REPORTAJE /DELINCUENCIA Y
FORMAS DE ENFRENTARLA EN LA HISTORIA
En el siglo XIX hasta los clérigos iban armados
en la ciudad de México
En 1872 uno de cada 10 capitalinos era delincuente,
según el gobernador
El tema ha sido registrado en innumerables crónicas
en las que se relatan las ejecuciones públicas y la necesidad de
salir acompañado o armado para defenderse de los criminales. También
destacan a uno de los personajes más famosos de la ciudad: el sereno,
quien se encargaba de conservar la tranquilidad mientras los ciudadanos
dormían
JORGE LEGORRETA ESPECIAL
Si algo ha caracterizado a nuestra ciudad a lo largo de
su historia, ha sido la inseguridad. No existe crónica que no haga
referencia, por superficial que sea, a la violencia pública que
se ha vivido desde hace siglos en esta capital. Los cuerpos de seguridad
y las formas de impartir la justicia han cambiado radicalmente con el paso
del tiempo. Cada virrey, presidente, gobernador y regente en turno ha plasmado
en la memoria urbana sus maneras de enfrentar ese problema, que invariablemente
se agrava con las crisis económicas en periodos de inestabilidad
política.
La pena de muerte y portación de armas para defenderse,
propuestas que hoy encienden la polémica, cuando eran actos cotidianos
en siglos pasados. Demos paso a relatar algunos pasajes de nuestra historia
sobre la inseguridad.
Ejecuciones públicas
Durante los siglos XVIII y XIX, dar muerte a simples ladrones
en actos públicos era cosa común. Don José Iturriaga
consigna dos ejecuciones narradas por célebres viajeros de ese entonces.
La primera de 1697, del italiano Juan Francisco Gemmelli Carreri, quien
relata la muerte de cinco ladrones, algunas mujeres, en la horca: "....
según la costumbre, llevaban vestido cada uno un hábito blanco,
de lana, y puesto en la cabeza un birrete marcado con la cruz de la cofradía
de la Misericordia. Se usa allí tirar de los pies a los condenados
a la horca con una cadena de hierro que llevan consigo cuando van camino
al patíbulo. A otro ladrón le dieron, bajo la horca, 200
azotes en la espalda y después fue sellado con un hierro ardiendo.
Fueron azotadas tres mujeres por bribonas, y después, conducidas
bajo la horca, se les untó bastante miel sobre las espaldas y se
les cubrieron éstas con plumas para ignominia".
La
segunda ejecución narrada data de 1823. La relata William Bullock
y ocurre en presencia de sacerdotes y religiosos frente a la iglesia de
la Santa Veracruz: "Los criminales fueron atados y montados en sendos asnos
y vestidos con túnicas blancas.... Las damas se arrodillaban al
paso de los prisioneros.... a la vista, una elevada horca con un patíbulo
bajo de ella, sobre la cual estaban dos maderos verticales con asientos.
El verdugo puso (en) sus cuellos un cerrojo circular. Los cerrojos fueron
apretados mediante tornillos, lo que permitió terminar en pocos
segundos el sufrimiento de los reos... retirados del garrote, se les ató
una soga alrededor del cuello y fueron izados (y) expuestos por un corto
tiempo... uno de los clérigos pronunciaba un impresionante sermón...
al terminar, la multitud se dispersó silenciosamente (y) los cuerpos
fueron colocados en ataúdes y entregados a sus amigos".
Secuestros
El 27 de junio de 1872 un acaudalado ciudadano de nombre
Juan Cervantes fue plagiado a las 11 de la noche frente al hotel Gillow
(ubicado en lo que hoy son 5 de Mayo e Isabel la Católica) y posteriormente
asesinado. Uno de los secuestradores era español y fue deportado
como vago pernicioso. Los otros dos eran mexicanos y fueron condenados
a muerte. Se les fusiló frente a la casa donde se cometió
el crimen. (Crónicas de Salvador Novo, Un año hace un
año, editorial Porrúa, pág. 46.)
Ciudadanos armados
En el pasado llevar armas para defenderse de los delincuentes
y criminales era, igualmente, cosa común. Mathieu de Fossey, otro
viajero europeo narra por ahí de 1835 que "...no se podía
ya salir a caballo.... sin estar expuesto a verse despojado, llegando el
caso de tener que conquistar su paseo pistola en mano. Con la impunidad
multiplicábanse los asesinatos y los robos a todas horas del día
en el interior de la ciudad.... llegaba al colmo el terror de los vecinos;
pero apenas hubo la justicia manifestado un poco de rigor... se vieron
cesar los crímenes y se pudo, sin temor, transitar hasta muchas
leguas a la redonda". (Viaje a México, 1844, Miranda Viajera,
CNCA, pág 147.)
