Carlos Martínez García
El defensor de la fe
Heterodoxos, escépticos, herejes, jacobinos trasnochados y sectarios, cuídense, porque en días pasados salió a la luz pública una nueva función de Santiago Creel, secretario de Gobernación: la de ser el defensor de la fe. En unos malabarismos hermenéuticos el funcionario que tiene en su oficina un gran retrato de Benito Juárez dio una explicación singular al beso que un emocionado Vicente Fox dejó en el anillo de Juan Pablo II.
Después del mediático ósculo presidencial y la asistencia del mandatario junto con su familia y varios integrantes de su gabinete a la misa de canonización de Juan Diego, el secretario de Gobernación se refirió a esas valientes acciones, dignas de mártires que antes sólo tenían como único horizonte las catacumbas, en los siguientes términos: "Creo que por primera vez estamos dando paso a una nueva era en donde la simulación ha terminado; este es el nuevo México, el México de la verdad, el México en donde cada mexicano va a poder profesar la creencia que mejor le parezca; ese México por el cual hemos venido luchando y aspiramos en este régimen democrático". Santiago Creel, a la manera del Génesis, dijo "sea la libertad de creencias, y ésta fue hecha". Arrebatado por un trance profético el secretario, en una cuantas frases y tal vez inspirado en Juan el Bautista, nos reveló la oscuridad en que vivíamos hasta antes de la ceremonia de hace una semana en el hangar presidencial. El pueblo mexicano -nos dice el encargado de la política interior del país, con unas tablas de la nueva ley en sus manos- vivió en la cautividad prohijada por Faraón/liberalismo, pero el gobierno del cambio lo está llevando a la Tierra Prometida/Tepeyac.
Para el más liberal de los secretarios del gabinete foxista (en tierra de los persignados el que no se hinca es progresista) no existió el 4 de diciembre de 1860. En esa fecha Benito Juárez promulgó la ley de libertad de cultos. Esta valiente y descolonizadora medida juarista fue la vía que permitió emerger a la vida pública a distintos grupos cristianos, pero no católicos romanos, ya enraizados en México pero que estaban impedidos de reunirse y hacer proselitismo abiertamente. Nada más 142 años fueron ignorados por Creel Miranda, y la gesta que en el transcurso se ha librado en México contra la intolerancia clerical, que no termina por aceptar plenamente la irreversible pluralización religiosa de nuestro país. El secretario de Gobernación debe explicar a fondo su concepción histórica de la libertad de creencias, decirnos cómo está eso de que a partir de un acto de subordinación de un jefe de Estado a otro -de Vicente Fox a Karol Wojtyla, mediante el ya citado beso- emana cristalina la libertad para que cada ciudadano pueda profesar la fe que guste. Esto debe explicarlo sobre todo a los grupos que vivieron engañados creyendo que pudieron practicar su credo religioso distinto al catolicismo desde hace casi siglo y medio. Porque ahora resulta que es en el "México de la verdad" foxista donde empieza la auténtica libertad de creer o no creer, religiosamente hablando.
De acuerdo con la confesión de Creel, uno de los objetivos del foxiato es luchar porque en México exista el derecho de cada ciudadano a "profesar la creencia que mejor le parezca", y si el nihil obstat de tal derecho está representado por la fervorosa devoción del primer católico de la nación, entonces concluimos que la noción de libertad religiosa expuesta por el secretario es la del derecho de la Iglesia mayoritaria (con la que se identifica Fox Quesada) a marginar y arrinconar las religiosidades minoritarias y a recordarles su naturaleza de advenedizos y ladrones de ovejas. La declaración de Santiago Creel está más en la línea de los conservadores que combatieron a Juárez y los liberales que lo acompañaron en su lid contra el autoritarismo de las jerarquías eclesiásticas que a tono con lo establecido por la letra y el espíritu de las leyes vigentes mexicanas. Tal vez llegó la hora de que descuelgue la pintura de Juárez, para sustituirla por una de Lucas Alamán. Algún grupo de juaristas se encargará de resguardar el cuadro, que devolverá a su lugar cuando vengan mejores y laicos tiempos. Mientras tanto, el defensor de la fe (católica) puede convocar a sesudos cónclaves teológicos para que le den forma a su declaración adánica, porque no cabe duda de que a Creel Miranda lo aqueja el complejo de Adán: cree que con su llegada a escena empezó todo, antes sólo había caos y oscuridad.
En 1527, más por motivos políticos que doctrinales, el papa Clemente VII rehusó dar su anuencia para declarar nulo el matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. La obstinación del rey en lograr la nulidad, y el subsecuente nuevo enlace matrimonial con Ana Bolena, desembocó en la ruptura del jerarca inglés con la Iglesia católica romana y el nacimiento de la Iglesia anglicana. Hoy en México la posible declaración eclesiástica de nulidad de los primeros matrimonios de Vicente Fox y Marta Sahagún, lo que les habilitaría para contraer nupcias "por la Iglesia" entre ellos, se ha convertido por terquedad de la pareja y los altos funcionarios que cabildean en su favor ante Roma en un asunto de Estado. El precio de esta nulidad se está pagando con la debilitación, desde el poder, del laicismo. Y ni con esto la pareja de Los Pinos tiene asegurado un veredicto en su favor. Tal vez el defensor de la fe está afinando su estrategia para anunciarnos nuevas libertades, previa aprobación de la institución ante la que se inclinó Fox.