viernes 23 de agosto de
2002 |
Entrepanes ¡Por defender a las mujeres! n Alejandra Fonseca |
Sentada en la sala de espera del
consultorio de un médico ginecólogo, la mujer platicaba
en susurros con su hermana, quien acudió a la cita por
su embarazo casi a término. Le relataba con cierto
recelo: "Comimos sabroso. Estábamos en la sobremesa
los cinco, ya sabes, el Manolo, el tío Juan, el Pedro,
Hugo, Darío y yo. Entraba la tarde. Todos conversábamos:
los grandes, de los últimos acontecimientos de la
chamba, y el Darío, de los iniciales de clases. Con la
pregunta del Juan a Darío, '¿Tienes nuevas compañeras?-,
la charla empezó a tomar otro rumbo. 'Sí -dijo muy
emocionado mi hijo-, hay dos que están muy buenas.., una
tiene unas..." y realizó ademanes de tullido que
los otros tres, ya huevonuditos, soltaron la carcajada
como púberes. "El Manolo, ya sabes, adora al hijo, y como buen padre lo animó y preguntó: '¿Les ofreciste tu ayuda para ubicarlas en los salones, cargarles los libros, no sé, cualquier cosa...?- Y pus el chamaco, con tanto escucha, y siendo el centro de atención, le respondió, pero si presto: '¡Claro!, las acompañé a su salón, les presenté a los maestros y a otras chavas, y me hice su amigo. Una tiene una cara preciosa; la otra está buenísima. ¡Las dos son un culo!- "Yo, ya sabes, tratando de ser excelente anfitriona, atiende y atiende, casi ni comí. Pero el Manolo lo merece, es buen padre y excelente marido. Cuando quiere sus comidas con sus amigos en la casa, ¡yo encantada! Iba y venía con platillos y atenciones para que todos estuvieran a gusto. No tengo quién me ayude, pero con un ojo al gato y otro al garabato, hacía lo que podía entre platicar, escuchar y atender la mesa y cocina. Recogí lo sucio, y salí del comedor hacia la cocina con mi maravillosa "charola ayudadora" llena de platos, mientras ellos seguían conversando. "Regresaba de la cocina, cuando escuché las palabras de su marido: 'A mí me sucedió hace tiempo, desde luego, mucho antes de casarme -aclaró-. Al coger por coger, terminaba arrepintiéndome. Llegó el momento que ya no me gustaba no sentir nada por la chava con la que estaba.- El Juan, ya sabes, le debatió: '¡Ay, no mames, wey! Ahora sale que eres medio puto. ¡El palo es el palo! y a nosotros los hombres nos encanta meterla a quien sea, como sea ¿o no? A ver, ¡digan ustedes -convocaba a los demás- si no es verdad que como hombres nada más andamos buscando donde meterla. Seamos honestos!-. Los otros, todos, hasta el Darío, empezaron a compartir sus opiniones en pro y en contra, por lo que se inició una discusión que parecía ser 'sólo para hombres-. "Sus argumentos ambicionaban tener fundamentos y ya sabes, cuando les da por la concentrancia y la profundidá, ni quien los pare; que si 'nos gusta-, que si 'se vale-, que si 'no te hagas wey-, que si 'es por etapas de la vida-, que si 'desde el Sida-, que si 'no hay edad en estar con manuela-, que si 'hay que usar condón-, que 'si todavía eres virgen-, que si 'no te sientas mal por ser así o asado-, que si 'hay que ser selectivos-, seguidos de un '¡no te la prolongues!-, que si 'es porque así somos los hombres-, que si 'las mujeres son distintas-, que si.., que si... '¡Es que nos gusta meterla, y ya!- fue el grito del Juan, que pretendió servir de consenso y conclusión, y ante la que todos estuvieron de acuerdo. "Yo no dejaba mis labores de atenta anfitriona pero, desde el inicio del debate, no me distancié del lugar para poder escuchar todo lo que decían esta bola de machos. Ya sabes, con mi tercer ojo ponía uno al gato y dos al garabato. Recogí los demás platos y vasos sucios, llevaba las manos llenas porque la 'charola ayudadora- ya ni supe dónde la dejé. Y en los momentos que me iba a la cocina, que les digo: 'Pues ustedes dirán que a los hombres les gusta meterla, y yo les puedo decir que a mí, y a todas las mujeres, ¡nos encanta!" "En esos momentos, el Darío se puso como loco. Me gritó con espanto: '¡Mamá! ¿Cómo es posible que digas eso? A mí no me importan los detalles de tu vida íntima, ¡eso no lo debes decir delante de tu hijo!- Yo traté de darle una explicación, ¡pero no me dejaba ni hablar! Los otros tres reían a carcajadas destornilladas, y el Juan, ya sabes, cabrón como es, le decía: 'Pero si tu mamá también coge, ¡es mujer!-. Y pus, peor. El chamaco enojadísimo ni se acabó el helado que le trajo su tío. Se levantó de la mesa y se fue a su cuarto gritando que no quería oír nada. Y sigue sacado de onda..." "Pero hermana, le decía pausadamente la embarazada, ¿cuál explicación le ibas a dar a tu hijo?, ¿qué te dio por decir eso?" Y la relatora replicó: "¡Ay hermana, mis locuras!... Después de escucharlos decir todo lo que dijeron, ¡lo que único que quise es defender a las mujeres!..." |