Incluso era costumbre salir acompañado obligatoriamente
de sirvientes, que hacían el papel de guardespaldas. Franz Mayer
en sus famosas cartas dice: ".... os he dado a entender, en repetidas ocasiones,
lo extremadamente peligroso que es el salir fuera de las puertas de la
ciudad solo o sin armas... rara vez irá un extranjero a caballo
hasta Tacubaya sin ponerse las pistolas al cinto y llevar tras sí
un sirviente de confianza". (México, lo que fue y lo que es,
1844, pág 206.)
Clérigos, sacerdotes, monjes no escapaban de las
miras delictivas y, por tanto, transitaban armados como cualquier otro
ciudadano. Claudio Linati, artista italiano plasmó en una histórica
acuarela del siglo XIX a un monje, procurador de la orden de la Merced,
a caballo y con un sable al cinto, dice: "No debe uno sorprenderse si se
le ve un sable debajo del hábito religioso. No emprende uno nunca
un viaje más allá de las puertas de la capital sin tomar
la precaución de armarse. Los caminos están con frecuencia
infestados de bandidos, que a pesar de sus escapularios y rosarios alzan
su mano sacrílega sobre los ministros del altar". (Acuarelas
y litografías, Inbursa, pág. 88.)
El sereno, guardián municipal
Uno de los personajes más típicos de la
ciudad, desaparecido durante los años precedentes a la revolución,
fue un policía muy aceptado y querido por la población llamado
El sereno. Este guardián del orden civil transitaba las calles exclusivamente
por la noches acompañado de un fiel canino, generando mayor confianza
en la población. La gente dormía más tranquila pensando
que El sereno pasaba por lo menos una vez por su calle.
Cuando empezaba a atardecer, cuando el sol se ocultaba
por ahí de las seis de la tarde, desde todos los barrios de la ciudad,
cuenta Linati, ".... los serenos confluyen en el palacio municipal y, formados
en batería, presentan un frente de cien linternas por lo menos para
pasar la inspección de sus jefes y recibir instrucciones. Su misión,
como la de los Watchmen de Londres, consiste en dar la alarma en
caso de incendio, acompañar a los extranjeros extraviados a sus
moradas o bien a quienes la ebriedad ha hecho perder la razón; en
fin, arrestar a los que perturban la paz pública y conducirlos al
cuerpo de guardia hasta nueva orden... el poco caso que el pueblo bajo
hace de (estos) magistrados civiles los obliga a hacerse de un perro, fiel
explorador de todo peligro nocturno". (Idem, pág. 98.)
Estadísticas
En 1872 el gobernador del Distrito Federal, don Tiburcio
Montiel, argumentaba en sus informes que las estadísticas criminales
eran realmente alarmantes durante los dos primeros años de su gobierno
"....ingresaron a la cárcel 23 mil 813 reos, de los cuales
13 mil 34 fueron hombres y 7 mil 779 mujeres... (que) representa el 10.5
por ciento de la población, y este censo del crimen no lo dan tan
alto ni Londres ni Italia, que son los puntos adonde tanto pululan los
delincuentes" (Salvador Novo, Un año hace ciento, ed. Porrúa,
1973, pag. 46.)
La corrupción de personajes legendarios
Durante la sexta y séptima década del siglo
XIX apareció en la escena pública de la ciudad de México
un peculiar personaje llamado Jesús Arriaga, conocido popularmente
como Chucho el Roto; este célebre delincuente, convertido
por el pueblo en el Robin Hood mexicano, protagonizó múltiples
escapatorias gracias a la corrupción reinante entre las fuerzas
de seguridad de aquel entonces.
Según Salvador Novo, fue el principal azote de
la ciudad durante los años del gobierno de Juárez, quien
había designado gobernador del Distrito Federal a don Tiburcio Montiel,
gran político que gustaba de hacer recorridos nocturnos para enfrentar
directamente a la delincuencia. Montiel se refiere a Chucho el Roto
como una persona "...notable por el lujo que gastaba en su persona, pues
siempre iba vestido con trajes decentes y llevaba sortijas y alfileres
de brillantes de gran precio... burlaba a la justicia cohechando con dádivas
de consideración a los agentes encargados de aprehenderle. Para
evitar la acción de la policía y asegurarse la impunidad
de sus crímenes numerosos, en marzo último dio 200 pesos
a un agente.... y a otro un reloj de cien pesos y un billete de banco de
50. Para todos los trabajos de instrumentos, ganzúas, ruiseñores,
palancas, tornillos de fuerza y demás objetos de que se servía,
tenía contratado a un hábil herrero, quien por estar pagado
pródigamente o tal vez por el temor que le inspiraba, guardaba una
profunda reserva respecto de El Roto, y contribuía eficazmente
a facilitar la perpetración de los robos más notables". Jesús
Arriaga fue aprehendido y encarcelado el 10 de octubre de 1873, cuando
gobernaba el Distrito Federal don Joaquín Othón Pérez
y era presidente de la República don Sebastián Lerdo de Tejada,
sucesor de Benito Juárez.