Doña María
Elizabeth Vázquez Ramos "La Dañada" Es
imposible hacer una descripción de doña María, y también
lo es expresar totalmente mi sentir hacia ella, así que
lo siguiente es sólo un intento por hacerlo.
Doña María es una señora muy pequeña; me llega al
hombro. Su cuerpo no es más que huesos recubiertos por
una delgadísima capa de piel que el sol, el lodo, la
tierra y el trabajo se han ido comiendo.
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Usa dentadura postiza, a la cual
le hacen falta algunas piezas; es tan vanidosa
que se pinta el blanco pelo que tiene, y para
esto tiene que ignorar un rato el hambre y
comprar su tinte.
Doña María se quedó huérfana desde muy niña;
para ella su madre fue su hermana Chabela, la
cual murió "de buenas a primeras",
como ella dice. |
La muerte de su mamá Chabela la hundió
hasta lo más profundo de la soledad y la tristeza; en
realidad, ella murió con su hermana, y sin exagerar ni
"azotarse", cuando una está parada ante doña
María pareciera como si fuese un cadáver, pero si uno
observa sus ojos se da cuenta de que hay un par de luces
que están medio apagadas por la tristeza.
Cuando conocí a doña María me sentí inútil, muy
impotente. Ese día ella estaba platicándome, a mí, que
era una perfecta desconocida, todo su pasado; ahí estaba
ella, llorando en el hombro de una estudiante de
preparatoria que -ante ello- no pudo controlarse.
Fue realmente un shock ver tanta soledad en sus ojos,
tanta tristeza en sus lágrimas, tanto olvido en su
cuerpo. Ese momento ha sido una de los más relevantes en
la vida de esa muchacha que va todos los días a su casa
a intentar enseñarle algún signo.
A partir de la muerte de su hermana ella se quedó solita
-como ella dice-, y como siempre dependió de su mamá
Chabela, se las vio muy duras para poder conseguir sus
centavitos e ir llevándola. A los setenta y tantos años
de edad, doña María se dedica a lavar ropa ajena, a
limpiar café y desgranar maíz ajeno; se pone a chapear
el patio de sus vecinos, hace comales de barro para
venderlos y un sinfín de cosas más.
Los días han pasado, y he ido todos los días a su casa,
a dar clase. Y sigue habiendo lágrimas en las clases, y
sigue habiendo pláticas llenas de soledad, y sigue
habiendo frustraciones, pero también hay risas, hay
muchas letras, hay carcajadas, hay lágrimas de felicidad
porque ya pudimos leer "María". Hay
conocimientos, hay una amistad, hay una infinidad de
cosas que todos los días temo y me los llevo, y una
infinidad de cosas que temo y se las dejo.
Todos los días le pregunto: "¿Y qué comió usted
hoy, doña?" Y la respuesta es siempre la misma:
frijolitos. Ha habido un par de veces en las que doña
María hace trabajos extraordinarios sólo para
prepararle tlayoyos y gorditas a la señito que le va a
enseñar.
No podía hacer más que bolas y palitos, pero ahora ya
puede escribir su nombre, el de su amiga Mimí, el de su
sobrino Memo y algunas palabras más.
Y eso nos ha provocado una gran satisfacción a las dos,
porque no ha sido nada fácil tomar clases con ella. En
fin, he aprendido tanto de esa mujer que ni siquiera hice
el intento por escribirlo; todo lo anterior fue solo un
intento para decir quién es doña María, y sé que no
lo logré. De hecho, desde el principio supe que no lo
lograría, pero aun así decidí echarme todo este choro.
Tal vez ahora sepan a que me rrefería cuando estaba
diciendo que doña María es indescriptible.
Bienvenido, hermano
Gerardo Ruiz
Creo que los azares del destino y de la suerte me
pusieron en Xiloxóchitl. En esta comunidad he aprendido
mucho, pero el largo camino hacia este conocimiento ha
sido adverso, aunque ha valido la pena.
