La querella por Juan Diego En este ensayo, el historiador Rodrigo Martínez analiza y confronta el contenido de dos libros imprescindibles para la comprensión del fenómeno guadalupano: Juan Diego. El águila que habla, de Norberto Cardenal Rivera Carrera, y La búsqueda de Juan Diego, de Manuel Olimón Nolasco, ambos editados este año por Plaza y Janés. Publicamos estas líneas con el propósito de orientar las posturas que manifiestan tanto los defensores como los detractores de la prolongada querella por Juan Diego. En mayo pasado, Plaza y Janés tuvo el acierto de publicar dos libros contrarios y complementarios, vibrantes de actualidad, que permiten al lector hacerse una idea propia sobre uno de los debates más candentes que ha enfrentado la Iglesia mexicana en los últimos tiempos, el que se ha derivado del difícil proceso para obtener la aprobación del Vaticano para beatificar, primero, y ahora canonizar (incluirlo en el canon de los santos) al indio Juan Diego, a quien, según la leyenda, se apareció la Virgen de Guadalupe cuatro veces en el Tepeyac, antes de imprimir su imagen en su tilma ante el obispo de México fray Juan de Zumárraga. El primer libro, Juan Diego. El águila que habla, está firmado por el arzobispo Norberto Cardenal Rivera Carrera, el principal promotor de la canonización de Juan Diego. El otro, La búsqueda de Juan Diego, está firmado por el padre Manuel Olimón Nolasco, uno de los principales sacerdotes de la corriente opuesta a la canonización, por carecerse de pruebas suficientes de la existencia histórica de Juan Diego. El interés de ambos libros aumenta por el hecho de que no se trata propiamente de libros escritos como tales, sino que pueden considerarse como compilaciones documentales sobre los últimos años de este ríspido proceso, de 1995 hasta 2002, y nos dejan en la puerta de la inminente y dramática canonización que tuvo lugar a fines del pasado mes de julio. Casi todos los documentos compilados fueron escritos por sacerdotes y fueron hechos para ser leídos dentro de la Iglesia. Algunos fueron entregados a diferentes oficinas del Vaticano por los sacerdotes disidentes acudiendo al secreto garantizado por el derecho canónico, pero que los promotores de la causa de Juan Diego filtraron a la prensa, para denunciar ante el pueblo a sus autores. Ya que las cartas secretas fueron divulgadas, mal y con saña, en los medios masivos de comunicación, su publicación como Apéndice en La búsqueda de Juan Diego del padre Olimón permite una aproximación serena a los problemas debatidos. Al mismo tiempo, su lectura inspira cierto pudor, pues el lector entra sin proponérselo en un embrollo de asuntos eclesiásticos privados, que recuerda a las novelas de Sciascia o a cierto cuento de Borges, con la diferencia de que esta historia no ha terminado y estamos en ella. Pero la querella implica consideraciones morales y políticas de importancia que no se pueden eludir. Aunque el libro no lo indica, la parte central de Juan Diego. El águila que habla del arzobispo Rivera, es su Carta Pastoral, Por la Canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Laico, firmada el 26 de febrero de 2002, "día en que el Santo Padre Juan Pablo ii ha anunciado oficialmente, en solemne consistorio, su decisión de viajar a la Ciudad de México para la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin". El libro incluye además un Anexo con tres valiosos textos: una Plegaria guadalupana de 1995, una Carta Pastoral contra los antiaparicionistas de 1996, ambos del arzobispo, y un artículo refrendando las historicidad de las apariciones del padre Fidel González, de diciembre de 2001. Conviene considerar estos documentos en orden cronológico y contextualizarlos. Aunque la primera iniciativa para beatificar a Juan Diego surgió en 1939, la decisión de promoverla se consolidó en 1975 con la creación del Centro de Estudios Guadalupanos ac, fundado por el padre Lauro López Beltrán e impulsado por monseñor Enrique Salazar Salazar, con el apoyo entusiasta del entonces arzobispo primado de México cardenal Ernesto Corripio Ahumada, quien inició en 1981 la causa formal en el Vaticano. La primera fase de la causa concluyó en 1990, cuando el papa Juan Pablo ii, en su segunda visita a México, anunció la beatificación de Juan Diego. Para entonces un grupo de sacerdotes, encabezados