viernes 6 de septiembre de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Cine

Disculpe, ¿cómo llego a la perdición?

n Alfredo Naime Padua

Michael Sullivan (Tom Hanks) tiene esposa y dos hijos. Trabaja para John Rooney (Paul Newman), un respetado capo de la mafia ligada a Chicago, quien décadas atrás lo cobijó y crió a falta de padre. Son los albores de los 30 -época de la prohibición en los Estados Unidos- y los negocios clandestinos (los únicos productivos del momento) deben manejarse con mano férrea. Todo está aparentemente en su lugar; pero una sola decisión (del hijo mayor de Sullivan) desatará el desastre: el chico decide una infausta noche esconderse en el auto de su padre para "acompañarle" y así saber -en concreto- a qué se dedica. Atestigua un brutal asesinato, ejecutado por el hijo de Rooney, quien a su vez descubre al muchacho. Por no estar seguro de su discreción y silencio -así son las cosas entre gangsters- buscará matarlo. De golpe el mundo de todos da un vuelco dramático de 180 grados. Sullivan deberá padecer la muerte de su esposa y de su otro hijo antes de consagrarse a dos tareas elementales: vengarlos y mantener vivo al que le queda. Estamos en Chicago, frente a una tragedia griega clásica, con el primer acto cumplido.
Así -cercano a la tragedia griega- es Camino a la perdición, segundo film de Sam Mendes, quien sorprendiera a público y crítica con Belleza americana, su afortunada ópera prima. Mendes vuelve a examinar, desde ángulos peliagudos y por vía de esta historia entre padres e hijos, lo que podemos llamar "valores familiares". Porque las dos películas que hasta ahora integran su filmografía tienen que ver con tipos en situación familiar de extraordinaria complejidad; con padres que, por decisiones extremas, ponen en riesgo (quizá sin saberlo) a su respectivo clan, debiendo enfrascarse en la búsqueda desesperada de una salida. No de una salida ideal; pero de algo que sea salida, al menos. Camino a la perdición retrata en este dilema lo mismo a padres biológicos que a padres sustitutos.
En la película, la ambivalencia moral es un elemento cuya presencia permanente le aporta resonancias especiales, casi líricas. De ahí, no son pocas las ironías resultantes; por ejemplo, el que Michael Sullivan, un taciturno "çngel de la muerte", haya logrado una vida familiar decente y de comfort desde su rol de matón profesional. Y como esta, otras cuestiones profundamente inquietantes en relación con lo más recóndito del ser humano; encrucijadas en donde la moralidad, y su contrario, pierden cualquier umbral definitorio.
Llama la atención el casting de Tom Hanks como pistolero de metralleta; ¿lo acepta así la gente, en un rol por completo antagónico a los que nos ha acostumbrado? Sí, por una razón irrebatible: la calidad de su actuación. Aun a contratipo, Hanks sigue demostrando que es uno de los histriones más dotados en décadas. Venturosamente, sus compañeros de reparto se encuentran al mismo nivel: Paul Newman, combinando dosis iguales de peligrosidad fiera y de fragilidad confundida; y Jude Law -como un fotógrafo matón que cobra por crimen, pero además vende las fotografías resultantes- consigue una presencia escalofriante, por completo creíble en ese universo gangsteril, nocturno, sin apego a la vida ajena que estorbe a los negocios. Las actuaciones (y la gran fotografía de Conrad Hall) aportan, así, una dimensión mítica a esta historia de familia, marcada -cual se dijo- por la densa fatalidad de una tragedia clásica.
Camino a la perdición es una película violenta, de sombras, helada, que termina por reflexionar acerca de lo que los padres queremos con y para los hijos. En algún momento de la misma, John Rooney establece con tanta claridad como realismo la premisa consecuente: los hijos llegan a la vida tan sólo para afligir a sus padres. Lastima menos el pesimismo de la frase que la triste y precisa verdad que descubrimos en ella; una ironía más: los hijos, motivo esencial de nuestra alegría, pueden también ser camino de nuestra perdición.