Ugo Pipitone
Colbordolo y Oaxaca
Quiero registrar hoy impresiones e ideas alrededor de dos lugares: uno en Italia y uno en México. Por el lado italiano está Colbordolo: un pueblo en las colinas de las Marcas, entre Pesaro y Urbino. O sea, para presumir antiguos (y mal controlados) orgullos, entre Rossini y Raffaello. Es la noche del 20 de julio: fiesta paisana dedicada a las tradiciones del novecientos. Entre las dos plazas y la empedrada calle principal, desde donde la mirada descansa en las ondulantes colinas de la zona, un apretujamiento de seres humanos de todas las edades: de los 104 años de la anciana sentada y sonriente a los niños de brazos. Gente de ahí y de afuera y varios que ahí nacieron y viven ahora en otras partes. Mesas de madera en la calle que ofrecen a los asistentes vinos, dulces, sopas antiguas, en fin, viejos (severos y menos azucarados) sabores campesinos. Y uno siente el privilegio de estar ahí, entre gente que se reconoce y que, sin embargo, sabe recibir al visitante sin desconfianza. Viejos campesinos y jóvenes ingenieros de sistemas, obreros especializados de todas las edades, artesanos, pequeños empresarios, maestros de escuela y funcionarios locales.
Se respira un sentido de pertenencia, el orgullo, no libre de ironía (estamos en el universo humano que Fellini retrató), de ser los que se es y lo que se ha sido colectivamente. Un amor al pasado que no es renuncia al futuro. Una zona de talento artístico, que produce artes gráficas, cerámica y demás, y de talento industrial, que se revela en un archipiélago de pequeñas y medianas empresas productoras de muebles, motocicletas, pinturas y barnices. Un mundo de empresarios, artesanos y obreros especializados. Un universo humano que, en Colbordolo, el 20 de julio pasado, sintió la necesidad de reunirse para recordar, entre el cariño y la broma, lo viejo, el lugar del tiempo de donde se viene. Un salón expone antiguas fotografías de las familias del pueblo entre hombres y mujeres (bellísimas) que terminan de preparar los alimentos para distribuir entre los asistentes; vetustos objetos de trabajo campesino y juguetes infantiles en desuso. Una zona gobernada tradicionalmente por la izquierda.
En la plaza mayor, entre los muros tapizados de musgo, toca la banda, de muchachos entre 14 y 18 años, bajo la dirección de un empleado municipal melómano. Verdi, Rossini, Mascagni no podrían tener mejores intérpretes, pienso, mientras el director de orquesta cuenta los antecedentes de cada pieza como describiendo chismes del día anterior. Los fuegos artificiales terminan la noche de fiesta pueblerina mientras la luna parece colgada del cielo. Empresas que exportan, sentido de continuidad y orgullo local: es mi versión de la globalización.
De regreso a México, me entero del proyecto de abrir un McDonald's en el zócalo de la ciudad de Oaxaca. Confieso, con cierta vergüenza, que no tengo nada en contra de esta clase de comida rápida, aparte de que no entraría ahí sino en caso de una urgencia extrema y desesperada. La cocina McDonald's es exactamente el futuro que sería oportuno evitar: la homologación American style. Incluso tengo aprecio para McDonald's cuando crea puestos de trabajo y demanda de pollos en diferentes países y, sobre todo, en el tercer mundo. Pero poner un McDonald's en el zócalo de Oaxaca me parece francamente abusivo y agraviante. Y, otra vez, Toledo está ahí defendiendo lo mejor del pasado que sería oportuno conservar para proyectarlo hacia el mejor futuro que podamos imaginar. Y McDonald's, que no tiene pasado, ciertamente no encarna lo mejor del presente. Vendría la tentación de desempolvar el léxico conocido de imperialismo agresivo y multinacionales avariciosas. Y muchos, por desgracia, lo harán, en un mar de retórica nacionalista destinado a confundir todas las aguas para redimir un nacionalismo retórico en cuyo despliegue se consumió el fracaso de una clase dirigente y, de paso, un desastre nacional.
Confieso que no tengo argumentos fuertes ante la siguiente objeción: Ƒcuál es la diferencia precisa entre una globalización ''buena'' y una ''mala''? Pero sé, aun si mis argumentos son más pobres que mis intuiciones, que un McDonald's en el zócalo de Oaxaca sería una vulgaridad que no estaría mal evitar. No estoy defendiendo un pasado idealizado. Sé, como cualquiera, que Oaxaca es tierra de miseria, ignorancia (que no incultura) y manipulación política. Pero el zócalo, sin ser tierra sagrada, es una belleza antigua que forma parte de las pocas cosas que nos quedan para poder imaginar un futuro mejor que el presente. Dejémoslo así, por favor, y evitémonos vergüenzas postreras.