por monseñor Guillermo Schulenburg Prado y Carlos Warnholtz Bustillos, respectivamente abad y arcipreste de la Basílica de Guadalupe, había enviado cartas y documentos a la alta jerarquía eclesiástica mexicana y romana, señalando las serias dudas que existían sobre la historicidad del milagro de las apariciones y del propio Juan Diego. Por ello la beatificación se hizo apelando a la supuesta existencia de un culto a Juan Diego y a su carácter de símbolo de los humildes y de los indios que acogieron el Evangelio. Pero para aprobar la canonización, la Congregación para las Causas de los Santos exigió pruebas más concluyentes de la existencia de Juan Diego. Éstas, por supuesto, no se encontraron. Es un hecho que la mayor parte de los historiadores serios descree de la historicidad de las apariciones y de Juan Diego, y enfatiza en cambio la intensa imbricación de la Virgen de Guadalupe en los momentos y aspectos más cruciales de la historia de México. En 1794 el gran historiador español Juan Bautista Muñoz y en 1883 el gran historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta documentaron irrefutablemente el llamado "argumento negativo": a partir de 1555-1556 existen referencias al culto a la Virgen de Guadalupe, pero existe un silencio documental universal sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, antes de su primera narración en 1648 en el libro del padre Miguel Sánchez. Se han ubicado unas breves alusiones a las apariciones en el Tepeyac, pero ninguna mención de Juan Diego antes de 1648. En 1884, Ignacio Manuel Altamirano descalificó las apariciones y estudió más bien la historia de "la fiesta de Guadalupe", el culto, su literatura, su importancia política y social a lo largo de la historia de México. Francisco de la Maza dio un paso muy importante al destacar en 1953 la invención del guadalupanismo en el siglo xvii, como un medio de expresión del naciente patriotismo criollo novohispano. Y Edmundo OGorman, en su Destierro de sombras, de 1986, mostró la importancia de la coyuntura de 1555-1556 en la fundación del culto guadalupano en el Tepeyac, y cómo entonces comenzó a superarse el divorcio entre el monoteísmo cristocéntrico franciscano y la religiosidad indígena, gracias al mestizaje religioso que facilitó el Concilio de Trento al aceptar y codificar el culto a las imágenes y la veneración de los santos y de la Virgen en sus diversas advocaciones. Al mismo tiempo, OGorman realizó un análisis crítico muy incisivo de la mayoría de los documentos guadalupanos, desmontando los pobres argumentos de los historiadores aparicionistas. Otros autores han venido a continuar estas investigaciones fundamentales: Xavier Noguez, quien revisó en 1993 los Documentos guadalupanos indios y españoles, para concluir una vez más en la imposibilidad de documentar el milagro; Richard Nebel destacó en 1992 la importancia espiritual del guadalupanismo mexicano; el sacerdote estadunidense Stafford Poole, quien buscó probar que la historia de las apariciones fue inventada en el siglo xvii por sacerdotes criollos novohispanos; el historiador inglés David Brading se ubica en esta corriente, y destaca en su Mexican Phoenix, de 2001, la importancia cultural e intelectual del guadalupanismo desde 1648 hasta el presente; y el padre Francisco Miranda Godínez estudió en 2001 el desarrollo paralelo de los cultos a las vírgenes de los Remedios y de Guadalupe, destacando con OGorman la importancia de la coyuntura de 1555-1556 en la fundación del culto guadalupano. Ahora bien, a diferencia de los sacerdotes ilustrados como Schulenburg y Warnholtz, los promotores de la causa de Juan Diego decidieron aislarse de la historiografía guadalupana real, de la comunidad académica y científica, y cerrarse en una compilación de documentos y pruebas que continuó, intensificó y maquilló la manipulación poco rigurosa y honesta de los documentos habitual en la historiografía aparicionista. El arzobispo primado de México Corripio Ahumada dimitió en 1994 al cumplir los setenta y cinco años y en junio de 1995 el papa Juan Pablo ii designó nuevo arzobispo a Norberto Rivera Carrera, quien tomó posesión a las once de la mañana del 26 de julio en la Catedral Metropolitana. Por la tarde, como es costumbre, asistió a la Basílica de Guadalupe, donde celebró misa y dirigió un mensaje al