de armenios cristianos por parte del gobierno turco
otomano. Los titulares del diario, basados muchos casos en declaraciones
de diplomáticos estadunidenses en Turquía, alertaron al mundo
de este genocidio. El 16 de septiembre de dicho año el corresponsal
del New York Times habló de "una campaña de exterminio
para asesinar a entre 800 mil y un millón de personas".
Todo eso era verdad. Salvo el gobierno turco, algunos
académicos estadunidenses que tienen cátedras financiadas
por Turquía y las vergonzosas negativas emitidas por el gobierno
israelí, no existe hoy un alma que dude de la naturaleza y alcance
de este genocidio. Incluso el mismo Winston Churchill, en la década
de los 20, calificó este hecho de "holocausto".
Pero no el señor Kinzer. Durante años recientes
él ha hecho todo lo posible para destruir la integridad de los brillantes,
aterradores y exclusivos reportajes que su periódico publicó
en 1915. Recordando constantemente la aseveración fraudulenta de
Turquía, de que los armenios murieron en los conflictos civiles
que entonces sucedían en Asia menor, se ha referido a este genocidio
llamándolo "limpieza étnica", y ha hablado de que "se dice"
que murieron millón y medio; algo que de seguro jamás diría
al referirse a los 6 millones de judíos que fueron asesinados posteriormente
por los nazis alemanes.
Recientemente el señor Kinzer escribió sobre
el nuevo Museo del Genocidio Ar-menio, y comentó rebuscadamente
que existe "una creciente conciencia por parte de grupos defensa de que
los museos son armas poderosas para avanzar en las causas políticas".
En otras palabras, hay algo un poquito tramposo en la versión armenia
del museo a diferencia, claro, del Museo del Holocausto Judío -y
del Holocausto judío en sí-, el cual jamás sería
usado por Israel para acallar las críticas por su conducta cruel
en los territorios ocupados.
Después viene el el tiro de gracia. "Washington
ya tiene una institución mayor, el Museo del Holocausto de Estados
Unidos, que documenta el intento de destruir a un pueblo entero", escribe
Kinzer. "La historia que éste presenta está más allá
de toda discusión. Pero los sucesos de 1915 son aún tema
de un intenso debate". Está usted segurísimo, ¿verdad
señor Kinzer?
¿Pero por qué había de sorprendernos
es-ta pieza clásica de revisionismo histórico? La misma embajadora
de Israel en la Armenia actual, Rivka Cohen, ha estado vendiendo la misma
basura, al negarse a hacer paralelismos entre el Holocausto judío
y el armenio, describiendo éste último como una mera "tragedia".
La embajadora está, de hecho, siguiendo la línea
oficial de la cancillería israelí que indica que "esto (en
referencia al holocausto armenio) no debe calificarse de genocidio".
El principal estudioso israelí del Holocausto,
Israel Charney, ha llevado a cabo una campaña valiente contra aquéllos
que mienten sobre el genocidio armenio (recomiendo a los lectores adquirir
su sorprendente obra Enciclopedia del Genocidio). A la lucha de
Charney se han unido muchos otros académicos judíos. Pero
la alianza de Turquía con Israel, su pertenencia a la Organización
del Tratado del Atlántico Norte, su posible ingreso a la Unión
Europea, así como sus masivas compras de armamento a Estados Unidos
y el cada vez mayor poder de sus bien pagados cabilderos han asfixiado
los esfuerzos de Charney y sus colegas.
Esto nos lleva a una última pregunta. Académicos
armenios han estado investigando la identidad de aquellos jóvenes
oficiales alemanes que entrenaban al ejército otomano en 1915, y
que en algunos casos fueron testigos del holocausto armenio, cuyas víctimas
eran trasladadas a la muerte en vagones de tren destinados a transportar
ganado. Ahora ha trascendido que los nombres de algunos de esos soldados
alemanes resurgieron un cuarto de siglo después como altos mandos
de la Wehrmacth en Rusia, que ayudaron a Hitler a perpetrar el Holocausto
judío.
Hasta el menos brillante de nosotros podría pensar
que aquí hay una aterradora conexión. Pero me parece que
no para el señor Kinzer. Tampoco el actual New York Times,
que está tan dispuesto a tirar a la basura sus propias exclusivas
históricas, por temor a lo que puedan decir Turquía o Israel.
Personalmente considero que todo esto es una negación del Holocausto.
Y sé cómo lo llamaría Eric Lowe: "Cobardía
bajo fuego".
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca