Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 3 de septiembre de 2002
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Política

José Blanco

Gobernabilidad precaria

El Fox echado para adelante del Informe 2001 dejó su lugar a un Presidente entre humide y decaído. Como todos los informes presidenciales, el segundo de Fox habla de logros y realizaciones. Los hay, parece claro, pero se pierden en el mar inmenso de la pobreza y en el contraste grosero con la riqueza de los pocos.

Sin duda existen unas condiciones de gobernación de la sociedad mexicana subrayadamente distintas a las del pasado reciente. Tenemos una vía democrática para la constitución del gobierno, hay división de poderes y el verticalismo presidencialista quedó en el pasado. A esos hechos efectivos, el gobierno llama gobernabilidad democrática.

Los sentimientos de la nación parecen de una ambigüedad desesperada. La gran mayoría de los ciudadanos estaría en contra de un regreso al pasado corporativo priísta, no obstante lo cual la desilusión y el desencanto con la situación del presente alcanza a una inmensa porción de esos mismos ciudadanos. Es que hemos estado enmendando y remendando, dice el Presidente, reconociendo con ello la pobreza de resultados estructurales de fondo, lo que contrasta vivamente con las realizaciones enlistadas en el Informe.

Los elementos que construyen esa ambigüedad hacen precaria la gobernabilidad democrática. El gobierno ha tardado en percatarse de que la legitimidad electoral es un factor ineludiblemente necesario, pero claramente insuficiente. Sin eficacia política y administrativa de las acciones que resuelvan en especial los problemas más sentidos por la sociedad, la gobernación pierde legitimidad sin remedio.

Sí, nadie nace sabiendo. El saber y las competencias en el manejo de los asuntos públicos se alcanzan por la experiencia. Sólo Fox y el gabinete con el que dio inicio a su gestión creyeron que ellos sí podían ser un gobierno robusto desde el primer día. Los hombres y mujeres seleccionados lo fueron porque eran gente competente en sus materias de trabajo, se nos dijo. Dos años de gobierno hablan de otro mundo. Las dificultades para avanzar en las reformas de fondo crecieron, porque las oposiciones creyeron ver en la inexperiencia del nuevo gobierno la ocasión y oportunidad: el PRI de regresar -vaya usted a saber con qué disfraz- a manejar por entero los hilos del poder: nosotros sí sabemos gobernar, dicen; el PRD, de ocupar un mayor espacio de la esfera política nacional. Poner todas las piedritas posibles en el camino del nuevo gobierno se convirtió en la línea fundamental de acción de las oposiciones, aunque todos los días nos juran que se trata de pura propaganda del Ejecutivo.

Esa desdichada combinación de un gobierno inexperto con unas oposiciones dispuestas a que el gobierno resbalara no ha podido sino contribuir a configurar una gobernabilidad democrática precaria.

La desorientada alocución de Beatriz Paredes terminó aludiendo a la esperanza. Para los ciudadanos, ésta sólo puede consistir en el Congreso si asume la corresponsabilidad del gobierno de la sociedad y despide las irresponsables definiciones de César Camacho.

Muchos ciudadanos hemos clamado por que los partidos representados en el Congreso construyan políticas de Estado para resolver múltiples problemas. Frente a este reclamo hemos tenido la callada por respuesta, justo porque los partidos están metidos en grado superlativo en la lucha por el poder, mucho antes que en la búsqueda de acuerdos para la solución de los problemas del país.

Es mérito de este Ejecutivo reconocer realidades brutales de nuestra sociedad. Con cifras de 2000, casi 54 por ciento de los mexicanos carecen del ingreso para cubrir el patrón de consumo básico de alimentación, vestido y calzado, vivienda, salud, transporte público y educación. El 24 por ciento de los mexicanos no tienen el ingreso suficiente ni siquiera para cubrir las necesidades de nutrición. El estudio realizado por un grupo de académicos ha establecido clara correlación entre el nivel de pobreza y el nivel educativo (aunque este elemento no explique totalmente los niveles de pobreza). Falta aún establecer la geografía oficial de este drama social inadmisible.

El Ejecutivo no soslaya hablar de esta infame pobreza, pero elude hablar de desigualdad social en toda la extensión de su significado. Hablar de desigualdad es referir las densas, múltiples, complejas relaciones entre riqueza y pobreza. Ello sería hablar del mundo concreto real. Parece increíble, pero los partidos políticos no han sido capaces ni de aludir a una política de Estado que, a partir de esos datos de pobreza, concurra con el Ejecutivo a diseñar los programas y las rutas que conduzcan al abatimiento de la desigualdad.

Sin esa política de Estado, la gobernabilidad democrática acentuará su precariedad y su legitimidad electoral se irá evaporando. Sin esa política de Estado, la próxima sucesión presidencial puede llevarnos al infierno del desbarajuste político y social.

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