pueblo. Esta es la Plegaria que publicó el arzobispo como primer Anexo de Juan Diego. El águila que habla. La Plegaria es una primera declaración del guadalupanismo esencial del nuevo arzobispo, que retomó con nuevos bríos y un sentido más social el guadalupanismo de su antecesor el cardenal Corripio Ahumada. La Plegaria está organizada como un comentario elegíaco de varios fragmentos del Nican mopohua, el primer relato conocido en lengua náhuatl de las apariciones de la Virgen a Juan Diego, publicado por Luis Lasso de la Vega en 1649, en la nueva traducción del padre Mario Rojas Sánchez (de 1978), que se hizo popular en el clero progresista e indigenista mexicano. La Plegaria del arzobispo se refiere poco a Juan Diego y no toca el problema de su existencia histórica y posible canonización. Defiende una "pastoral social" y afirma que la Virgen de Guadalupe abrió la posibilidad de una evangelización "diferente": "Tú nos guiarás para inculturar el Evangelio, pues Tú te nos muestras como modelo de la Evangelización de la cultura, ya que has sabido ser madre común tanto de los aborígenes como de los que han llegado después a esta tu ciudad, propiciando desde el principio la síntesis cultural de México-Tenochtitlan... Tú reconciliaste lo que parecía irreconciliable..." El nuevo y acendrado guadalupanismo del arzobispo Rivera se expresó en su escudo archiepiscopal: mientras que el escudo del arzobispo Corripio Ahumada incluía a la Virgen de Guadalupe en uno de sus cuatro cuartos, y su lema era "Nuestro vivir es Cristo", el escudo del arzobispo Rivera incluye como ilustración única a la Virgen de Guadalupe, en el lugar de Cristo en una cruz, y frente a ella hincado y con flores el indio Juan Diego, con el lema Lumen Gentium, nombre de la Constitución Dogmática de 1964 que definió el nuevo sentido del culto a la Virgen María en la Iglesia católica. El segundo Anexo del libro del arzobispo Rivera es una Carta Pastoral del mismo arzobispo, firmada el 2 de julio de 1996, que retoma la retórica del Nican mopohua para fijar su posición sobre la recientemente cuestionada historicidad de las apariciones de Guadalupe y de Juan Diego. Aunque no lo menciona directamente, su blanco principal es el abad Schulenburg, quien en 1995 cometió la imprudencia de dar a conocer su posición crítica sobre la supuesta historicidad de las apariciones guadalupanas y de Juan Diego, en una entrevista publicada en la pequeña revista Ixtus, del estado de Morelos. Al mismo tiempo, el abad Schulenburg escribió una elogiosa Presentación para la traducción hecha por el arcipreste Warnholtz del reciente libro de Richard Nebel, publicada en 1995, que no se detiene a discutir el problema de la historicidad de las apariciones y más bien enfatiza la importancia del culto y la devoción guadalupana en la vida espiritual de México. La entrevista en Ixtus se divulgó ampliamente en mayo de 1996 y el arzobispo se encargó de utilizar a los medios de comunicación para azuzar el odium plebis contra Schulenburg. ¿Cómo era posible que el abad de Guadalupe no crea en la Virgen de Guadalupe y se aproveche de ella para vivir con grandes lujos? Schulenburg se vio forzado a renunciar a su cargo de abad, que ocupaba desde 1963. Y la Basílica, con sus muy jugosas limosnas, pasó a control del arzobispado de México. El arzobispo comienza su Carta Pastoral del 2 de julio de 1996 en un tono lastimero de desagravio a la Virgen, extrañándose de que según algunos a Nuestro Pueblo "nomás le hemos contados mentiras, que nada más inventamos lo que le hemos siempre dicho, que sólo lo soñamos o imaginamos, que la Aparición de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe no fue real, que no es, por tanto, verdadera su peculiar presencia entre nosotros a través de la milagrosa Imagen que para dicha nuestra conservamos..." Pese a sentirse lastimado, el arzobispo muestra condescendencia con los antiaparicionistas y defiende su derecho a discrepar: "Yo, como millones de mis hermanos, me he sentido lastimado en mi sensibilidad de hijo y de mexicano, de católico porque de ninguna manera me considero insultado o agredido porque otros hermanos míos se hayan servido de su derecho a discrepar en un punto en el que todos gozamos de plena libertad de conciencia para creer o no creer..." El arzobispo continúa en tono patético: "Comprendo