Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 8 de septiembre de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Fotos del Día
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas
  >

Política

Rolando Cordera Campos

Dos onces de septiembre, Ƒdos seguridades?

"No hay seguridad global sin una agenda de justicia global", afirmó el canciller alemán Gerhard Schroeder. Sin esta última, crecen con los días las probabilidades de una inseguridad rampante que, sin avisar, nos lleve al borde del caos universal, ecológico y social, a pesar de tanta cumbre y compromiso. Esta es, por desgracia, una perspectiva nada lejana para el mundo que se apresta a conmemorar el 11 de septiembre, en medio de una obscena deliberación "racional" sobre la conveniencia de dar otro giro mortal a la guerra santa bushita, ahora contra el eje del mal encarnado por Hussein.

No hay seguridad global y no se asoma por lado alguno la posibilidad de una justicia para todos, como prometía el discurso globalista, hoy un tanto aturdido por tanto fraude y creatividad corporativa y, sobre todo, por los tambores de guerra en Washington y Londres, donde supuestamente habría de residir la racionalidad del nuevo mundo. Las fantasías de una civilización unificada y de progreso compartido con que se inició la época de la supremacía universal y del fin de las utopías, salvo la del mercado libre y único, parecen haber entrado en cauto receso.

Cuando estalló el terror que hizo patente la globalización y privatización de la capacidad destructiva en gran escala era claro que los diseños para el mundo global que había adelantado la ideología globalista tenían que cambiar. No faltaron los necios que en esos momentos insistieron en que, a pesar de todo, el mundo, y con él nosotros, seguía su marcha tras las trompetas triunfantes del capitalismo global y unificado y, para algunos, la irrupción del estado de guerra declarado en Washington era nada menos que una oportunidad de oro que los mexicanos no podíamos dejar pasar.

Sin embargo, las primeras medidas de emergencia de control del tráfico de personas y mercancías, dictadas por Estados Unidos, junto con el pase a archivo del acuerdo migratorio planteado por México, apenas fueron el aviso inoportuno de lo que a partir de entonces empezaríamos a vivir: el ejercicio de un poder supremo que se sabe o se siente incontestable, y para el cual la globalización tiene implicaciones o significados siempre acotados por sus intereses locales y nacionales.

Estos intereses se expresan en acciones proteccionistas unilaterales como en la agricultura o el acero, una negativa contumaz a confluir en acciones obligadamente globales, como el protocolo de Kioto, o en el reclamo abierto de tratamiento especial, no general ni global, a sus tropas y otros agentes de su seguridad nacional que, por lo visto, todos deben aceptar como sinónimo de seguridad global, nacionalistamente definida y determinada desde el monopolio indiscutido de la fuerza nuclear. Nada que ver con el cosmopolitismo ansiado para la aldea, desde la aldea.

Difícil conmemorar racionalmente lo que ocurrió hace muy poco, pero que ha propiciado tanto y malo para un futuro que parece sin fin. Nadie discute ya la realidad del terror que se alimenta de necedad y sectarismo, ignorancia y fanatismo, carencia absoluta de horizontes para los jóvenes, ausencia de líderes y visiones creíbles de porvenir colectivo.

Pocos discuten hoy, por otro lado, que el hambre y la pobreza masivas están detrás, como telón de fondo envenenado, de los actos suicidas y de terror que suelen protagonizar hombres de los sectores medios y altos de las dinastías dictatoriales del mundo árabe, hayan o no pasado por el entrenamiento para destruir otorgado en el pasado por la potencia suprema, cuando empeñaba todo en destruir al imperio del mal. Destruido el imperio, dejados a su vera los soldados de Dios, venida del fondo de la tierra la locura talibán, emergió entonces el "eje" maligno que no deja descanso a la imaginación paranoica del control planetario, que se mueve sin cesar de Kandahar a Kabul, de Guantánamo a Virginia, y que ahora hace maletas para llegar a Bagdad.

Razones para actuar contra el terrorismo sobran y las cenizas y los huesos del 11 de septiembre de 2001, el dolor y el trauma masivo siguen con nosotros y no sólo con los estadunidenses que los sufrieron y sufren. Pero la realidad del mundo va más allá de la mansalva o la traición del desesperado o el fanático tecnologizado hasta las barbas. Es esa realidad, repetida ayer en Johannesburgo, la que obliga a repetir y corear los "descontentos" para con la globalización; insistir en la necesidad, tal vez vital, de otra agenda para el desarrollo; reclamar pasos en la dirección de una justicia global creíble que dé a los más otra seguridad, distinta en calidad y en moralidad a la que ofrecen los aparatos militares y paramilitares, las ofertas de primas y pólizas contra el terrorismo, los guaruras de todos los días en Reforma o el Periférico.

Recordar el 11 es obligado porque pertenece a la categoría ética del "no podemos olvidar". Tal vez debería ser forzoso también traer del olvido o de la amnesia simulada la memoria de Salvador Allende, asesinado otro once de septiembre, así como los crímenes arteros cometidos por Pinochet y sus compañeros de odio, aupados por Kissinger y sus cruzados, también encargados de velar por la seguridad global... de unos cuantos.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año