Alejandro Nadal
Las cumbres de Johannesburgo
En los preparativos para la Cumbre de la Tierra hace 10 años había grandes expectativas. En esa reunión se firmarían las convenciones sobre cambio climático y diversidad biológica, además de un ambicioso catálogo de acciones concretas denominado Agenda 21. Junto con el protocolo de Montreal para proteger la capa de ozono (firmado en 1987), esas dos convenciones representaban un avance importante en la construcción de un marco multilateral de protección ambiental.
En Río faltaron muchas cosas, es cierto. No se pudo negociar una convención para frenar la deforestación. Los países con grandes superficies boscosas (Brasil a la cabeza) se opusieron a un acuerdo que pudiera restringir el uso de esos recursos. Tampoco se logró una convención para detener la sobrexplotación pesquera porque no se quiso volver a las ásperas discusiones que habían marcado la conferencia sobre el derecho del mar años atrás.
Pero por lo menos en Río de Janeiro existía una visión sobre la urgente necesidad de remediar y frenar el preocupante deterioro ambiental. En contraste, para la cumbre de Johannesburgo no se esperan grandes acuerdos ni avances espectaculares. Y la falta de visión será remplazada por una retórica vacía sobre el papel de la OMC, el Consenso de Monterrey y el "nuevo papel" del sector privado.
Esta retórica contrasta con los hechos negativos que deben ser considerados en Johannesburgo. Destaca el atraso en materia de cambio climático por el rechazo de Estados Unidos al Protocolo de Kyoto. La convención sobre biodiversidad es escenario de un intenso conflicto: las empresas de biotecnología promueven el comercio y la apropiación de los recursos genéticos en detrimento de productores agropecuarios y comunidades que han cuidado de esos recursos desde hace siglos. Finalmente, la mayoría de las recomendaciones de la Agenda 21 permanece sin aplicación eficaz.
La deforestación y la sobrepesca continuaron durante la última década. También se intensificó la pérdida de biodiversidad, se degradaron más los recursos acuíferos, empeoró la calidad de los suelos y la erosión aumentó. Quizá uno de los pocos logros es que la capa de ozono que protege a la Tierra de las radiaciones ultravioleta muestra señales de poder restaurarse.
El patrón de consumo y uso de recursos naturales no ha mejorado. Aunque en algunos rubros se ha reducido la intensidad en el uso de recursos (por ejemplo, toneladas de cemento o de acero por unidad de PIB en los países industrializados), el uso intensivo de los ecosistemas ha continuado y hasta se ha profundizado. El patrón de consumo en los países ricos y subdesarrollados, así como el crecimiento demográfico siguen siendo factores importantes en este proceso: durante la última década la población mundial aumentó en unos 78 millones de personas cada año.
Entre Río y Johannesburgo sucedieron muchas cosas. Se desencadenaron seis crisis financieras internacionales que desestabilizaron el sistema financiero mundial. En 1994 se creó la Organización Mundial de Comercio (OMC), convirtiéndose rápidamente en uno de los organismos más poderosos del globo, con influencia sobre los regímenes de inversión extranjera directa, propiedad intelectual, servicios, y políticas sectoriales. Pero nunca ha servido para reducir los astronómicos subsidios al campo en los países ricos. Algunos de los acuerdos de la OMC contradicen las disposiciones de la convención sobre biodiversidad. Además, a lo largo de la década creció la concentración de poder económico en unas pocas empresas, en especial en el comercio mundial de semillas, productos químicos y farmacéuticos, y en los servicios financieros bancarios y no bancarios. Este poderío económico no tiene paralelo en la historia económica.
El comunicado de Johannesburgo es ejemplo de la profunda brecha entre la realidad del deterioro ambiental y la verborrea de gobernantes y grandes corporaciones trasnacionales. Peor, algunos elementos del comunicado final son una amenaza para la salud ambiental del planeta al insistir en que se deben cumplir los acuerdos de Doha para eliminar los vestigios de protección que todavía tienen los países subdesarrollados y también colocar el sector servicios de todos los países bajo el imperio de la OMC. El comunicado de Johannesburgo también considera necesario aplicar el Consenso de Monterrey, documento que muestra gran ignorancia sobre el proceso de expansión capitalista en los últimos 20 años.
Hay tres cumbres en Johannesburgo: una para los gobiernos, otra de científicos, y la de los pueblos. El fracaso de la primera no puede contaminar las otras dos reuniones. Ese fracaso sólo será testimonio de la bancarrota intelectual de gobiernos, organismos multilaterales como el FMI y la OMC, así como de las empresas trasnacionales dedicadas al maquillaje verde. Por su parte, la cumbre de los pueblos será fuente de ideas e inspiración para los cambios venideros.