y compadezco a todos aquellos de mis hermanos que no comparten esta seguridad... porque en verdad me duele que no disfruten de algo tan bello, tan maravilloso, de poder gozar la ilimitada seguridad y felicidad que brinda saber que, aun en nuestros peores dramas, es nada lo que nos espanta, lo que nos aflige, que nuestro corazón no tiene por qué temer enfermedades, ni cosa punzante, aflictiva [Nican mopohua]." Pese a que la creencia en las apariciones guadalupanas es sobre todo una cuestión de fe, el arzobispo defendió su historicidad. Los testimonios históricos de las apariciones, según el arzobispo, "están ahora reforzados mejor que nunca, puesto que, durante años, muchos de los mejores talentos de la Iglesia, severos profesionales de la Historia y de la Teología, los examinaron, discutieron, juzgaron y aprobaron con motivo del Proceso de Canonización de Juan Diego, y porque, en base a eso, el Santo Padre en persona lo refrendó, y su Proceso no sólo vino a confirmarnos lo que ya sabíamos, sino que aportó nuevos sorprendentes datos que empezamos apenas a conocer". Esta información reunida en Roma en un "voluminoso expediente", puede ser consultada directamente o a través de alguno de los libros recién editados "que no temo recomendar como serios y sólidos, que resumen y difunden lo que se hizo, cómo se hizo y lo mucho valioso e inesperado que se descubrió". El arzobispo se refiere posiblemente a los libros del padre José Luis Guerrero publicados ese mismo año de 1996. Pero el argumento del arzobispo no es meramente factual, pues según él las apariciones de 1531 se prueban también por sus resultados posteriores: "¿Cómo podríamos existir nosotros si su amor de Madre no hubiera reconciliado y unido al antagonismo de nuestros padres españoles e indios?" Según el arzobispo la aparición de la Virgen de Guadalupe hizo posible la reconciliación de las religiones mesoamericana y cristiana: "¿Cómo hubieran podido nuestros ancestros indios aceptar a Cristo si Ella no les hubiera complementado lo que les predicaban los misioneros, explicándoles en forma magistralmente adaptada a su mente y cultura, que Ella, la Madre de su verdaderísimo Dios por Quien se Vive, del Creador de las Personas, El Dueño de la cercanía y de la inmediación, del Cielo y de la Tierra [epítetos dados por los nahuas a sus dioses, retomados en el Nican mopohua], era también la perfecta Virgen, la amable, maravillosa Madre de Nuestro Salvador, Nuestro Señor Jesucristo?" El arzobispo le ratifica a la Virgen: "espero defender y creer hasta mi muerte en tus Apariciones en este monte bendito, tu Tepeyac, que ahora has querido poner bajo mi custodia espiritual". [El arzobispo, en efecto, consiguió que el Tepeyac pasara a la administración del arzobispado de México.] Y en esta vena, agradece a la Virgen por los que han dudado, como el obispo Zumárraga, de sus apariciones, pero los amenaza con el arma de su "confianza férrea". La actitud del arzobispo hacia los críticos de la canonización es, en efecto, ambivalente, pues si bien le agradece a la Virgen "la libertad que nos otorgas a tus hijos para creer y para no creer en tu Aparición", y aun "la honestidad de los que no creen"; al mismo tiempo le agradece "porque estos acontecimientos han desenmascarado a aquellos que quisieran vernos divididos, sin fe y sin esperanza, sin símbolos patrios y en camino de absorción por otras culturas y otros poderes". Ominosas advertencias contra los sacerdotes disidentes encabezados por monseñor Schulenburg. Es de advertirse que el conflicto del arzobispo Rivera con el abad Schulenburg en 1995-1996 tiene más de un parecido, y varias diferencias, con el conflicto acaecido 440 años antes entre el arzobispo fray Alonso de Montúfar y el provincial de los franciscanos fray Francisco de Bustamante. Como es sabido, el padre Bustamante criticó en un sermón al arzobispo Montúfar por dar por buenos varios milagros supuestamente hechos por la imagen de la Virgen, pintada por un indio y puesta por el arzobispo en la ermita del Tepeyac, adscrita por el arzobispo al arzobispado de México, que se benefició de sus jugosas rentas. En enero de 1998, los promotores mexicanos de la causa de Guadalupe entregaron un amplio documento a la Congregación para las Causas de los Santos, que designó a un relator para examinarlo. Fue entonces