Ha sido difícil, no lo puedo negar. Pareciera que esa
tierra no me quiere. Que me dice: "Tú no perteneces
a este lugar". Y esto me lo da a pensar lo marginado
del sitio, la gente distante que he encontrado, los
caminos estrechos y resbalosos, los grupos disidentes, la
actitud defensiva de la gente, la gente callada que
asemeja a alguien que sólo espera el paso del tiempo, el
kinder de tarro, la primaria, que aunque un poco
descuidada se puede decir que es una hipocresía hacia el
entorno por su estructura de concreto.
Y qué decir de las telarañas, que pareciera que me
bloquean los caminos entre la maleza, diciéndome: "Regresa
por donde viniste". Y qué contar de las actitudes
groseras que he recibido.
En fin, podría mencionar muchas más, pero lo que quiero
decir es que, por encima de todo esto, he aprendido a no
rendirme ante nada, a nadar contra corriente, a ignorar a
esas telarañas que me quieren parar, a seguir y a
seguir, con la esperanza de que algún día la tierra que
piso y su gente me digan: "Bienvenido, hermano".
Las quesadillas
Evelyn Morales Montero
-Susana, Marca y Evelyn, ustedes darán clases en El
Jayal -nos dijo Pavel momentos antes de irnos a reunir a
nuestros alumnos.
Yo, totalmente ajena al lugar y con un poco de ansias y
temor por conocer a mis alumnos, me dirigí a visitarlos.
Conocí a cada uno de mis futuros alfabetizandos, pero sólo
uno me dejó una espina enterrada, pues mientras todos
estaban muy felices y ansiosos de que ya empezaran las
clases, quedaba uno que ya no quería tomarla, según él,
por lo que dirían sus compañeros de su supuesta
ignorancia y lento aprendizaje. Por más que intenté
convencerlo, no cambió de parecer, al grado en que se
puso un poco tajante en sus contestaciones. No lo demostré,
pero sentí feo por su modo de hablarme.
Momentos más tarde me encontré a doña Jovita, una señora
que rápidamente aceptó tomar la clase, y quien a la
segunda sesión me dijo que siempre no, que la verdad no
tenía tiempo, pues se tenía que ir al potrero, tenía
que atender a su esposo y a sus hijos y hacer los
quehaceres de su hogar; yo, en ese momento, le creí,
pero días después me enteré que prefería quedarse en
su casita viendo Mujer, casos de la vida real o Cosas de
la vida.
Al perder a esa alumna, regresé a insistir con el señor
que no quería las clases, y no se sí fue por obra del
espíritu santo que por fin aceptó que le diera clases
en su casa, pero a la que de plano no puede convencer fue
a su esposa, doña Hermelinda. Las primeras clases me di
cuenta que don Macario no tenía tanta dificultad en
aprender.
Pasaron las clases y junto con ellas los días, y fui
notando que esta pareja me estaba acogiendo con cariño y
respeto.
Un día, de repente, me invitaron a comer tlayoyos con
salsa y agua simple; yo, con un poco de pena, acepté
comer junto a ellos este delicioso manjar. Después de
ese día yo ya me sentía parte de ellos.
Las invitaciones a comer se volvieron más frecuentes, y
si me negaba notaba que doña Hermelinda se sentía. Al
ver esta situación, yo empecé a ver de qué manera les
podría recompensar lo que hacían por mí, así que seguí
insistiendo para que ella también tomara la clase.
Un día me la agarré de sorpresa y se sentó junto a don
Macario. Entonces pensé: "éste es el momento"."A
ver, doña Hermelinda, ¿conoce esta letra?". Ella
me decía que no; entonces le empecé a enseñar las
vocales; ella lo aceptó de una manera tal que en un dos
por tres las distinguía ya, y todo iba tan bien cuando
de repente me dijo que tenía que ir a hacer algo, y de
un brinco se levantó de la silla y salió corriendo.
