![]() EL JAPÓN DE MI INFANCIA Para mí, la noticia más emocionante suscitada durante el mundial de futbol de este año, no fue el resurgimiento de Ronaldo, ni la revelación de Corea como un equipo de notable pericia futbolística, ni la temprana eliminación de Francia. Ni siquiera la posibilidad de que Figo sea un corrupto. Quedé patidifusa y feliz al saber que el comediante Andrés Bustamante había localizado a la actriz que protagonizaba el programa "Señorita Cometa", una serie japonesa de televisión que todos los niños de mi época veíamos con fervor, ¡y que le había hecho una entrevista! La mujer, que ahora canta en bares poco conocidos, quedó muy sorprendida al darse cuenta de que Bustamante recordaba lúcidamente la serie, y que ese fanático inesperado venía casi de las antípodas. El programa se quedó tan grabado en la memoria de Bustamante como en la de la mayoría de mis amigos. Sé que somos muchos los que participamos de esta nostalgia, ya que en la colonia donde vivo hay un negocio de copias fotostáticas llamado "Chivigón", como el dragón de trapo, ávido bebedor de leche, que acompañaba a la señorita en cuestión. La serie abundaba en misterios que todos encontrábamos fascinantes: ¿por qué los niños se amarraban trapos en la cabeza cuando hacían la tarea?, ¿por qué se quitaban los zapatos al llegar a su casa y se ponían esos calcetines con dedo gordo? (ya sé que lo que en México está mal: andar en calcetines por la casa cuando eres un niño, en Japón es una regla casi inviolable, y también sé que esos calcetines se llaman tabi), ¿por qué la gente hacía tantas reverencias?, ¿por qué nadie usaba tenedores?
Ultramán, igualmente misterioso, es muy recordado también. En el primer artículo que escribí en mi vida confesé, y juro que es cierto, que cuando era niña y escuchaba la expresión "paciencia oriental" me imaginaba que, por supuesto, se debía a que los habitantes de Tokio reconstruían la ciudad una vez al mes, pues los monstruos del espacio tenían la pésima costumbre de demolerla con una frecuencia horrible, que yo atribuía a la mala suerte. Los pormenores de la segunda guerra mundial me eran ajenos; faltaban años para que yo supiera de dónde venía la obsesión japonesa por los monstruos de treinta metros de altura. Para mí, los monstruos aterrizaban en Tokio porque sabían que allí vivía Ultramán en cualquiera de sus dos encarnaciones, el señor Ayata (blanco y negro), o el señor Ghó (technicolor), y perversamente, venían a buscar bronca. El estudio pormenorizado de estos encuentros hizo que los niños dedujéramos que el extraño estilo que predominaba en las batallas abundancia de panzazos y estrujones, escasez de puñetazos se debía a que, tanto los monstruos como Ultramán, imitaban a los luchadores de sumo, teoría que aún hoy sostengo. A pesar de que vivíamos en un México pre-sushi en el que el único restaurante japonés era el Suntory que ningún menor de edad conocía, muchos aprendimos a comer arroz a la mexicana con dos lápices sin punta en lugar de palillos, e intentamos dibujar con pinceles chinos (las precisiones geográficas no nos preocupaban) comprados en la calle de Dolores. Japón nos obsesionaba. En una escena memorable de la película Sólo con tu pareja dirigida por Alfonso Cuarón, Tomás, el protagonista, se emborracha con dos médicos japoneses a los que llama "Takeshi" y "Colli" los nombres de los niños a los que la Señorita Cometa cuidaba para, en pleno delirio tequilero, asomarse por la ventana de un avión y ver al evocado Ultramán, con sus ojos de pescado y traje de plástico plateado, reuniendo en una sola escena varias, entrañables, referencias. Pero todo lo bueno se acaba. Los programas salieron de la televisión cuando el ex presidente Echeverría decidió que eran demasiado violentos para los espectadores. Noción curiosa, si consideramos que Echeverría no se tocó el corazón para hacer vivir a muchos mexicanos escenas terribles, mil veces más violentas y en las que se perdieron muchas vidas. "Y no digo más", como dice Sancho Panza. |