cuando los sacerdotes disidentes comenzaron a enviar una serie de cartas y documentos, amparados en el secreto canónico, para no crear escándalo, dirigidas a varios miembros de la alta jerarquía eclesiástica, con el fin de hacerles ver la baja calidad de las pruebas que les habían entregado y los peligros de una apresurada canonización de Juan Diego, que contribuiría al descrédito de la Iglesia católica, debido a su desprecio de la verdad histórica. La mayor parte de las cartas incluyen a tres signatarios fundamentales, el arcipreste Warnholtz, monseñor Schulenburg, ahora Abad Emérito de Guadalupe, y el presbítero Esteban Martínez de la Serna, que fue bibliotecario de la Basílica. La primera carta de la serie está dirigida a Giovanni Battista Re, arzobispo de Vescovio, Sustituto para los Asuntos Generales en la Secretaría del Vaticano. Aunque está firmada por los tres sacerdotes mexicanos, se delata que redactó la carta monseñor Schulenburg, quien anexó a la carta un resumen hecho por el sacerdote antiaparicionista Stafford Poole de su recientemente publicado Our Lady of Guadalupe (1995). La carta destaca que no existen pruebas históricas de las apariciones, que ni siquiera existe un culto a Juan Diego, como lo pretende la Positio de 1989, y lamenta que los promotores de la causa de Juan Diego no se hayan vinculado con los historiadores serios. La carta, sin embargo, pierde fuerza al retomar de manera acrítica la posición, posible pero no segura, del padre Poole según el cual el Nican mopohua fue escrito por Lasso de la Vega en 1649. La segunda carta, del 9 de marzo de 1998, está dirigida a Alberto Bovone, arzobispo de Cesarea de Numidia, proprefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Se incorporan como signatarios, además de los padres Warnholtz, Schulenburg y Martínez de la Serna, tres historiadores importantes, uno de ellos sacerdote, el ya mencionado Stafford Poole, y Xavier Noguez, autor de Documentos guadalupanos, y Rafael Tena, profundo conocedor de la historiografía prehispánica y colonial mexicana y de las religiones cristiana y mesoamericana. Esta segunda carta es algo desordenada, acaso por intentar sintetizar una discusión colectiva que expresa diversas posiciones individuales, unidas por la misma búsqueda de la verdad. Retoma los argumentos de la anterior sobre la falta de sustento documental de la existencia de Juan Diego, y recomienda ahora la lectura del Destierro de sombras, 1986, de Edmundo OGorman, según el cual el Nican mopohua fue escrito en 1556 por Antonio Valeriano. En Roma, el relator designado por la Congregación para las Causas de los Santos entregó un informe en mayo y la Congregación formó una Comisión Histórica para examinar con cuidado la información y, si es posible, ampliarla. La Comisión estuvo presidida por el doctor padre Fidel González Fernández, catedrático de historia eclesiástica en la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma y profesor en la facultad de Historia en la Pontificia Universidad Gregoriana, y fue integrada por el padre José Luis Guerrero Rosado, autor de varios libros sobre la Virgen, el Nican mopohua y Juan Diego; al padre jesuita Xavier Escalada, editor de la Enciclopedia Guadalupana y descubridor del supuesto Códice de 1548; al padre Mario Rojas, autor de una socorrida traducción del Nican mopohua; y al padre doctor Eduardo Chávez Sánchez. La Comisión contó con la asesoría de dos prominentes investigadores del Instituto de Investigaciones Históricas de la unam, los doctores Josefina Muriel y Miguel León-Portilla, quien tradujo y estudió el Nican mopohua. En su siguiente carta, del 5 de octubre de 1998, nuevamente dirigida al arzobispo Re, los mismos firmatarios de la anterior se quejan de que la Comisión Histórica designada por la Congregación para las Causas de los Santos se rodeó de puros partidarios de la historicidad de Juan Diego, entre otros el jesuita Xavier Escalada, "que tiene como obsesión las apariciones, y quiere demostrarlas manejando argumentos con muy poca honestidad intelectual, con una piedad muy rebuscada y de poca solidez. Al padre Escalada, una persona cuya identidad guarda, le proporcionó un supuesto Códice de 1548, que resuelve de un plumazo todos los problemas guadalupanos, y que, según expresión del padre Fidel González F., es clave para la