Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 25 de agosto de 2002
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Capital

Angeles González Gamio

Los cronistas de Tlalpan

La ciudad de México, ciudad de ciudades, conserva entre sus encantos antiguas villas como San Agustín Tlalpan, antes San Agustín de las Cuevas, que tiene, como la mayoría de las que rodeaban a la ciudad de México, una interesante historia que hemos citado con anterioridad, pero hoy vale la pena recordar. En ese lugar se estableció, alrededor de los años 1000 a 600 AC, un industrioso pueblo, que ahora conocemos como Cuicuilco. Rodeados de bosques pero alejados de las lagunas que daban fertilidad a los pueblos cercanos a ellas, los cuicuilcas diseñaron ingeniosos sistemas de riego para dar vida a terrazas en las que sembraban maíz, chile, amaranto y calabaza, con tan buenos resultados que generosos excedentes les permitían comerciar con las comunidades aleñadas.

Esto les llevó a desarrollar una próspera cultura que edificó magníficos templos y casas bardeadas, con patio y pozos-bodega de forma acampanada. Estaban en su apogeo cuando sucedió un cataclismo natural que, a la manera de Pompeya y Herculano, habría de desaparecerlos de la noche a la mañana: la erupción del Xitle, pequeño volcán al pie del Ajusco, cuya lava ardiente se deslizó lentamente por la ladera de la sierra, a una velocidad de 10 metros por hora. Tardó cerca de cuatro años en enfriarse; primero se solidificaron las capas exteriores, mientras en el interior la lava continuaba fluyendo, dejando al enfriarse, en distintos tiempos, multitud de cavernas, lo que dio origen al nombre de San Agustín de las Cuevas.

A principios del siglo XX, importantes excavaciones sacaron a la luz la cultura de Cuicuilco. Los primeros trabajos los realizó Manuel Gamio en 1917 y le sirvieron de base para caracterizar el que denominó periodo "arcaico".

Al poco tiempo de la conquista, los españoles comenzaron a explotar las fértiles tierras, alimentadas por inumerables fuentes y manantiales que brotaban de las entrañas de las porosas rocas, donde se acumulaba el agua de la lluvia y de los ríos. Por su aire puro, aguas frescas y bellos paisajes, algunas de las familias más acaudaladas eligieron este lugar para edificar sus casas de campo; entre otros, el conde de Regla, dueño de fabulosas haciendas mineras y fundador del Monte de Piedad. En el siglo XIX, aprovechando la abundancia de agua, se establecieron las fábricas de textiles San Fernando y La Fama Montañesa, así como la fábrica de papel Peña Pobre.

Llama la atención conocer que durante tres años (1827-1830) fue la capital del estado de Morelos, hasta que un acuerdo del presidente Benito Juárez lo reintegró como parte del Distrito Federal.

Como es de suponerse, esta antigua villa tan rica en historia y que conserva tradiciones, costumbres, leyendas y un considerable patrimonio arquitectónico, ha dado nacimiento a inumerables cronistas, quienes recientemente se constituyeron formalmente como Consejo de la Crónica de Tlalpan AC, con el objetivo principal de "promover, integrar, difundir y contribuir al enriquecimiento de la cultura y difusión de la crónica en Tlalpan". La ceremonia se celebró en una casona que fue parte del hospicio de San Antonio durante el virreinato; en el México independiente, ahí se fundó el célebre Instituto Literario y actualmente es Casa de Cultura de la Universidad Autónoma del Estado de México, que dirige con entusiasmo el arquitecto Enrique López Veraza.

Los 31 cronistas que encabeza don Salvador Padilla, autor de un interesante libro sobre Tlalpan, también se están comprometiendo con la preservación y salvamento del patrimonio tanto arquitectónico como el llamado intangible, esto es, las tradiciones, leyendas, fiestas patronales, etcétera, que son factores fundamentales de identidad. Si logran todos sus propósitos, pronto tendremos una serie de publicaciones sobre la demarcación, así como nuevas bibliotecas, hemerotecas, bancos de datos y todo aquello que colabore a preservar la memoria histórica.

La noticia merece celebrarse y para ello hay varios lugares que ofrecen rica comida y buena bebida, comenzando por el que se considera el más antiguo de Tlalpan: Quinta Ramón, ubicada junto a la antigua terminal del tranvía, en la calle de San Fernando; se dice que era uno de los favoritos de Porfirio Díaz cuando andaba por esos rumbos. En esta temporada tiene sabrosos chiles en nogada, que pueden ser precedidos por unas quesadillas de huitlacoche para botanear con el tequilita y un caldo de haba como entrada.

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