Guillermo Almeyra
Los esclavos y los rebeldes
Las campañas electorales en Brasil y en Argentina plantean el viejo problema de por qué siempre es más numerosa la gente que prefiere ser esclava, que no se da cuenta de que lo es o que se resigna a serlo que, en cambio, la que se rebela y busca la emancipación. Como decía Wilhelm Reich, es importante conocer por qué hay quienes hacen huelgas y revoluciones pero es mucho más importante saber por qué las mayorías no insurgen contra situaciones inhumanas e intolerables. ƑPor qué los judíos marchaban mansamente en Auschwitz a los hornos crematarios y, en cambio, un puñado de ellos, los jóvenes políticos organizados, se rebeló en el gueto de Varsovia, o había resistencia en Buchenwald o en los grupos de trotskistas o de delincuentes mandados a morir a los gulags siberianos de Stalin? ƑCuál es el peso del factor antropológico, cuál el del cultural? ƑVale el "cuanto peor, mejor", como pensaban los anarquistas del pasado, que depositaban sus esperanzas en ladrones, criminales y prostitutas, creyendo que eran marginales en la sociedad y estaban contra el Estado, sin darse cuenta del profundo conservadurismo de esos sectores -robar es cambiar de manos la propiedad, reconociéndola; prostituirse es convertirse en mercancía- y sin ver que el apoliticismo del lumpen le lleva a vender su voto o su vida (como policía, esquirol o cliente político de un cacique)? ƑO la rebelión es un lujo de los cultos y privilegiados?
El 30 de agosto marcharon en Buenos Aires piqueteros y asambleístas. Dejemos de lado que el sectarismo alejó de esa acción a las sectas supuestamente revolucionarias y las organizaciones que controlan y, también, a la base peronista de izquierda, cristiana y antisocialista de la Central de Trabajadores Argentinos, inclinada al desprecio por la teoría y la política y al pragmatismo sindicalista. Queda, sin embargo, el hecho de que 35 mil personas se movieron por un programa alternativo al del FMI y del gobierno y por construir en la acción un frente político e incluso electoral que se oponga a la maniobra del peronismo de perpetuarse mediante las elecciones presidenciales de marzo próximo. Pues bien, simultáneamente, casi 30 mil partidarios del nacionalista de derecha, semifascista, Adolfo Rodrí-guez Saa, llenaban el Luna Park, intentando resucitar el peronismo derechista clásico, con las figuras de Perón y de Evita, los bombos y la marchita partidaria para reforzar el frente con los carapintadas, como Aldo Rico, o conservadores y agentes de las dictaduras, como Mariano Grondona.
En Brasil, también, están los partidarios de un cambio votando a Lula, incluso a pesar de las posiciones de éste, y los que optan por Gomes o Serra. No se trata de la pertenencia a un sector de clase determinado. En la derecha o entre los pasivos hay más obreros y pobres que entre los activos, protestatarios. No solamente en Francia, con Le Pen; en Italia, con Berlusconi; en México, con Fox o el PRI: también en Argentina, Brasil, Ecuador. No se trata tampoco de una diferencia entre viejos y jóvenes: muchas veces la derecha recluta sus huestes entre lúmpenes, ignorantes sin experiencia política, víctimas de la droga que, naturalmente, son jóvenes.
La dominación se ejerce -como lo sabe desde hace siglos la Iglesia católica- combinando miedo, resignación, conservadurismo e ignorancia. Creer que no hay alternativa, que contra Dios o el Destino no hay nada que hacer, que hay que acomodarse lo mejor posible dentro del sistema, que no hacerlo puede ser peligroso, lleva a preparar el esclavo perfecto, consciente o no de su condición. Por el contrario, saber que la lucha rinde, que es mejor y más seguro rebelarse que morir de hambre y de enfermedades, que la sociedad puede producir alternativas, que hay que saber los cómo, los porqués, los qué hacer y osar, inventar, combatir, prepara en cambio rebeldes y abre el camino a las revoluciones. Entre los políticos de Buchen-wald, de los gulags, del guetto varsoviano y las víctimas de Auschwitz la diferencia era el espíritu crítico, que llevaba a conocer las causas y los límites del universo concentracionario, y sobre todo la esperanza, que llevaba a resistir, a actuar, a no resignarse, a preservar la ética y la dignidad, el carácter humano. O sea, la diferencia esencial entre los esclavos -de Rodríguez Saa o de los "coroneles" brasileños- y los rebeldes reside en la posibilidad de pensar en una alternativa, en elaborar su propio futuro tejiendo en torno del eje de una esperanza. La vía para una posible comunicación entre los rebeldes y los esclavos, entonces, consiste en la construcción de la confianza en que esa esperanza es viable y posible. O sea, en la difusión de un programa alternativo, y demostración de la posibilidad de aplicarlo a condición de organizarse y de pasar de ser objeto de la política a sujeto de la edificación del propio futuro. La tarea no es fácil, pero hay que intentarla.
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