canonización de Juan Diego. La autenticidad de tal códice es muy discutible bajo todos aspectos, como lo han expresado los peritos en la materia..." Los disidentes no fueron oídos y en noviembre de 1998 la Comisión Histórica presentó un documento a la Congregación para las Causas de los Santos, que lo aprobó por unanimidad. El documento de la Comisión Histórica fue publicado en agosto de 1999 en un grueso libro, de 564 páginas, firmado por los padres Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, titulado El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, publicado por la Editorial Porrúa con toda la apariencia de un libro serio. El libro fue presentado el 24 de agosto de 1999, evitando cualquier interferencia de los disidentes, como una prueba concluyente de las apariciones. Sin embargo pronto se dieron a conocer sus numerosas inconsistencias. La primera crítica provino de un sacerdote historiador, el padre Francisco Miranda Godínez, en una lúcida reseña publicada ese mismo año en Efemérides mexicanas, revista de la Universidad Pontificia de México, e incluida en el Apéndice de La búsqueda de Juan Diego del padre Olimón, mostrando que la obra no respeta los más estrictos cánones de la crítica histórica y cae en el error denunciado en 1883 por Joaquín García Icazbalceta: "todos los apologistas, sin exceptuar uno solo, han caído en una equivocación, inexplicable en tantos hombres de talento, y ha sido la de confundir constantemente la antigüedad del culto con la verdad de la aparición y milagrosa pintura en la capa de Juan Diego. Se han fatigado en probar lo primero (que nadie niega, pues consta de documentos irrefragables), insistiendo que con eso quedaba probado lo segundo, como si entre ambas cosas existiera la menor relación". Incorrectamente, El encuentro maneja la cuestionable tesis de que "no hubiera podido existir ese culto si no hubiera partido del hecho histórico". Igualmente incisivas son las críticas hechas por Stafford Poole a la Positio de 1989 y a El encuentro; pero nuevamente el peso de sus argumentos negativos se debilita por la reiteración de sus hipótesis positivas, necesariamente dudosas, como que no hubo una ermita en el Tepeyac antes de la de Montúfar, o que el Nican mopohua fue escrito en 1649 por Lasso de la Vega. Otra crítica a El encuentro, es su utilización del Códice de 1548, supuestamente descubierto por el jesuita Javier Escalada, y que estudia con detenimiento Rafael Tena en septiembre de 1999, quien lo declara probablemente apócrifo. Estos documentos fueron incluidos en el Apéndice del libro del padre Olimón. La siguiente carta, del 27 de septiembre de 1999, sólo la firmaron los padres Schulenburg, Warnholtz y Martínez de la Serna, y está dirigida al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado en el Vaticano, con copias para Tarcisio Bertone, arzobispo de Vercelli, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y para José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Los signatarios critican las insuficiencias de El encuentro, que no supera las dificultades de la Positio de 1989. Y recuerda las circunstancias en que una noche de 1982 el abad Schulenburg y el arcipreste Warnholtz, pidieron la colaboración de un técnico en conservación de pinturas, que dictaminó que la imagen de Guadalupe es de cáñamo y está pintada con las técnicas habituales de la época, por lo que es obra no divina, sino humana. Finalmente, los autores de la carta se preguntan con justeza: "¿Se puede, por el camino de la Teología llegar a la veracidad histórica de un acontecimiento que no se ha podido probar por el camino de la documentación que nos da la certeza moral?" Y poco después: "¿Puede resolverse por el camino de la fe lo que no se ha podido resolver por el camino de la historia? ¿Cuál es la credibilidad y seriedad de la Iglesia en un caso semejante? ¿Basta la jerarquía de las personas que están insistiendo en la canonización, sin que conste la historicidad del personaje y de los acontecimientos legendariamente atribuidos a dicho personaje?" Aunque la carta anterior, como las demás, fue escrita "bajo la tutela y garantía del secreto prescrito por el Derecho Canónico en todos los procesos", fue filtrada a los medios de comunicación y difundida en retazos, armándose un gran escándalo. El arzobispo Rivera expresó