Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 17 de septiembre de 2002
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Política
Bernardo Barranco V.

El ascenso de los fundamentalismos

A un año de los atentados del 11 de septiembre, se acentúa una tendencia fundamentalista en las religiones monoteístas en este inicio de siglo. Podemos definir al fundamentalismo religioso como la ideologización de los valores trascendentes de una sociedad amenazada; dicha politización y radicalización del factor religioso surgen de momentos de vacíos o de crisis de identidad de una sociedad, etnia o comunidad. No debemos confundir el fundamentalismo, especialmente islámico, con el terrorismo. El terrorismo religioso no es más que la expresión dramática de acciones frontales y violentas que utilizan a la religión como base y justificación. Por tanto, el fundamentalismo no es una enfermedad de las religiones, sino una patología de las propias sociedades, que parece llenar los vacíos que han dejado las ideologías y los proyectos históricos frustrados. Aunque el concepto fundamentalismo tiene su origen precisamente en Estados Unidos, generalmente y gracias a los medios se le identifica con los creyentes musulmanes extremistas, intransigentes y conservadores. Sin embargo, los orígenes del fundamentalismo islámico están en el rechazo a la modernidad occidental impuesta desde la colonia. Regresar a los orígenes, a los mitos fundamentales, religiosos o no, ha sido una permanente tentación en los momentos de crisis culturales.

Lo religioso inmerso en la cultura es arrastrado e inducido por los movimientos de la sociedad. Baste recordar el tratamiento cuasirreligioso que se dieron las corrientes totalitarias como el nazismo, el estalinismo y el fascismo; la explosión religiosa, después de más de 70 años de intolerancia, en la Rusia posocialista, parece confirmar cómo lo religioso puede llenar espacios y sueños. Y al mismo tiempo, si es manipulada, puede llegar al extremo del terror. La perversa relación entre religión y violencia revela el lado oscuro del hombre, que altera la historia y corrompe las creencias para exaltar a sus guerreros. En el Islam la guerra santa no existe como tal, esconde la reislamización de la historia, la instauración de un régimen teocrático y de un movimiento desecularizador y antioccidental. Si bien existen muchas diferencias y matices, también hay similitudes a inicios de la década de los años 80, entre la proclama del ayatola Jomeni y la del papa Juan Pablo II por revangelizar el mundo o emprender una segunda evangelización. El fundamentalismo, es importante subrayarlo, no es exclusividad del Islam; las grandes religiones monoteístas están tentadas y llevan en su seno corrientes y adeptos potenciales; sin dramatizar, el magnicidio del primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, a manos de un joven fundamentalista judío en noviembre de 1995, causó estupor por la frialdad del estudiante de la ley judía, influido por rabinos integristas, quien declaró que no tenía remordimientos pues había cumplido el sacrificio bajo las órdenes de Dios. El catolicismo tampoco escapa de la tentación de ideologizar su mensaje; hoy en México el avance de la derecha católica en el poder y el pasado reciente cristero no nos eximen de que existan objetivamente semillas fundamentalistas en un sector de la catolicidad que no debemos ni despreciar ni perder de vista.

La prensa estadunidense se ha encargado de difundir el fundamentalismo islámico como sinónimo de terrorismo. Existe autocesura para abrirse a los argumentos y planteamientos del heterogéneo universo musulmán, mientras el tratamiento de las noticias sobre el comportamiento del Estado israelí frente a los palestinos también denota complicidad. Los estadunidenses no son críticos con sus propios fundamentalismos. No debemos olvidar que el concepto surge precisamente en este país, germina en el siglo xix y refiere a un regreso conservador de grupos protestantes a la ortodoxia cristiana. Su lectura literal de la Biblia, su antimodernismo y, sobre todo, sus vínculos directos con la derecha conservadora y con el Partido Republicano, reflejan la incubación y desarrollo de una extrema derecha mesiánica que hace suyas y a su manera las tesis de Samuel Huntington sobre los choques civilizatorios. El presidente George W. Bush se hace eco del fundamentalismo local al invocar al Dios castigador y al identificarlo de su lado, parcial y decididamente en favor de Estados Unidos; a un Dios cristiano y excluyente, "quien no es está conmigo esta contra mí". Bajo el mundo globalizador y unipolar, Malraux bien podría cambiar su tesis por la de que el siglo xxi será fundamentalista o no será.

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