viernes 2 de agosto de
2002 |
Hasta adentro ¿Ser niño otra vez? n Marko Castillo |
En el DF, en estas fechas se está
presentando en el teatro Galeón, dentro del ciclo El
Mejor Teatro para Niños, la obra El ogrito, de Suzanne
Lebeau, con la traducción de Cecilia Iris Pasola y las
actuaciones de Arcelia Ramírez y Alejandro Calva, bajo
la dirección de Martín Acosta. Además de que la obra es interesante y muestra la nueva manera de hacer teatro para niños, sin concesiones, con un mensaje directo que elimina el ñoño lenguaje tradicional para dirigirse al infante (quitando aquello de: niño quele paleta que chu mami le pompa o ¿nene quele vel plinchechitas?). "La historia trata del niño Simón, que creció sin saber que su papá es un ogro y que algún día también él lo será. De hecho, nadie más lo sabe; sólo su mamá, que como lo quiere mucho le oculta su origen pensando que así Simón se olvidará de ser como su papá. Pero tarde o temprano ocurre lo que tiene que ocurrir." Lo que llama la atención es que esta obra se presenta bajo el rubro de la Compañía Nacional de Teatro. Bajo el auspicio del Conaculta, el INBA y la Coordinación Nacional de Teatro. Nada más ni nada menos para respaldar un trabajo de teatro con altísima calidad dedicada a los niños. En nuestra adorada entidad el teatro para niños es algo que puede considerarse inexistente (no hablamos de los montajes que sólo son un pretexto de negocio para algunos teatreros). No tenemos una tradición en la que podamos asistir desde pequeños al teatro, no tenemos opciones, ni cartelera, ni lugares en donde el espectador desde pequeño tenga contacto con el arte del teatro. Luego entonces, si crecemos con esa laguna cultural en nuestra formación educativa, es harto difícil poder ser partícipes de la actividad teatral siendo mayores. Está la tradición de hacer representaciones por los mismos alumnos en el jardín de niños (de ahí deriva la costumbre de que muchos actores actuales pongan en el currículo que salieron de pollitos o de burros de pastorela cuando eran críos, despertándose desde allí el interés de incursionar profesionalmente en las tablas, ostentando cuando actúan la técnica asimilada desde entonces). El teatro para niños es mucho más exigente en su montaje que el otro, el que se dirige a los "inteligentes". Es el que exige mayor rigor, porque se dirige a un público que se cree la ficción, el que se debe crear con más cuidado; es un punto que olvidan desde las autoridades educativas, culturales, políticas, sociales hasta el mismo gremio de teatreros, que lo consideran una actividad menor, una "chamba", un "por lo mientras" o un "aunque sea", cuando se trata del medio de crear los públicos futuros, el espectador sensible e inteligente que se busca para aceptar, rechazar, abandonar o abarrotar los teatros en donde se presenten las producciones locales. No hay un solo proyecto que se dedique a este rubro del teatro infantil hecho por profesionales para los niños poblanos. No hay un solo teatro en Puebla que eduque artísticamente al infante. No hay un solo espectáculo que dignifique la actividad del teatro infantil. Ojalá algún día en un programa local podamos leer el nombre de por lo menos tres instituciones que apoyen una producción infantil, hecha por actores serios, para desear volver a ser niños otra vez, para vivir las aventuras del personaje que esté moviéndose en escena, como es el caso de la obra El ogrito, en donde Arcelia Ramírez y Alejandro Calva logran ese milagro. Creo que nuestras autoridades deben empezar a preocuparse por los niños de nuestra entidad. |