JAZZ
José Galán
Por el centenario de la Condesa
DE PIE DONDE se encuentran las calles de Michoacán, Atlixco y Vicente Suárez, en la colonia Condesa, se observa un espectáculo inusitado: un escenario portátil con parrilla de luces e incluso láser, alberga a cuatro músicos de jazz que tocan para una audiencia atenta, en un happening cuya primera virtud consiste en que no contó con publicidad o promoción.
ALGUNOS VECINOS ESTAN asomados en las ventanas del tercer piso, encima de las cafeterías y tiendas de abarrotes; los trajeados parroquianos de las fondas del lugar; algún valet parking de chaleco rojo, e incluso los tradicionales y aferrados jugadores de dominó que, dentro de la cantina Centenario, parecen ya acostumbrados a todo tipo de espectáculos en esta nueva zona bohemia de la capital.
SON LAS DIEZ y media de la noche, es jueves, y en el lugar hay más de mil adultos, jóvenes, niños, perros, gatos y uno que otro policía federal. La cerveza, bebidas y otras sustancias vaciladoras pasan de mano en mano. Todo tranquilo. En el escenario, el pianista Héctor Infanzón con su grupo desgrana con fervor la síncopa latina que lo ha hecho famoso.
EN EL CONCEPTO de concierto de barrio, el grupo Merequetengue se había presentado ya, con sus tambores y percusiones africanas y cuatro frenéticas bailarinas como poseídas por la lujuria de la santería. Pero alguien -rubia, 23 años, 1.80 metros, bien formada- por allí aclara a su acompañante, un rasta surgido de los sueños herbales de Bob Marley: "šnada qué ver! O sea, Ƒqué no ves que es música de Guinea? Está cañón". No todo es tan fresa, cierto, pero la gente bonita, acomodada, ombliguito al aire ellas, piercing hasta en la lengua ellos, se apoderó de la calle y se siente a sus anchas. Todo muy cuco.
ES QUE LA Condesa, el llano donde doña Carmen Romero Rubio y los hijos de Porfirio Díaz apostaban a las carreras de caballos, cumple ahora 100 años y está de moda. Y las empresas CIE y Mundo México, con la venia de la delegada Dolores Padierna -cuya mención motivó el coro de chiflidos mexicanos en recuerdo de su progenitora- decidieron acudir a la convocatoria de algunos vecinos y se aventaron la puntada de montar, durante tres días, un espectáculo sano, divertido, barato y, por qué no decirlo, inusual.
LOS PORTEROS DE los viejos edificios del barrio decían a los inquilinos que se iba a efectuar un concierto de jas. Quién sabe qué es eso, pero Infanzón en el piano, Waldo Madera en la batería, Armando Montiel en las percusiones y Rodrigo Cárdenas en el bajo, arrojaron luz al término: jazz. Y de qué manera.
POR MAS DE hora y media, el grupo interpretó composiciones del propio Infanzón quien, para que no pasara desapercibido su combo, presentó a los miembros hasta tres veces. Y es que en la fila de la tienda para pagar las chelas, las caguamas, como decía el Filósofo de Güemes, las bebidas espiritistas, uno se podía perder esos grandes detalles.
ARRANCARON CON UN tema de su próximo disco, Nos la debíamos, con solo de batería y todo, diálogos con las percusiones y el piano eléctrico que impone el ritmo rumbero. Luego se reventaron La Chipita y La invitación. Músicos de gran técnica, bien fogueados, pero se extrañó la posibilidad de que se desbocaran soltando toda la galleta.
ARRIBA, EN EL tercer piso de un edificio justo enfrente del espectáculo, un vecino de años, el senegalés Eri Cámara, curador y museógrafo, de repente se asomaba entre las cortinas de carrizo. Entre los asistentes quedó la duda: Ƒbajaría a echarse un palomazo o ya está pensando en mudarse a Tepepan, lejos del condal ruido? Ese es otro de los misterios -como el hecho de que sin publicidad hubiera tanta gente- que nunca fueron develados en esa noche de luna llena.