Fueron varias veces las que salía corriendo, y pues yo
no la iba a obligar a permanecer en la clase si es que
ella no quería. Sin embargo las invitaciones a comer
seguían siendo cada vez más frecuentes, yo noté
entonces por disponer 10 minutos de mi clase en ayudarla
a moler, y pues que al menos se viera que se ganaba la
comida.
La confianza se hacía cada vez mayor; ya comíamos y
platicábamos acerca de nuestras vidas, de nuestro
pasado, de nuestra niñez, de problemas y demás
situaciones.
Un día decidí llevarles quesillo para hacer quesadillas.
Esa tarde fue muy especial, porque a la hora de voltear
las quesadillas del comal me quemé con el suero del
queso la mano izquierda; después cambié de mano y me
volví a quemar.
A la hora de comer fui la primera en morder la
quesadilla, y pareciera que el queso se quería fusionar
con mi lengua; me di un santo quemón que hasta aventé
la quesadilla, salió volando; claro, la volví a cachar,
pero eso hizo que nos riéramos un rato. Después don
Macario también se quemó, y su expresión fue muy
chistosa; y por último, doña Hermelinda hasta pegó un
grito como cuando cae un trueno.
Eso nos causó tanta gracia que no parábamos de reírnos
a carcajadas, y cuando por fin pudimos saciar esas ansias
de risa, todo se tornó en un ambiente melancólico, pues
me dijeron que cuando me fuera ya no iban a reírse como
acostumbramos reírnos, que ya no llegaría el momento en
que su maestra llegaba con retraso a sus clases, que ya
no habría más letras pegadas en las paredes de su cabañita,
que ahora la mesa estaría vacía, pues ya no tendrán
que alimentar ni cuidar a su maestra, que carecían de
hijos y extrañarían a quien habían llegado a querer y
considerar como parte de su vida, como su hija.
Apenas aprendí a leer y a escribir
María Celeste Amador Ibarra
Acabo de empezar a aprender a leer y escribir, y por
otra parte, aprendí a hacer cuentas. Ni siquiera hace un
año, ahora, justo ahora abrí por primera vez el libro
del adulto, y lo primero que leí fue pala. Claro que
tuvo que ayudarme doña Petronila, leyendo ella primero.
Leer "pala" fue para mí lo mejor. Es decir;
desde la primera clase se puede leer nombres y verbos;
puedes nombrar a la acción o activar al nombre; desde el
primer día Lupe pela la papa para darse de comer, para
darle de comer a sus hijos; el sonido de li en la voz de
la señora abrió esa parte de mi percepción que asocia
gracias al sonido. Estoy segura de que hasta ayer yo
nunca había leído pala.
En el tercer ejercicio de vacuna, Paco bebe vino,
pareciera como si las aun pocas letras hubieran llegado a
un acuerdo para alertarnos de que con sus voces son
capaces de callar todas las otras voces falsas.
Escribiendo esa frase estoy segura de que don Antonio
pudo escribir mucho más que todos los ensayos y
conferencias sobre alcoholismo puedan contar.
Este ritual de comunión entre las grafías y los sonidos
con el devenir de la vida, con los olores de todos los días
que traen mil recuerdos a nuestra conciencia, con el
barro que pisamos al bajarnos de la camioneta (y que
definitivamente no es el mismo que hemos venido pisando
toda nuestra vida), con la maravilla que son las miradas
de los niños, prosiguió cada vez más complejo, cuando
pude leer medicina, y al mismo tiempo pude ver en un
papel verdura, coma, sucia, cólera, dosis, casa, médico,
escritos por primera vez en la piel de mi entendimiento y
a las que la conciencia devolvió una sonrisa agradecida
de poder usarlas al fin, de poder sacarlas de la caja
escondida y difícilmente permeable donde se guardaban,
para poder decir lo que yo quise así como don Miguel
dijo que él no tenía para ir con el médico y lo puso
en un papel.
Quizá la parte de mí que creía firmemente que ya sabía
leer y escribir se resistía un poco, tontamente, a
alimentarse de la belleza de las letras sencillas y
francas, pero cuando pude juntar trabajo, esa parte
ambiciosa cedió por completo.