al arcipreste Warnholtz su deseo de que "pida perdón al pueblo de México, ofendido y lastimado" por sus declaraciones. El arcipreste respondió al arzobispo en una excelente carta del 15 de diciembre de 1999, en la que pide perdón, si es que en algo de lo que realmente dijo (y no de lo que le atribuye la prensa) ofendió al pueblo mexicano, y explica clara y elocuentemente sus razones éticas y religiosas. En la siguiente carta, del 14 de mayo del 2000, dirigida a monseñor Tarcisio Bertone, arzobispo de Vercelli, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, además de los padres Schulenburg, Warnholtz, Martínez de la Serna y Poole, y de los historiadores Noguez y Tena, se incorporaron como signatarios dos sacerdotes historiadores: el padre Francisco Miranda, quien enriqueció la discusión sobre los orígenes del culto guadalupano con varios documentos importantes, y el padre Manuel Olimón Nolasco, profesor de la Universidad Pontificia de México, quien había sido recientemente atacado por el jesuita Escalada por haber negado la autenticidad de su Códice de 1548. Se unió asimismo como firmatario el escritor y divulgador de la ciencia Luis González de Alba. Sus argumentos de buena fe fueron enfrentados con campañas de prensa y virulentos ataques personales: los padres Schulenburg y Warnholtz no quieren a Juan Diego porque son alemanes y desprecian a los indios; los sacerdotes disidentes son malos católicos, malos mexicanos, herejes, traidores y rajones y merecen ser excomulgados. El primero de junio de 2001, el padre Manuel Olimón mandó la parte medular de su texto "La búsqueda de Juan Diego" a monseñor Tarcisio Bertone, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El padre Olimón amplió su texto en el mes de julio y lo siguió trabajando hasta febrero de 2002. Pero antes, el sábado 13 de octubre de 2001, a las diez de la mañana, el padre Olimón fue recibido en la Congregación de la Doctrina de la Fe por los sacerdotes Manna y Curry [sic], el primero en nombre del secretario, arzobispo Bertone, quienes le sugirieron que hablara con el padre Gumpel de la Universidad Gregoriana y el padre Fidel González, coautor de El encuentro. La gestión del padre Olimón fue filtrada a la prensa, que pasó a descalificarlo. La polémica subió de tono. En su carta del 4 de diciembre de 2001 dirigida al secretario de Estado cardenal Angelo Sodano, los padres Warnholtz, Schulenburg, Martínez de la Serna y Olimón, atacaron directamente al arzobispo de México, que los ha satanizado y engaña al pueblo manipulando los medios de comunicación, como cuando utiliza una supuesta foto del Papa firmando un Decreto de Canonización aún inexistente. Mencionan el recientemente publicado Mexican Phoenix de David Barding, entre otros historiadores antiaparicionistas como Francisco de la Maza, Edmundo OGorman y Xavier Noguez, y proponen que sencillamente se abandone la canonización, que el arzobispo deje de insistir en el tema, para que el pueblo olvide el problema de la historicidad, y siga siendo tan devoto de la Virgen como antes. Pero las últimas esperanzas de los disidentes se vinieron abajo el 20 de diciembre de 2001, cuando el Papa firmó el decreto que aprueba el milagro hecho por Juan Diego requerido para su canonización. El día siguiente el padre Fidel González publicó en LOsservatore Romano el artítulo "La Vergine di Guadalupe del Messico e lindio Juan Diego: mito, símbolo o storia" (reproducido en el libro del arzobispo Rivera), que constituye la única respuesta a los sacerdotes disidentes, sin nombrarlos, y da por indudablemente probada la existencia histórica de Juan Diego, sin resolver los fuertes críticas hechas a El encuentro. Peor aún. El 21 de enero de 2002, Andrea Tornelli, periodista italiano al servicio del arzobispo Rivera, difundió la carta del 4 de diciembre de 2001 de los padres disidentes al cardenal Sodano, y los ataques contra ellos subieron de tono. Ese mismo 21 de enero, el padre José Luis Guerrero, en entrevista con Joaquín López Dóriga en Radio Fórmula, dijo: "si el ex abad insiste en negar el dogma (sic) de Juan Diego podría ser excomulgado porque dudaría de Dios mismo." Y el cardenal Javier Lozano Barragán aseguró que la existencia de Juan Diego "está absolutamente comprobada", y lamentó que ya no existiera la Inquisición. Se hace patente, según el