Nora Patricia Jara
El corporativismo y la huelga
El otrora llamado sindicalismo oficial se ha convertido en el mayor obstáculo de la administración perredista en el Distrito Federal, ante un PAN rijoso pero poco efectivo en sus acusaciones.
Con un arraigo a la baja y redes corporativas extendidas, dos de las organizaciones obreras de esta capital se muestran agresivas en la supuesta reivindicación de los derechos de sus trabajadores, cuando en realidad buscan recuperar espacios de influencia y poder.
Saben que con una huelga se colapsaría la ciudad más grande del país. Ese eventual paro y la amenaza a su convocatoria -presentándolo como el de mayor alcance en los últimos 20 años en la metrópoli- se agita en un momento oportuno para reclamar posiciones electorales. La historia del movimiento obrero corporativo es paralela a la del PRI y en muchos momentos se confunde, ya que hasta el 2 de julio del 2000 el tricolor fue el centro donde se articuló la representación laboral organizada en el ámbito nacional.
Por cerca de 70 años el PRI fue la vía de reclutamiento político de líderes vinculados con el movimiento obrero, convirtiéndose en dirigentes de instrumentos de dominación ideológica y en corporaciones de control político verticales, que permitieron por mucho tiempo el funcionamiento de las instituciones.
Luego de la época de Lázaro Cárdenas, los sindicatos pocas veces estuvieron unidos en contra del gobierno y cuando lo hicieron, los trabajadores fueron reprimidos o aniquilados, ya sea por luchas intestinas o razones de Estado.
Ahora, hasta los considerados de oposición reconocen la Ley Federal del Trabajo y bajo sus reglas actúan: lejos se ven las movilizaciones de finales de los años cincuenta y las grandes marchas de los ferrocarrileros y electricistas de los setenta. Hoy el sindicalismo se limita a ser un instrumento en la contratación colectiva y se mantiene, si así le conviene, alejado de la acción política, y en su versión globalizada se transforma poco a poco en un sindicalismo empresarial y, en general, se mantiene en crisis o bajo la sombra del régimen en turno.
Los sindicatos capitalinos tienen sus antecedentes en la poderosa Federación de Trabajadores del DF y su militancia fue decisiva para la consolidación del Revolucionario Institucional en la urbe. El poderío de un gremio sindical se mide por su capacidad de afiliación y el número de contratos colectivos, los que le dan poder político y acceso al presupuesto de la empresa.
De hecho el resurgimiento postrevolucionario de la Confederación de Trabajadores de México coincide con el fortalecimiento del PRI en zonas urbanas, que se registró hace poco más de seis sexenios, con gobiernos de mano dura en la regencia, y con una clase trabajadora que dejó de ser obrera para convertirse en prestadora de servicios, técnicos de mantenimiento o administradores. En ellos han estado los verdaderos cuadros de selección del PRI, al grado que sus dirigentes llegaron a incidir con éxito en más de una vez en el proceso de sucesión presidencial y en otras ocasiones, como con el presidente Carlos Salinas, salieron confrontados.
López Obrador los llama "hampa política" y en gran parte es debido a la corrupción y tráfico de influencias que se realizan en estas agrupaciones laborales, las que han llegado al punto de desviar millones de pesos de las arcas nacionales para apoyar campañas políticas.
En este marco, el desmantelar las redes de corrupción que se han tendido a largo de décadas dentro de las organizaciones obreras priístas de esta capital y del país puede ser uno de los retos más importantes a enfrentar para cualquier gobernante.