Y es que en trabajo se conforma un texto tan
extraordinariamente agudo y sublime, de una perfección y
un orden enigmático y que imponen ese ambiente de
misterio, en el que nos preguntamos cómo se pudo
conformar ese complejo intercambio y unión entre
significados y símbolos que además nos llaman a
responderles, nos retan. Son una trama de sonidos
trabajados, agradables, diabólicamente correctos.
Pero todavía me falta; ojalá ya pudiera leer como don
Miguel o don Antonio, como doña Petronila o don
Silvestre, que se esfuerzan por enseñarme. Ojalá esté
leyendo lo que debo, es decir, la manera de enseñar
mejor, pero no sé...
O quizá sea mejor estar aprendiendo toda la vida, a leer
el esfuerzo, el apoyo mutuo, la confianza y a ponerlo con
letras, ser toda la vida, o mejor aun, alfabetizando.
¿Por qué no sabía leer, por qué ni mis alumnos de
este lugar ni yo habíamos tenido esa oportunidad?
Y después las letras y las palabras hicieron gala de
otro movimiento coreográfico de muy agraciada forma,
excelente tacto y buen gusto y fueron desvaneciéndose,
cambiándose, para dar paso a los números.
Bueno, confieso que ya había visto a los números antes
pasar delante de mis ojos empañados por esa lluvia
espesa que sólo te deja ver siluetas amorfas pero,
cuando por fin resolví esa suma, ayudada por don Sergio,
ví de pronto a los números y si me quitaron una noche
de sueño, porque aparecían en las pláticas y en el
trabajo, en el arte y en la cocina, porque hablé de
ellos, y jugué con ellos guiada por un adulto, un
verdadero adulto, que los había visto claramente desde
siempre, pero no los había podido meter en una red para
escurrirlos en la pared.
Escribir los números junto a un signo, después de
haberlos comparado, medido, incrementado o dividido en la
mente fue algo que apenas hice porque no lo hice sola, lo
tomé, lo platiqué, lo moldeé y lo expresé con la
ayuda de las manos de los adultos, que con la misma
inquietud los analizaban y con gran maestría los escogían
y colocaban, y los ponían en su mente y en mi mente, en
su comunidad y en mi espacio, los ponían en el mundo a
modo de ofrenda a la utilidad que propiciaban.
Y a veces cuesta mucho trabajo atraparlos, no siempre nos
responden cuando los cuestionamos su lugar o su función,
pero hay que recordar que cuando los alumnos pescan en el
río, se cuelan muchos tantos de estimaciones y cálculos
que esperan quizá desde millones de años, a ser
convertidos en símbolos y a volverse útiles.
Pero qué bueno que todavía no sé hacer las cuentas
escritas, porque sólo así voy a ponerme a buscarlas en
las hectáreas mal repartidas del terreno pequeño de don
Miguel, en el promedio de personas enfermas de diabetes
en la Junta Poza Langa, en el número de alumnos por
alfabetizador porque sólo ahí, y sólo con los adultos
voy a aprender a hacer cuentas.
Indescriptible
Metztli Zarahi Katsurada Hernández
Aún no entiendo completamente la gran magia que tiene
una campaña. Es tan indescriptible que cuando alguien te
pregunta por que eres tan adicto a ella y por más que
digas palabras, parece que generas más vacío.
Aunque pongas todos los adjetivos conocidos no logras
satisfacer todo lo que es. Es una reflexión permanente
que te sigue como sombra todo el tiempo. Un campo magnético
que te atrapa y sujeta sin nada y a la vez con todo. Que
se vuelve la razón de muchas cosas y el resultado de
otras.
El aprendizaje y crecimiento vinculado, yendo a la par
por caminos nuevos e inexplorados. ¿Cómo explicas, cómo
haces entender a alguien tan ciego citadino y superfluo?
Que un ser humano en toda la extensión de la palabra, lo
encuentras después de "raras" pérdidas, en
comunidades ocultas por el follaje detrás del humo de la
leña, o entre surcos cubiertos por milpa.
