MAR DE HISTORIAS
Lapidaciones
CRISTINA PACHECO
Al llegar a su departamento Graciela pone en el suelo las bolsas del supermercado. Toma un breve descanso y mete la mano en su bolso. Sus dedos tropiezan con la cartera, los cosméticos, los pañuelos desechables, los sobrecitos de Canderel, las recetas de comida y belleza que arranca de periódicos y revistas. Todos esos objetos la alejan de sus metas: encontrar sus llaves, abrir la puerta de su casa, olvidarse de la violencia y el desorden que ensombrecen las calles. Al escuchar el ruido de la llave, Daniel sale a su encuentro:
-Qué bueno que llegaste. Me tenías preocupado.
Graciela retoma parte de su carga y sonríe, como si no advirtiera el matiz de reproche oculto en la frase de bienvenida.
-ƑMe ayudas con las otras bolsas?
-Te tardaste muchísimo. Van a dar las nueve.
-Había mucha gente en el súper.
-ƑNo puedes ir a otra hora?
Graciela deja las bolsas sobre la mesa de la cocina y, esforzándose por disimular la impaciencia que le provoca el interrogatorio, se dirige sonriente a Daniel:
-Danny: salgo a trabajar a las seis y media de la mañana. A esa hora todavía no abren el súper-. Elige un paquete de jamón y lo guarda en el refrigerador: -Sea o no quincena, los viernes todo se complica.
-Si ya lo sabes, Ƒpor qué no dedicas otro día a la compra?
-Iba los domingos, Ƒrecuerdas?, hasta que te pareció una estupidez que perdiera horas de nuestro único día de descanso comprando papel de baño-. Graciela adopta un tono jovial: -ƑCómo te fue de tráfico?
-Imagínate, con todas las calles agujereadas-. Daniel tomo un frasco y revisa el código de barras en la etiqueta: -Sería mejor que marcaran los precios como antes. ƑCúanto te costó esta mermelada?
-No sé, no me acuerdo.
La cara de Daniel se convierte en una máscara de incredulidad y suspicacia:
-ƑCompras sin ver los precios?
-Claro que me fijo, pero no los memorizo-. Graciela le presenta el ticket de la compra: -Si quieres revista la cuenta, yo francamente no tengo ganas ni fuerzas. šMaldito tráfico!
-No llovió.
Graciela empieza a acomodar las compras en el gabinete:
-No, pero me tocaron dos marchas y el taxi tuvo que venir a vuelta de rueda.
-ƑDe qué eran las manifestaciones?
-De mujeres. Pedían que se anule la sentencia contra Amina. No es justo que vayan a matarla sólo porque tuvo un hijo antes del año de divorcio-. Graciela reflexiona: -Imagínate, morir a pedradas. Debe ser algo espantoso.
-Esa es gente muy bárbara-. Daniel levanta los hombros. -ƑCenamos?
-Sí, nada más déjame quitarme los zapatos. No puedes imaginarte lo que es andar de tacón 10 horas al día.
-Te he dicho mil veces que uses algo más cómodo.
-Me presento en la oficina con zapatos bajos y capaz que mi jefe me manda a cambiarme.
-Pues yo voy a hacer lo mismo. A lo mejor así me haces caso cuando te pido que los domingos, el único día que estoy en la casa, no te pongas pants y tenis. šSon horribles!
-Mi vida, comprende: al menos en mi casa quiero estar cómoda.
-ƑAunque no me guste cómo te ves?
-Daniel, por favor...
-Por favor Ƒqué?
-No vale la pena discutir por los tacones. Es una tontería.
-Porque yo lo digo. ƑQué tal cuando lo hace tu jefe?
-No me gusta el tono en que me hablas-. Graciela se apresura a meter los frascos y latas restantes en el gabinete.
-ƑCuál tono? He hablado como siempre.
Graciela se toca la frente húmeda:
-Lo que tú digas. De acuerdo: oí mal y desde que entré me has estado hablando con toda la dulzura del mundo.
-Llevo aquí horas hecho un imbécil esperándote. ƑY así quieres que me ponga romántico?
-No. Me basta con que seas comprensivo-. Graciela se despoja de una zapatilla y se frota el pie descalzo.
-ƑEn qué he dejado de comprenderte? Dímelo para que no vuelva a cometer ese crimen.
-Ves que estoy llegando del trabajo y del súper y lo único que se te ocurre es reclamarme porque me retrasé un poco...
-ƑPoco?- Daniel muestra su reloj: -Más de una hora. Mira, no te miento.
-Cuando tú llegas tarde jamás te reclamo.
-Porque sabes que vengo de trabajar.
-Y yo, Ƒde dónde crees que vengo?
-Me chocan las discusiones.
-Tú empezaste, reconócelo.
Daniel da la espalda a Graciela y mientras revisa otra vez el ticket del supermercado pregunta distraído:
-ƑQué vamos a cenar?
Graciela extrae de una bolsa un sobre blanco y lustroso:
-Mira, es pasta italiana. Acaba de salir. Se le pone agua y en 10 minutos está lista.
Daniel le arrebata a Graciela el sobre y lo mira con asco:
-ƑCrees que esto es comida?
-Me la recomendó una señora. Dijo que es riquísima.
-Y tú le creíste-. Daniel acentúa su severidad: -O sea que aquí manda todo el mundo menos yo.
-No entiendo por qué lo dices.
-Te vistes al gusto de tu jefe y comemos lo que le agrade a una pendeja que ni sabemos quién es. ƑO la conocías?
-No, pues no.
-ƑEntonces?- Daniel aparta a Graciela, abre el gabinete y revuelve las latas y envases que su mujer ordenó minutos antes.
-ƑQué haces?
-Quiero ver qué diablos voy a cenar.
-Para eso no tienes que desordenarlo todo. Luego seré yo quien tenga que acomodar otra vez las cosas.
-Si quieres lo hago yo, al fin que tú mandas.
-Ya, por favor, šdeja de molestarme!
Daniel arroja una lata contra Graciela. Ella logra esquivar el golpe y retrocede:
-Estás loco. ƑQué tienes?
-Que me hartas, me sacas de quicio, me contestas como si fuera un perro-. A cada frase Daniel arroja contra su mujer latas, botellas, frascos, paquetes.
Herida, manchada, temblorosa, Graciela apenas tiene voz para gritar: -šAyúdenme, auxilio...!
-ƑVes lo que te sacas por chingarme?- Jadeante, Daniel sigue atacándola: -Consomé, frijoles, pasta, aceite, agua mineral. ƑNo se te ocurrió traer nada que no fuera porquería?
No hay respuesta. En la cocina sólo se escuchan los débiles gemidos de Graciela y la respiración desordenada de Daniel. Exhausto, con los brazos caídos, mira con horror su obra salvaje y destructiva. El cansancio le dobla las piernas y tiene que apoyarse en la mesa. Escucha, aún más débil, la petición de auxilio de Graciela.
Caminando sobre vidrios rotos y una mancha viscosa, se acerca a ella y con voz dulce le pregunta:
-Mi amor: Ƒpor qué tenías que ir hoy al supermercado? Sólo dime por qué.