Horacio Labastida
Mora y el Estado laico
En su Programa de principios políticos que en México ha profesado el partido del progreso (1833-34) José María Luis Mora resumió las ideas de nuestra Ilustración en que cobijaríanse las categorías del Estado laico mexicano. Además de perfilar los proyectos que solucionarían la situación desastrosa de la economía y de la educación, el programa exige la abolición de los privilegios del clero y la milicia junto con la eliminación de las instituciones monásticas y de todas las leyes que atribuyen al clero el conocimiento de negocios civiles como el contrato del matrimonio, por ejemplo, así como la destrucción del monopolio clerical en la educación pública, que cambiaríase en educación abierta a las clases indígenas y menesterosas. Punto central sería igualmente transformar la Real y Pontificia Universidad de México en institución respetuosa de la libertad de pensamiento y de enseñanza.
Esos principios y otros no menos importantes serían, escribió Mora, "el símbolo político de todos los hombres que profesan el progreso", cimiento, por otra parte, de un Estado laico radicalmente ajeno al absolutismo que nos heredó la Colonia con la mezcla de religión y un poder político defensor a ultranza del orden de cosas que hacía posible el acaudalamiento de las minorías y el empobrecimiento de las mayorías. La presidencia de Valentín Gómez Farías en la administración que izó las banderas de los hombres del progreso, fue duramente combatida por las clases privilegiadas que azuzaban y encubrían la burocracia eclesiástica de la época amparada en Antonio López de Santa Anna que, al hacerse de Palacio Nacional, fundó el presidencialismo autoritario que pervive hasta el presente. Los partidarios del retroceso triunfaron y se mantuvo en consecuencia el Estado dogmático e impositivo del sistema de fueros y privilegios que enfrentaron y purgaron la revolución de Ayutla (1854) y la promulgación del código supremo de 1857, aunado a las leyes de reforma (1859).
En las circunstancias de la generación de 1833, el modelo de Estado laico buscó solucionar problemas básicos: a) Respeto a los derechos del hombre violentados por el poder dogmático de las altas jerarquías del clero y la intolerancia de las elites. b) Supresión de las prerrogativas obliterantes del desenvolvimiento de la República. c) Promoción de la circulación de la riqueza estancada en manos de la Iglesia y puesta en marcha de un gobierno orientado al crecimiento del producto nacional y a la elevación de los niveles de vida. d) Fomento de la integración nacional por la colonización de vastas extensiones marginadas y deshabitadas del territorio, medida que posiblemente hubiera evitado el desmembramiento que alentó la felonía santannista en 1847.
"La abolición de los privilegios del clero y de la milicia -escribió Mora en el ya mencionado programa- era entonces, como es hoy, una necesidad real, ejecutiva y urgente...", puesto que tales excepciones representaban un definitivo estancamiento del cambio social, en la medida en que eran expresión del "espíritu del cuerpo social" instituido en forma opuesta a los intereses morales y materiales de la democracia. Su origen, advirtió el eminente autor de Obras sueltas (1837), enraizábase en la España monárquica y feudal: "No sólo el clero y la milicia tenían fueros generales que se subdividían en los frailes y monjas en el primero, y las de artillería, ingenieros y marina en el segundo: la Inquisición, la Universidad, la Casa de Moneda, el Marquesado del Valle, los mayorazgos, las cofradías y hasta los gremios tenían sus privilegios y sus bienes, en una palabra, su existencia separada. Los resultados de esta complicación eran muchos y todos fatales al espíritu nacional, a la moral pública, a la independencia y libertad personal, al orden judicial y gubernativo, a la riqueza y prosperidad nacional y a la tranquilidad pública".
La observación es brillante y exacta. Cuando Mora subraya la disconformidad entre "espíritu de cuerpo" y "espíritu nacional" denuncia la lucha de la pervivencia del coloniaje contra la emergente patria mexicana. No es posible la coexistencia del absolutismo dogmático y la libertad ciudadana y soberana, y como el partido del progreso estaba al lado de esta última, extirpar corporaciones resultaba meta esencial de la constitución del Estado ilustrado y laico.
Pero las cosas no fueron favorables. El enorme peso de los conservadores y el clero católico, escudos de la injusticia en que cimentaban la reproducción de su hegemonía, sin importar, por supuesto, el bien común y la complicidad con el autoritarismo santannista, cultivada esta opresión en un medio ajeno a la unidad y conciencia política del pueblo, hicieron posible la frustración de la idea prístina o ilustrada del Estado laico y el mantenimiento de las tinieblas que envolvieron a México durante poco más de un cuarto de siglo, hasta la victoria de la reforma liberal que introdujo, no sin batallas terribles, el laicismo en la vida nacional.
Mas las luchas no terminaron. El Estado laico de la generación juarista y de los revolucionarios de 1910 se ha sostenido contra fuerzas casi siempre alimentadas por altas burocracias clericales. El Estado laico, no se olvide, es opuesto al dogmatismo y favorable a la libertad. Ojalá que nuestros gobernantes se enteren mejor de la historia de México y de los ideales de libertad y justicia que desde la insurgencia forman parte de los sentimientos nacionales.