Que te enseñan que las cosas más valiosas de esta vida
con las más sencillas. Que se vuelven simplemente los
maestros de vida.
¿Cómo explicas? Si ni tú mismo entiendes el momento o
encuentras, el momento en que te vuelves barro y te duele
el calor de la leña pero te alegra ser al mismo tiempo
maíz y levantar con el alba; volverte tortilla, volverte
viento y escuchar en silencio el agua de los ojos que cae
en la tierra o el susurro de la risa que se eleva al
cielo y los secretos que susurra el río.
Que al corazón le duele el sufrimiento de la tierra pero
ya no puede llorar por la sequía.
Cómo explicas la impotencia que sientes, de qué manera
expresas a alguien que no ha sentido el humo en los ojos,
que arde y quema el alma. Que te sientes tan pequeño al
ignorar tantas cosas e ingenuo por no conocer la vida.
Cómo decir que la realidad es así
cruel, sencilla y con esa "ábsides"
que te quema el alma y al mismo tiempo extasía
el espíritu a si máximo.
Que es una semilla que se injerta y desarrolla
todo el tiempo, produciendo un fruto tangible y
abstracto.
Cómo hacer ver que estos seres humanos de barro
te sensibilizan haciendo un "café con leche"
todo el tiempo, al ver que toman un lápiz y
escriben un cachito, que se vuelve el enlace de
estas relaciones extrañas y fantásticas unidos
por letras y el saber que los vas a dejar que
tienes que regresar.
Que es uno de los sitios donde te sientes tan
bien, que te olvidas de todo y no hay tiempo ni
siquiera para extrañar. Que te hacen parte de su
familia y se vuelven parte inolvidable de tu
vida, que te entregan lo mejor de sí, su cariño,
su confianza, su tiempo, provocando que te
sientas tan vivo y agradecido por ser discípulo
de estos sabios. Y en un momento dejas de ser tú
para aprender a ver con los ojos del alma.
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Presencia en el olvido
Denise Lucero Mosqueda
Su piel oscura semeja al café tostado por el sol,
molida por la vida, por un ir y venir de la casa a la
milpa, de la milpa a la casa.
Si te detienes a observar sus pies te darás cuenta de
que son anchos, que están hechos para andar por las
veredas, sobre piedras, sobre tierra, pies que han
recorrido innumerables caminos pero un solo destino.
De exquisita forma sus voluptuosas pantorrillas se
encuentran acompañadas por la fortaleza de sus pequeñas
rodillas, majestuosos muslos encuentran su sexo, sexo
consumido, agotado.
Vientre abultado, testigo de cada una de sus luchas, por
conservar el maravilloso milagro de la vida... este
milagro que día a día le da un por qué a la suya. De
abdomen ancho debido a que si algo está seguro es la
tortilla.
El busto dejó de ser firme, sus mejores momentos han
pasado y sólo queda el reflejo de las más de ocho
criaturas alimentadas por sus senos.
Sube un poco más la mirada y encontrarás la piel
hundida sobre la clavícula. Y después de este asombroso
recurrido observa la expresión facial que te regala, sus
pequeños ojos te abren las puertas mientras que una
sonrisa ocasiona que se remarquen sus sabias arrugas en
los ojos.
A cada palabra pronunciada verás la escasa dentadura que
aún mantiene y si preguntas donde han quedado sus
dientes sólo basta dirigir la mirada hacia alguno de los
niños que te rodean.
Finalmente estrecharás sus manos, entrarás en contacto
con las manos suaves y recias al mismo tiempo.
Sí, todas ellas son la que hacen presencia en el olvido...
ellas, que muelen a diario y que a cada desliz del
metapili sabe a metate entregan lo único que puede ser
suyo... el alma. Las que transmiten el calor de un comal
en el fogón en cada saludo o abrazo. Ellas, las de pies
descalzos, falda blanca, taja roja y blusa de jornada.
Las que hacen presencia en el olvido.
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