Víctor Hugo Rascón Banda /I
Los intereses de las editoriales
El Programa Nacional de Lectura es noble, valioso, magno pero nace, lamentablemente, con ciertos defectos congénitos que ameritan una cirugía emergente.
Lo bueno: Se destinan 700 millones de pesos para formar pequeñas bibliotecas de 25 ejemplares en las 750 aulas de jardín de niños, primaria y secundaria, para fomentar la lectura en niños y adolescentes, más allá de los contenidos de los programas escolares.
El riesgo: Una mala selección puede vacunar a los niños para siempre contra la lectura.
Lo discutible: La mitad de los libros de estas pequeñas bibliotecas tienen que ser libros de divulgación científica y cultural, relacionados con las ciencias, la biología, la historia, la ecología. ƑPor qué no formar las bibliotecas sólo con libros de literatura? Porque dice la Secretaría de Educación Pública (SEP) que la UNESCO dice que una biblioteca escolar debe tener 75 por ciento de libros con contenido informativo y sólo 25 por ciento de literatura.
Si esto es cierto, la UNESCO está equivocada, porque para alejar a los niños de la lectura nada mejor que los libros informativos de consulta sobre las materias que obligatoriamente cursan en cada grado. La lectura es un acto gozoso, por el simple placer de leer, no un acto obligado para informarse, aprobar una materia o hacer la tarea.
Primer error: Los títulos no los propusieron los escritores ni la SEP, sino las editoriales. Sí, las editoriales, de sus catálogos y sus acervos. No todas las editoriales atendieron el llamado y las que lo hicieron tomaron en cuenta sus intereses. Como toda empresa comercial cuidan sus inversiones. No siempre en sus catálogos está la mejor literatura, sino los autores que venden o los que hayan caído en dominio público para ahorrarse 10 por ciento de derechos de autor.
De los 6 mil 500 títulos propuestos por las editoriales, funcionarios y maestros de la SEP hicieron una preselección de 669 para los 12 grados de educación básica. De estos 669 quedaron, para el tercer año de secundaria, sólo 60 preseleccionados. De estos 60, el jurado en el que yo participé debía seleccionar sólo 25. Y de estos 25 sólo 12 debían ser de literatura y los otros 13 eran la proporción destinada a la divulgación científica.
Escogí el tercero de secundaria porque fui maestro normalista especializado en lengua española y trabajé durante 15 años en ese grado precisamente. De los ocho compañeros de mesa, sólo yo era escritor; los otros participantes eran maestros, promotores de lectura y científicos. No creo que hubiera muchos escritores en las otras mesas, porque sólo miré en los pasillos a Felipe Garrido, Eduardo Lizalde, Jorge Von Sigler y Juan Domingo Argüelles, todos ellos funcionarios públicos en tareas de promoción de la lectura.
Otra limitación: De los 60 libros sobre la mesa, no podía uno escoger los que quisiera porque había una proporción de géneros establecida por persona anónima. De los tres libros de poesía (Octavio Paz, José Emilio Pacheco y Pablo Neruda) sólo se podía escoger uno. Y los tres libros presentes no eran los más representativos de dichos escritores.
En teatro la cosa fue más dramática. Sólo se podía escoger uno, de los tres únicos que había; una antigua antología latinoamericana de Carlos Solórzano de los años sesenta, ya superada; La mudanza, de Vicente Leñero, y Teatro joven de México, antología de Emilio Carballido, en la que aparecen algunos jóvenes que luego formaron parte de la nueva dramaturgia mexicana.
No aparecieron por ningún lado Rodolfo Usigli, Juan Ruiz de Alarcón, ni Elena Garro, ni el propio Carballido, ni ninguno de los autores mexicanos, españoles o de América Latina que han construido el teatro contemporáneo de los últimos 30 años. No aparecieron las antologías y obras dramáticas publicadas por El Milagro, por Escenología, especializadas en teatro, ni las antologías de Editorial El Arbol, ni las colecciones de teatro de la UNAM, la Universidad Veracruzana ni el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.