padre Olimón, el "autoritarismo latente" de ciertos sectores de la Iglesia mexicana, que contravienen lo dispuesto en el Concilio Vaticano ii: "todos los hombres están obligados a buscar la verdad sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla" (Declaración Dignitatis Humanae. Sobre la libertad religiosa, 7 de diciembre de 1965, 2). Sólo unos pocos periodistas y escritores (como Javier Sicilia, Carlos Martínez Assad y Bernardo Barranco) defendieron a los disidentes y denunciaron los peligros del autoritarismo clerical. Muy molesto por los ataques a su persona incluidos en la carta del 4 de diciembre de 2001, el arzobispo Rivera notificó el 25 de enero de 2002 al arcipreste Warnholtz su voluntad de que abandone la Casa Sacerdotal de la Basílica, en la que vivía. Por segunda ocasión, el arcipreste Warnholtz le escribió al arzobispo Rivera pidiendo perdón. Pero en esta ocasión, aunque argumentó su posición, se retrajo, rogándole al arzobispo no ser corrido de la Casa Sacerdotal, dadas su edad y precaria salud. Su única intención al firmar la carta fue "asegurar el prestigio de la Iglesia ante los no creyentes y los creyentes de otras partes del mundo, que tal vez no comprenden nuestra idiosincrasia". El arcipreste Warnholtz confiesa que desde la noche del 4 de noviembre de 1982, cuando participó en el examen directo de la imagen de la Virgen de Guadalupe dejó de creer en las apariciones, pero jamás, salvo en muy contadas excepciones, expresó sus dudas. Y una vez firmado el decreto de canonización, el arcipreste promete guardar silencio, sobre todo planteada la posibilidad de un "cisma en la Iglesia mexicana". El arcipreste mostró su humildad: "¿Quién soy yo para contradecir o impugnar lo que le dijeron al Papa que firmara, después de que el Papa lo firmó?" Y exhibió su crisis de fe: "En medio de mi crisis de fe, cuando se la comenté a un buen colega de la Casa Sacerdotal, me dijo con toda sencillez: Monseñor, recuerde que nos tenemos que hacer como niños para entrar al Reino de los cielos. Y eso me dio en la torre; adiós soberbia intelectual." Y finaliza el arcipreste su súplica: "Prometo una vez más obsequium intellectus et voluntatis (canon 752) a lo que, sin ser de fe, de hecho forma parte al menos colateralmente, del Magisterio ordinario en la Iglesia mexicana." El padre Olimón no se rindió y el 15 de febrero de 2002 escribió un articulo contra las agresiones fundamentalistas de que él y los disidentes fueron objeto, y, ese mismo día, firmó la Introducción de La búsqueda de Juan Diego, versión ampliada del estudio que presentó en junio de 2001 en el Vaticano. El texto del padre Olimón constituye un valioso intento por aproximarse de manera abierta a los orígenes del culto, pero al mismo tiempo no puede dejar de criticar las inconsistencias de las supuestas demostraciones de la existencia de Juan Diego hechas por los promotores de la causa de la canonización. Este doble objetivo acaso le quitó fuerza a su texto. Pero complementado con la serie de cartas y documentos enviados al Vaticano por el grupo disidente entre 1995 y 2002, que he comentado, su libro adquirió particular contundencia. De cualquier manera, su texto no fue considerado, y el 26 de febrero de 2002 Juan Pablo ii manifestó su decisión de viajar a México para canonizar a Juan Diego. En esa misma fecha, el arzobispo Rivera firmó su Carta Pastoral Por la Canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Laico, que reeditó Plaza y Janés en Juan Diego. El águila que habla. Impermeable a la crítica, el arzobispo reafirma que no existen dudas sobre la historicidad de Juan Diego, gracias a la investigación histórica plasmada en El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego de los padres González, Chávez y Guerrero, cuya falta de seriedad histórica ha sido varias veces señalada. La cuestión de fondo en esta historia
es la manera de la Iglesia católica de relacionarse con la verdad,
con la ciencia, con ese sentido de lo real y de lo verdadero que compartimos
todos los hombres más allá de nuestros credos o naciones.
Al empecinarse en un aparicionismo estrecho y mal probado, la Iglesia católica
se cierra en sí misma, buscando crecer y fortalecerse, pero separada
de las demás religiones de la maltrecha comunidad humana.
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