Luis Linares Zapata
Pleito por el presente
Las escaramuzas por el poder de la República han terminado con el envío al Congreso de la iniciativa eléctrica que el viernes pasado hizo el presidente Fox. De aquí en adelante en el campo de la energía toca a todos los que en ello quieran participar dirimir qué clase de nación queremos mantener los mexicanos. Por fortuna, dos partidos, el PRI y el PRD, se han puesto delante de aquellos que pretenden seguir descargando sus responsabilidades y aventuras empresariales en los extranjeros. Han sostenido que no cederán a las exigencias de abrirles tan vital sector bajo el argumento de que los mexicanos son incapaces, con sus propios recursos, de hacer frente a la demanda esperada de electricidad. El PAN mostrará, una vez más, el dulce rostro del entreguismo monacal que lo ha prefigurado y los afiliados a la mentalidad empresarial colonizada les darán el sustento que habrán de requerir en su tentativa privatizadora que, en este caso preciso de la energía, equivale a la renuncia a ser, de muchos modos, una nación independiente.
Ya se ha entregado gran parte de la fábrica nacional a los agentes productivos externos. Así han quedado en manos foráneas industrias completas, como la automotriz. La química farmacéutica no ha pasado de pequeños experimentos y el resto la dominan los consorcios suizos, franceses, estadunidenses o alemanes. Las trasnacionales de la alimentación se han atrincherado desde tiempos inmemoriales en las redituables agroindustrias, exentas por lo demás de todo gravamen. Casi todas las mineras de grandes vuelos son sólo filiales de los súper grupos de escarbadores. La electrónica es extranjera y parte sustantiva de las telecomunicaciones, donde, por fortuna y excepción, Telmex y América Móvil mantienen parte del capital local para dar cerrada y exitosa batalla. La banca, después de rescates multimillonarios y pronósticos derrotistas de sus mismos operadores, fue puesta en manos de españoles y estadunidenses. Sus fugaces titulares salieron de ella por la puerta trasera. Unos por incapaces, ciertos de ellos como simples bandoleros, y otros, viendo la oportunidad de enriquecerse, vendieron a toda prisa y en el camino supieron, una vez más, aprovechar los defectos de una norma hecha a su medida: no pagaron un quinto de impuestos por sus monumentales ingresos.
Queda ahora por dirimir, en serio, la parte sustantiva de la fábrica nacional: el sector energético. Sin la Comisión Federal de Electricidad (CFE) como empresa dominante, como puntal de la industria de transformación, éste será un país de maquiladores, peones, ensambladores de autos, comerciantes de importaciones y fayuqueros, mueve panzas del turismo, migrantes, narcotraficantes, integrantes de tríos o empleados de segunda categoría, si bien va. Lo cierto es que de perder esa empresa o disminuirla a propósito, cualquiera aspiración sensata de independiente soberanía será un espejismo durante el futuro previsible.
Ha comenzado la batalla final. En las próximas semanas los legisladores diseñarán la ruta que se tendrá que seguir. No hay tentativas a medias ni tampoco errores que se puedan enmendar con la experiencia venidera. Si los que aspiran a entrar al mercado de la energía lo hacen por la puerta de las modificaciones constitucionales y las ventajas disfrazadas de leyes reglamentarias, nadie podrá sacarlos después sin provocar una enorme tragedia. Simplemente el poder que ya tienen lo usarán para proteger sus inversiones y, sobre todo, las utilidades venideras que ya entreven en sus bolsillos. Subyugarán cualquier intento de modularlos o sujetarlos a los intereses nacionales. Hay que atisbar con claridad el caso argentino y las maniobras españolas para salvaguardar lo que ya ganaron, eso que los propios argentinos les vendieron por una bicoca.
No se puede dejar abierto, con el señuelo de la bienhechora competencia, un mercado paralelo de electricidad como sostiene la administración de los gerentes. Ellos piensan que mucho condescienden dejando que la CFE se quede, al menos por ahora, con un cacho del pastel. Aunque éste sea el más complicado, el enredado con subsidios tan caros como ciertamente necesarios y con dificultades para llegar a los consumidores que esperan, en remotas localidades, desde hace cientos de años que les llegue luz. Dejen actuar, dicen hasta con orgullo tecnocrático, a los que tienen recursos para invertir y dominan la tecnología. Para ellos redituable lo limpio de gravámenes y complicaciones populistas. Se arguye, con insuflado ardor y misericordia para con los nativos por parte del triste senador Juan José Rodríguez Prats, que lo solicitado por Fox en su iniciativa sólo intenta regularizar lo que ya hace el gobierno tergiversando la Carta Magna. Se pide en la recién desempacada iniciativa que entronicemos un cuerpo regulador para poner orden entre los tiburones y magos de las finanzas que trafican con kilovatios que nadie ve ni conoce. Pero el pleito en curso implica para los legisladores y partidos de oposición la terrífica tarea de encontrar y proponer las fuentes de financiamiento alterno para el Estado mexicano en caso de preservar a la CFE bajo su control. Tarea de políticos responsables, ciertamente.