viernes 16 de agosto de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
El sabor de la vida

Sólo cerdo

n Adriana Guerrero Ferrer

De mis gorduras harán manteca,
de mis lomillos rico jamón,
de mis tripitas la longaniza,
ricos chorizos y salchichón.
Popular.

Para algunas culturas la imagen que del cerdo han tenido ha estado sujeta a prejuicios religiosos que ocultan más que nada la imposibilidad económica de criarlos en sus nichos ecológicos; de ahí que se le haya desterrado de sus cocinas -por ejemplo, los judíos y musulmanes- considerándolo por siempre en sus sagradas escrituras como abominable e inmundo.
El destierro del cerdo por mandato divino se justificaba con el aforismo: "Dios no suele perder el tiempo prohibiendo lo imposible o condenando lo impensable".
Mientras la prohibición del cerdo para unos se volvió parte de su identidad étnica, para otros pueblos pasó a ser parte de sus tradiciones gastronómicas. En esas culturas, el cerdo era degustado casi en su totalidad, se apreciaban los riñones, las criadillas, las patas, la grasa y, en el terreno de la charcutería, el cerdo fue el rey de los embutidos.
Para la empresa de conquista española, en 1519, la presencia del cerdo en América fue trascendental; sufragó el hambre de muchos y abrió una nueva dimensión en la alimentación volviendo a la naciente comida mestiza en extraordinaria.
El cerdo europeo y el maíz americano entraron en franco sincretismo. La manteca, dice el poeta y gastrónomo Salvador Novo: "Hizo su entrada triunfal y chirriante aquí donde no se conocía las frituras; el maíz, por su parte, fue el receptor que cobijó y envolvió en tamales, chalupas, molotes y tlacoyos la suave carne del cerdo, el oloroso chorizo y el crujiente chicharrón".
El cerdo, bautizado por los mexicanos como cochino, término que viene de cochi, dormir, y que alude a los hábitos del animal, se aclimató con bastante facilidad a las nuevas condiciones geográficas. En Puebla, llegó a ser tan importante que se convirtió en indispensable dentro de la dieta junto con los cereales -maíz y trigo- y el carnero. De ahí que la consigna popular difundiera el dicho: "Tres cosas come el poblano: cerdo, cochino y marrano".
Durante la época colonial, en Puebla la matanza del cerdo reportó al ayuntamiento de la ciudad grandes beneficios económicos. Las tocinerías diseminadas en la traza urbana en el siglo XVIII incluían a su vez actividades productivas, todas ellas relacionadas con el cerdo: la venta de carne, la elaboración de embutidos, de manteca y de fritangas. Incluso, el jabón preparado con la grasa del cerdo fue, junto con la loza, el vidrio y otros artículos, producto de exportación.
La Angelópolis era tan famosa por sus jabones que irónicamente se decía que "De la Puebla, el jabón y la loza, y no otra cosa".
El cerdo prácticamente controló en gran parte a la cocina poblana, cuyos platillos más afamados, como los chiles en nogada, los pipianes, la tinga y la infinita variedad de sus antojitos, lo incluyen sin titubeos.
En los recetarios que se editaron en los siglos XIX y XX se puede apreciar la debilidad que la población sentía por tan suave y tentadora carne. El cocinero práctico, editado en 1892, la definía como ardiente, y a pesar de que se consideraba de difícil digestión "e incluso peligrosa e impropia de las estaciones y países cálidos, a más de no ser en tales épocas tan sabrosa como en invierno", el cerdo fue y sigue siendo un prodigio dentro de la cocina regional.
La agenda para familias, editada en Puebla en 1898, revela que del total de los menús, 70 de ellos son a base de cerdo. El primer recetario provinciano que aparece publicado en 1872, el de La cocinera poblana, registra casi 80 maneras diferentes de prepararlo.
La tradición culinaria del cerdo se enriqueció con el paso del tiempo, cuando cada grupo social, cuando cada cocinera con su sazón extraordinaria, contribuyó a crear la increíble cocina poblana. Desde la comida sencilla hasta en la mesa de manteles largos, el cerdo en cualquier banquete es imprescindible, y en los antojitos, ni se diga.
En Puebla, puede disfrutar cada tarde, en cada zaguán, literalmente, una inmensa variedad de ellos, obviamente rellenos con alguna parte del cerdo. Los hay fritos (molotes), asados (quesadillas); en tacos, en tostadas, en tortas, en chanclas bañadas de salsa espesa, roja y verde, con un copete de crema; en guajolotes (panes salados, fritos, rellenos de carne de cerdo guisada, aderezada con pedacitos de hoja de lechuga), y en pelonas... en fin, todos igualmente sabrosos.